Megrez, capítulo 9

Megrez, capítulo 9.

Megrez

Megrez

1024 DCTR

 

Llegaron al centro del lago, tras tres horas y media volando bajo su superficie. Allí encontraron una isla pequeña en comparación con la vastedad del agua que la rodeaba, pero no por ello dejaba de ser extensa.

Al salir del agua vieron que se encontraban en un gran puerto hecho todo él en piedra, provisto de una gran cantidad de muelles alineados uno detrás del otro.  El largo de cada uno de ellos era diferente: algunos podrían ser simples amarres para pequeñas barcas de pesca, pero otros eran tan largos que podían abastecer eficazmente de un buque de guerra.

El puerto estaba vacío: ni un solo barco amarrado en aquellos muelles de piedra, ni una sola persona portando mercancías, ninguna señal de vida. Sólo el chapoteo del agua azotada por el viento y detenida por la piedra.

Cerca del puerto vieron una gran ciudad, hecha también con sillares impecablemente cortados, alineados, apilados y ligados con mortero. Megrez y Heasse decidieron adentrarse en la ciudad para ver si encontraban a alguien.

En la ciudad también reinaba el silencio. El viento rugía y aullaba en las calles y esquinas, levantando polvo del suelo. Los pasos de los iridianos producían eco en las paredes.

A Megrez lo abordaron súbitamente visiones y sentimientos horribles. Mujeres y niños ahogándose, soltando espumarajos por la boca en sus últimos estertores, sus pieles lisas y azules cubiertas por horribles llagas violáceas, sus ojos carcomidos. Cadáveres apilándose en las orillas, moribundos arrastrándose sobre ellos para alejarse de un agua ferozmente verde. Gritos de dolor, llantos, jadeos de gente que se ahogaba. Y era culpa suya, y deseaba morir aunque fuera sólo para dejar de oír los lamentos, no ver la masacre de la que era responsable, no sentir esa culpa que le roía sin pausa.

Estas visiones desaparecieron a los pocos segundos, y Megrez sabía que no eran suyas. Sin embargo, el sentimiento de desasosiego y desesperación permaneció en él: «no soy tan diferente de esa persona, sea quien sea. Soy tan culpable como él». Decidió que no era momento de pensar acerca de eso, ni comentarlo con Heasse o dejar que percibiera sus sentimientos y visiones; y no sin dificultad, recuperó la compostura para centrarse en el aquí y ahora.

La arquitectura de aquella ciudad era algo a lo que estaban demasiado acostumbrados de ver: apenas encontraban diferencias si comparaban aquellos edificios con sus casas en Irdresma. Heasse, que estaba muy centrada explorando los edificios, dijo:

¿No te parecen extraños estos edificios? – Preguntó la chica-

No – Contestó MegrezSon muy parecidos a los que tenemos en Irdresma.

A eso me refiero – Dijo HeasseDudo que la gente de por aquí se tomase la molestia de construir con piedra. El pueblo anterior estaba hecho todo en madera de arce, hay un enorme bosque de arces alrededor de este lago.

Ya, ¿Y qué? – Pregunto Megrez

Pues que nadie se tomaría la molestia de extraer y moldear piedra en un terreno como este, teniendo tanta madera a mano. – Dijo Heasse algo sorprendida de la estrechez de miras de Megrez.

La piedra es más resistente que la madera – Dijo Megrez¿Has pensando en eso?

Vamos a ver, por si no te has dado cuenta, estamos en una isla en mitad de un lago. ¿Sabes lo que costaría traer piedra desde tanta distancia hasta aquí? En cambio la madera flota, es mucho más fácil de transportar – Dijo HeasseEstá claro que quien ha traído hasta aquí tanta piedra tenía los medios no sólo para hacerlo, sino también para extraer y trabajar la piedra.

A lo mejor no trajeron la piedra desde fuera del lago, tal vez aquí había una cantera. Tal vez aún la haya. – Contestó Megrez.

Tienes razón, no había pensando en esa posibilidad – Contestó HeasseAunque eso no explica por qué los edificios se parecen tanto a los nuestros.

Eso es porque su nivel de desarrollo tecnológico debe de ser similar al vuestro– Dijo Yans que justo en ese momento se parpadeó junto a ellos.

¿Qué haces aquí? – Preguntó Megrez, con un tono más duro y frío del que él mismo pretendía usar.

Yo también me alegro de verte – Dijo el lobo boreal, algo ofendido con la pregunta de MegrezDigamos que me apetecía venir con vosotros, ¿No molesto verdad?

