El imbécil (parte 5 de 5)

Buenos días Personas, aquí sigue «El imbécil».

¿Qué tal lo leido hasta ahora? Pues ahora viene el final:

 

 

—Es algo más complicado pero sí, puedo sacarlas y esconderlas a voluntad —dijo Fánod.

 

—¿Por qué las tenías sacadas cuando viniste a verme la primera vez? —Pregunté.

 

—Como señal  de respeto —respondió Fánod—, es una manera de indicar que te veo como a un igual, que no deseo herirte, pero que presentarías un peligro para mí si lo quisieras, para mi pueblo, presentarse ante un desconocido exhibiendo las manos es una falta de respeto, porque le indicas que dudas tanto de su fuerza que serías capaz de vencerle sin emplear las garras.

 

—¿Crees realmente que soy un rival de tu nivel? —Pregunté.

 

—No, en absoluto —respondió Fánod—, pero como decís vosotros: «lo cortés no quita lo valiente».

 

—Ya, pero si alguien se me aparece de repente esgrimiendo una navaja, lo último que voy a pensar es que quiere transmitirme un mensaje de respeto y que pretende entablar una conversación civilizada —respondí.

 

—Por eso abrí la boca, es una señal inequívoca de comunicación. —respondió Fánod.

 

—Sí claro, una boca llena de dientes como cuchillos —respondí.

 

—¿Cómo esperas qué te muestre respeto si no es exhibiendo todas mis armas? —preguntó Fánod—, ¿Hubieras preferido que me mostrase ante ti con una apariencia humana?

 

—Pues si te soy sincero sí, nosotros para señalar que no queremos conflicto lo hacemos presentando las manos vacías, sin miradas o gestos amenazadores —respondí.

 

—¿Y cómo demostráis respeto por la gente? —Preguntó Fánod.

 

—Varía mucho de una cultura a otra, pero normalmente no atacando a la gente o no amenazándola ya se le muestra respeto —respondí—, mira, los antiguos caballeros, cuando se encontraban con otro, levantaban la visera de su casco, para que pudieran reconocerse mutuamente, ese gesto ha llegado hasta nuestro días como el saludo de los militares, sólo que sin casco, seguro que lo has visto alguna vez, ponen la mano derecha plana y se la llevan a la frente.

 

—Sí, lo he visto —respondió Fánod—, ¿Quieres que nos saludemos así? ¿Debo saludar así a otros humanos?

 

—No, debes dar la mano —respondí—,  como has hecho conmigo, ¿Qué te ha hecho hacerlo?

 

—Os he visto hacerlo muchas veces, pensé que era lo adecuado —respondió Fánod.

 

—Pues sí, es lo adecuado, nada que resulte amenazador, tender la mano y hasta sonreír —dije—, esa es la forma respetuosa de presentarse ante alguien.

 

—Procuraré recordarlo —dijo Fánod con una sonrisa en el rostro.

 

—Por curiosidad, ¿Te presentas ante todo el mundo con las garras y los dientes afilados? —Pregunté.

 

—Claro, es nuestra forma de hacerlo, todos los de mi especie lo hacemos así —respondió Fánod.

 

—¿Y nunca os ha dado por pensar que la gente se siente amenazada si hacéis eso? —Pregunté.

 

—Sí, pero ya es la idea, vernos como una amenaza mutua genera respeto —contestó el espectro.

 

—Mira, puede que eso entre espectros os funcione muy bien, pero entre si interactuáis con humanos lo más seguro es que acabamos o huyendo o atacándoos —respondí—, y a juzgar por cómo reaccionaron los seres de esta tienda anoche y hoy, creo que a ellos tampoco los gusta.

—¿Qué quieres decir? —Preguntó Fánod.

 

—Mira a tu alrededor, la tienda está vacía —respondí—, ni siquiera están las putas polillas con sus jodidos portazos, bueno, a esas no las echo de menos.

 

—Comprendo, así que mis costumbres espantan a los demás —dijo Fánod.

 

—Tus costumbres y tu aspecto —maticé—, no son sólo las garras o los dientes, tu tamaño, cicatrices y algo raro que no se describir generan en ti un aura de pánico, es difícil no asustarse de ti.

 

—Ya veo, a partir de ahora reservaré mis garras y mis dientes para los de mi especie —respondió Fánod algo frustrado.

 

—No te ralles tío, es normal, ya lo dice el refrán: «allí dónde fueres, haz lo que vieres». —dije para que Fánod se sintiera mejor.

 

Justo en ese momento, sonó en mi Casio el pitido que anunciaba la hora, al mirar el reloj comprobé que eran las 23:00, la hora de irme.

 

—Tengo que irme ya, pero podemos seguir con nuestra conversación en mi casa —le dije a Fánod—, si me esperas aquí subo enseguida, que tengo que fichar.

 

Fánod asintió con la cabeza, bajé al sótano, saqué mi cartera del bolsillo, la acerqué a la maquina, dos pitidos y LED verde, ya podía irme.