No, no molestas – Dijo Heasse sabiendo que esa pregunta iba dirigida a ella – ¿Sabes algo de esta zona que nosotros no sepamos?

Bueno, no mucho, solo sé que hay manadas de otros miembros de mi especie por aquí, puedo sentirlos. Además tienen buena relación con los konei de la zona. – Dijo Yans.

¿Y respecto a los edificios que puedes decirme? – Preguntó Heasse.

Puedo decirte que obviamente son personas que conocen técnicas modernas de extracción de piedra, y que también tienen herramientas para ello. Tal vez explosivos y hojas con borde de diamante, sería lo más normal. – Dijo Yans.

Veo que has llegado a la misma conclusión que yo – Dijo HeasseLa cuestión es que por lo que yo sé, los mortales aún no tienen esas cosas. ¿Tal vez sean otros custodios?

Es muy probable. – Dijo Yans.

Mirad, por allí viene un hombre. – Dijo Megrez.

¿Por dónde? – Preguntó Heasse.

Por allí – Dijo Megrez señalando a una callejón empedrado con altos edificios a cada lado.

Oh, ya lo veo. – Dijo Yans.

Sigo sin verlo – Dijo Heasse mirando en la dirección en que miraban Megrez y Yans¿No me estaréis gastando una broma?

Claro que no – Dijo MegrezMucha intra-visión, pero no eres capaz de ver algo que tienes a menos de diez metros.

Heasse se sintió ligeramente ofendida, por mucho que se esforzaba era incapaz de ver nada, Yans y Megrez parecían mirar los dos al mismo punto, como si de verdad hubiera alguien ahí, alguien que parecía moverse lentamente, con paso errático, lentamente. De pronto cayó en la cuenta.

Megrez, ¿Por casualidad no tendrás la dote de muerte verdad? – Preguntó Heasse.

Pues sí, la tengo, ¿Por qué lo preguntas? – Preguntó Megrez.

Porque me parece que estáis viendo un fantasma. – Dijo Heasse.

¿Tú no puedes verlos? – Preguntó Yans.

No, mis dotes son las de Aire y Caos. – Contestó Heasse.

Así que buscando el favor de Shoa y Talsir, Megrez también tiene la dote de Caos. – Dijo Yans.

¡Dejad de hablar de mí como si no existiera! – Dijo MegrezMirad, ese hombre se está acercando

El hombre caminó lentamente hacia el grupo, con pasos lentos y vagos. Cuando estuvo lo bastante cerca de ellos, Heasse empezó a verlo: primero transparente, apenas un dibujo ahumado en el aire, y cada vez más sólido a medida que se acercaba. «La dote de Muerte deja a la vista los fantasmas cercanos a quienes la poseen», pensó. Los ojos de aquel espectro, que miraban hacia ellos sin ver, eran dos pozos de tristeza y agotamiento infinitos. Llevaba una armadura cuyo material y construcción eran similares a los que llevaba el mariscal Arrael hace unos días, en aquella emboscada mar adentro; sin embargo, donde los lobos aullaban en la armadura de Arrael, esta llevaba un escorpión de mar en bajorrelieve como ornamento. La triste figura tardó un momento en percatarse que tenía los ojos de Megrez, Heasse y Yans puestos en él:

¿Podéis verme? – Preguntó el hombre al percatarse.

– Dijo HeassePareces muy afligido, ¿Qué te ocurre?

Las muertes de centenares de personas pesan sobre mi conciencia, tal vez miles. – Dijo el hombre con voz muy triste.

¿Cómo dices? – Preguntó Megrez.

Sí, tal vez miles, esos seres azules. Eran órdenes de Elan: jamás he desobedecido una orden, pero esta vez quise hacerlo, casi lo hago. Ojalá lo hubiese hecho… – Dijo el hombre con voz quebrada.

¿El Rey Elan te ordenó matar unos seres azules? – Preguntó Heasse.

– Respondió el hombre – Decía que era parte de un plan divino, que Shoa le enviaba visiones en que los humanos debíamos destruir la oposición al imperio humano. Al principio no dudé de él, pero su plan es una locura. Shoa es un Dios bueno, jamás mandaría asesinar de forma tan cruel a nadie, y aún menos…mujeres y niños indefensos – Comenzó a llorar desconsoladamente. De sus ojos ya no brotaban lágrimas, pero la cara se contraía en una mueca de dolor, sus gemidos herían el aire y hacían mella en Megrez. «Es él, de quien tuve esas visiones». Y la desesperación se apoderó de él: sólo quería oír que de alguna manera no había protegido un monstruo, que esos seres azules eran malvados, que había hecho bien en despedazar aquellos seres algo que ayudara a limpiar aquella pesada mancha oscura que se aposentó en su corazón desde aquel día, y que poco a poco lo consumía.