 

—Tu amigo está fuera —dijo Fánod.

 

—¿Pablo? ¿Qué hace aquí? —Pregunté retóricamente.

 

—Supongo que ha venido a convencerte de que vayas con él a su casa —respondió Fánod.

 

—Joder que pesado, supongo que no tengo más remedio que hacerle caso —respondí.

 

—¿Podré ir con vosotros? —Preguntó Fánod.

 

—No lo sé, no es mi casa —respondí—, pero creo que si Pablo te ve lo más seguro que hará sea atacarte.

 

Antes de que nos diéramos cuenta Pablo estaba atravesando las rejas, que mis compañeros siempre echaban al salir, y se dirigía hacia nosotros.

 

—Buenas noches «Allu» —dijo Pablo cuándo estuvo enfrente de mí—, he venido a buscarte, pensé que si dábamos una vuelta en coche y charlábamos te convencería de venirte a casa.

 

—Sí, de eso quería hablarte, verás…

 

—Hay alguien más aquí —dijo Pablo interrumpiéndome—, algo peligroso…¡Es el espectro!¡Corre, ponte a salvo en mi coche, lo entretendré!

 

—Pablo no lo entiendes…

 

—¡El que no lo entiendes eres tú! —Dijo Pablo interrumpiéndome de nuevo y chillando aún más fuerte—. ¡Súbete al coche y espérame allí!

 

—¡Pablo haz el puto favor de escucharme! —dije gritando yo también.

 

—¡No me obligues a controlarte la mente! —Chilló Pablo—, ¡Vete ya!

 

Pablo me cogió por los hombros y me empujó hacia la salida, haciéndome atravesar las verjas, entonces volvió a meterse dentro, volví a entrar rápidamente, Pablo daba vueltas por la tienda, parecía estar buscando algo, al verme dentro se dirigió apresuradamente hacía mí, cuando estuvo delante me dio una colleja.

 

—¿¡Que cojones haces!? —Pregunté enfadado y confundido.

 

—¡Te he dicho que esperes fuera y es lo que vas a hacer! —Gritó Pablo muy enfadado—, ¡Obedece!

 

Al gritar la orden noté como Pablo intentaba meterse en mi cabeza, dónde intentaba implantar un mensaje «debo esperar fuera», instintivamente le di un puñetazo en la nariz, Pablo cayó al suelo, dónde aterrizó de espaldas, rápidamente se incorporó pero se quedó sentado, primero me miró a mí, con expresión de incredulidad, luego se llevo una mano a la nariz y luego miró la sangre que había en ella, volvió su mirada hacía mi.

 

—Lo siento —me disculpé—, no quería darte tan fuerte.

 

Pablo no contestó, se limitó a buscar un pañuelo en el bolsillo de su pantalón y se lo llevó a la nariz, donde lo apretó ligeramente.

 

—Obedece —dijo Pablo calmadamente mirándome fijamente a los ojos.

 

Volví a notar como quería entrar en mi mente, esta vez con más fuerza, tampoco lo logro.

 

—Obedece —repitió Pablo, pero sin lograr nada.

 

Sus ojos reflejaban ira, su pañuelo, todo teñido de rojo, había empezado a gotear sangre, manchando también su camisa de rojo.

 

—Maldita sea, ¿Por qué no obedeces? —Preguntó Pablo frustrado—, ¿Tan fuerte te has vuelto? ¿O es que no me atrevo a doblegar tu voluntad?

 

—No lo sé, ¿Cuál de las dos respuestas te haría menos daño? —Respondí.

 

—La te haga subir al coche —respondió Pablo—, ¿Tanto te cuesta ver que quiero salvarte? Un espectro ronda por aquí y estamos perdiendo el tiempo discutiendo entre nosotros.

 

—¿Tanto te cuesta ver que no necesito ser salvado? —Pregunté—, sí, hay un espectro, pero no es una amenaza, llevo un buen rato hablando con él.

 

Pablo puso unos ojos como platos, no daba crédito a lo que acababa de oír, noté como hacía ademán de decir algo, pero su mente estaba muy confusa, demasiado como para dejar salir algo coherente por su boca, Fánod debió percibir esa duda y decidió que podría aprovecharla.

 

—Buenas noches, mi nombre es Crorebfánodia —dijo Fánod apareciéndose delante de Pablo y tendiéndole la mano—, pero supongo que tú también puedes llamarme Fánod.

 

Pablo miró al espectro, luego me miró a mí, a través de la translucida piel de Fánod, luego miró la mano que este le tendía, luego su mirada se perdió, justo antes de desmayarse. Rápidamente corrí hacía él para levantarse la cabeza, quería evitar que la sangre fuera hacía atrás, al tocarle y sin saber cómo activé unos poderes que ni sabía que tenía, poderes que debían venir de mi padre y que curaron la nariz de Pablo, la cual recuperó su forma y color habitual, además de que cesó su sangrado, poco después Pablo recobró el conocimiento.

 

—¿Dónde estoy? —Preguntó Pablo algo confuso.

 

—Estás en la tienda —respondí—, ¿Te acuerdas de por qué has venido aquí?

 

—Sí, y también me acuerdo del puñetazo —respondió Pablo enfadado—, y del espectro también, tienes mucho que explicarme.

 

—Lo haré, en el coche y en tu casa —respondí—, pero con una condición.

 

—Que el puto espectro también viene —respondió Pablo—, puede que no sea capaz de hacerte obedecer, pero tus pensamientos si puedo leerlos.

 

—No lo llames «puto espectro», llámalo Fánod —dije—, puede que no lo parezca pero tiene sentimientos.

 

—Bueno, está bien, Fánod —respondió Pablo—, ¿Y Fánod come mucho? Porque Marc sólo ha hecho cena para tres…

 

—No me seas quisquilloso con eso —dije—, estoy seguro que nos apañaremos.

 

—Vale, pero se lo explicas tú —respondió Pablo levantándose—, deberíamos empezar a irnos, se hace tarde, Marc nos va a matar.

 

—No pienso ir a un lugar en dónde se nos va a dar muerte a todos —dijo Fánod.

 

—No, a ver, es una forma de hablar —dije para tranquilizar a Fánod—, significa que nos va a caer una buena bronca si le hacemos esperar mucho.

 

—¿Por qué? —Preguntó Fánod.

 

—Porque es descortés e irrespetuoso hacer esperar mucho a alguien que te ha preparado la cena, ¿Comprendes? —respondí.

 

—Oh, claro, sí, sería insultar a su hospitalidad —dijo Fánod—, en ese caso debemos irnos ya, no sea que nos, como decís vosotros, «mate».

 

Ellos se me adelantaron y salieron de la tienda, yo me entretuve apagando todas las luces y echando un último vistazo a todo antes de marcharme, por algún motivo tenía la sensación de que tardaría mucho en volver a aquella tienda y me sorprendió muchísimo que pudiera pensar que acabaría echándola de menos. Desde dentro pude escuchar la conversación que Pablo y Fánod mantuvieron.

 

—Antes de que subas al coche Fánod, ¿Crees que podrías adoptar una apariencia humana? —Le preguntó Pablo.

 

—Podría —respondió Fánod—, pero sólo si me dices por qué.

 

—Pues porque llevar un espectro en el asiento trasero en una ciudad dónde viven algo más de 4 millones de personas no entra en la definición de «discreción» —respondió Pablo —,  además yo me sentiría más cómodo si tengo a mis espaldas una figura que me resulte menos intimidante.

 

—Bien, vale, de acuerdo, seré un humano —dijo Fánod mientras su piel se tornaba de color crema tostado, su tamaño disminuía y le crecían piernas, también creyó conveniente crear la ilusión de que estaba vestido y calzado.

 

—¿Podemos marcharnos ya?  —Preguntó Fánod con una voz una octava más alta de la habitual.

 

—En cuanto salga Daniel de la tienda —respondió Pablo.

 

Salí de la tienda  y me subí al coche, en el lado del copiloto, atrás iba Fánod y conduciendo Pablo, el cual parecía no estar muy cómodo con la idea de que un espectro estuviese detrás de él, aunque a todos los efectos pareciese humano. Durante el trayecto estuvimos hablando un poco de todo Pablo y yo, Fánod no intervenía mucho en nuestra conversación, tampoco es que tuviera mucho que decir u opinar sobre temas que estoy seguro que desconocía.

 

—¿Y qué pasó luego abuelo— Preguntó mi nieto Andrés.

 

—Sí, cuéntanos la historia de cómo os casasteis tú y la abuelita rosa— dijo mi nieta Claudia.

 

—No, cuéntanos mejor la gran batalla que hubo entre las personas negadas, cuéntanos cómo tú y los monstruos destruisteis tanques a puñetazos —dijo mi nieto Bruno

 

—Me temo que eso tendrá que ser otro día —dijo Rosa—, es tarde y os tenéis que ir todos a la cama.

 

—Jooooooo… —respondieron mis tres nietos al unísono.

 

—Va yayo, cuéntanos otro cuento —imploró mi nieto Andrés.

 

—No, por hoy es suficiente —respondí—,  dar las buenas noches y marcharos a la cama ya.

 

—Buenas noches yayo y yaya —dijo mi nieta Claudia.

 

—Que durmáis bien —dijo mi nietoa Bruno.

 

—Mañana espero mi cuento —dijo Andrés irreverente.

 

Entonces los tres subieron a paso decidido las escaleras que llevaban a una de las habitaciones de invitados, dónde tres camas les esperaban. Sentado en mi butaca observé la silueta de una ciudad, que muy probablemente hoy no existiría si hace cincuenta años no nos hubiéramos alzado y hubiéramos reclamado lo que por derecho nos pertenecía, a nosotros, a lo que antaño llamé» monstruos» y hoy tengo el placer de llamar amigos, y a los seres mundanos, que quisieron hacer de este un mundo mejor, para todo aquel que tuviera la fortuna de haber nacido en él.

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