Cálmate – Dijo Heasse al ver que el hombre lloraba sin parar. No había estado nunca frente a un fantasma, ni sabía si se podían o debían tocar, o abrazar, para consolarlos. Mucho menos apaciguarlos. – ¿Quién eres, cuál es tu nombre?

Mi nombre es Molfrem. Soy, o mejor dicho era, el Mariscal de Elan. – Dijo el hombre.

¿Y qué te pasó? – Preguntó Heasse.

No pude soportar el peso de mis acciones de modo que decidí acabar con mi vida, tomando el mismo veneno con el que maté a todas esas criaturas. Pensé que así acabaría mi sufrimiento, pero no fue así: ahora he conocido un nuevo nivel de culpa, de remordimiento, de angustia, de dolor… de sufrimiento. – Dijo Molfrem con un suspiro.

¿¡Quieres decir que esos seres azules que maté en el barco del Rey Elan no estaban más que buscando venganza y justicia!? – Preguntó Megrez, ya temblando de cabeza a pies – ¿¡Estás diciéndome que maté a gente que sólo luchaba por sus vidas!?

Veo que tú también has tenido un encuentro con esos seres… – Dijo el hombre – En ese caso debes de sentirte como yo me siento.

No puede ser, soy un sucio asesino. – Dijo Megrez sentándose en el suelo con la cabeza metida en las rodillas y comenzando a llorar. «No tengo salvación, quiero desaparecer para no volver», pensó.

Los dos lo somos. – Dijo el hombre débilmente, con la voz y la mirada huecas.

¿Cuánto llevas aquí? – Preguntó Heasse mientras Yans intentaba consolar a Megrez.

No lo sé, la última fecha que recuerdo es el 1021, justo el día en que tomé la ponzoña. Al hacerlo cambié los lamentos de aquellos que estaban muriendo, por los de aquellos que estaban muertos: y ya entonces eran más en número, más en sufrimiento. Cada vez que me acerco a su ciudad los oigo gritar: ellos me preguntan por qué, por qué les mate, por qué les condené a una eternidad de sufrimiento. – Dijo Molfrem.

¿Siguen los fantasmas de los seres aquí? – Preguntó HeasseTal vez podamos ayudaros.

Debo matar al Rey Elan. – Dijo Megrez.

No – Dijo HeasseHay que ayudar a esta gente, lo necesitan.

Te guste o no te guste voy a hacerlo. – Dijo Megrez.

No te estoy diciendo que no lo hagas, lo que te digo es que ahora no es el momento. No puedes atacar al Rey así, sin un plan: si lo haces le darás un motivo a su absurda guerra. – Dijo Heasse.

¡¡Pero necesito hacerlo, por él mate a los seres azules!! Pensaba que era la víctima y en realidad era el verdugo, me siento muy sucio… y estafado… – Dijo Megrez con ojos llorosos.

¡Deja de pensar en ti por un momento zoquete! – Gritó YansTus dotes de Muerte derivan de la diosa Miices, deberías hacer algo con todas esas almas atrapadas entre la vida y la muerte, o de lo contrario no mereces tus dotes. Ellas te acercan a los Dioses, te dan poder, mucho poder, pero a cambio exigen que las usas para lo que están pensadas, es el principal motivo por el que las tienes. Si no vas a hacer nada renuncia ahora mismo a ellas.

Yans – Dijo HeasseNo seas tan duro con Megrez.

No, tiene razón. – Dijo MegrezSi la Diosa Miices me ha permitido tener la dote de Muerte ha sido para que se haga lo que debe hacerse con ella. Ya ajustaré cuentas con Elan más tarde, ahora debo ayudar a los seres. No seres, personas que lo necesitan.-  «Es lo mínimo que puedo hacer» pensó amargamente…

¿Por personas te refieres a los homínidos azules? – Preguntó Heasse.

Sí, el hecho de que tengan alma les convierte en personas, no importa de qué tierra lejana vengan – Dijo Megrez.

Entonces los tres, guiados por Molfrem, se dirigieron hacia la ciudad donde fueron asesinados las personas azules. Megrez estaba decidido a traer la paz que tanto necesitaban sus almas. También pretendía ayudar a Molfrem: sólo la Diosa podía decidir qué destino merecía en la muerte. Cualquier juicio que hiciese Megrez sobre el Mariscal era completamente irrelevante. Y por extensión, sobre él mismo también.

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