El imbécil (parte 4 de 5)

Buenos días Personas., una nueva entrada de «el imbécil».

 

¿Os gustó la parte del lunes? Pues ahora viene la penúltima:

 

—Estás poniendo demasiada cola —dijo una extraña voz tras el mostrador en el que estaba.

 

Alcé la vista y vi al espectro de la noche anterior, aunque había algo diferente en él en aquel primer momento no supe que fue, pues no me paré a observarlo.

 

—¿Has venido a matarme? —Pregunté con tanta tranquilidad que hasta a mi me sorprendió.

 

—No —respondió el espectro—, ¿Y tú? ¿Vas a matarme a mí?

 

—Eso depende —respondí— ¿Alguna vez mataste a seis personas y dejaste a una malherida?

 

—No, yo sólo lucho contra los de mi especie y por honor, nunca he matado a nadie —respondió el espectro.

 

Los dos nos quedamos en silencio, sin mirarnos. Él se había dado la vuelta y yo devolví mi atención al sonajero de cuentas de madera que estaba montando. Ahora el espectro no me daba miedo, bien mirado parecía más humano de lo que me hubiera imaginado a simple vista.

 

—¡Mierda! —Exclamé al darme cuenta que me había dejado una cuenta sin poner en el sonajero.

 

El espectro se giró, vio el sonajero y la cuenta separada, tomó ambos, uno en cada mano, volvía la cuenta inmaterial y la situó en la posición que le tocaría, después la volvió material, acabando el sonajero.

 

—Toma, debes tener más cuidado —me dijo dándome el sonajero.

 

—Gracias, estas cosas no se me dan nada bien —le dije.

 

—Lo sé —me respondió— te he estado observando desde que entraste, llevo tiempo queriendo hablar contigo.

 

—¿Conmigo? ¿Sobre qué? —Pregunté intrigado.

 

—He visto que prefieres expulsar a los seres de aquí en lugar de matarlos y sólo lo haces cuando se pasan de la ralla —dijo el espectro—, llevo mucho tiempo esperando alguien como tú para poder tener una conversación.

 

—¿A qué te refieres con «como yo» —pregunté.

 

—Los humanos que tenéis habilidades especiales atacáis a todo lo que no es humano nada más verlo —dijo el ser—, sin provocación alguna, sin deciros nada, es vernos y os lanzáis encima de nosotros, todas estas cicatrices me las han hecho personas.

 

Había un gran pesar en las palabras del espectro, más que resentimiento era lástima, no me costó mucho entender por qué.

 

—¿Hay más como tú? —Pregunté—, que solo quiera hablar, me refiero.

 

—Casi todos —respondió el espectro—, los que tenemos consciencia preferimos evitar el conflicto, en cuanto al resto, bueno, ni los más salvajes matan sin motivo.

 

—Pero nosotros sí —respondí—, es lo que nos enseñan, es lo que aprendemos, sin cuestionarlo, nos meten en la cabeza que todos sois amenazas y que debemos librarnos de ellas.

 

—Conozco la labor del Ministerio —dijo el ser—, muchos nos alegramos cuando supimos que había cerrado, fue cuando empezamos a tener paz de nuevo.

 

—Sí, supongo que para vosotros debió de ser un alivio —respondí.

 

—Lo fue —dijo el espectro—, muchos de los nuestros han venido a vivir aquí desde entonces.

 

—Eso explica porque de repente tenía la sensación de que había más criaturas de lo normal —dije.

 

—¿Supone eso un problema? —Preguntó el espectro.

 

—No, para nada —respondí—, era sencillamente una observación.

 

—Bien, porque nosotros llevamos mucho más tiempo aquí que vosotros —dijo el espectro.

 

—¿Quieres decir que tú ya existías antes de que los humanos poblásemos el planeta? —Pregunté.

 

—Sí y no —respondió el espectro—, yo apenas tengo trescientos años, pero mi raza y otras muchas, adquirieron conciencia y raciocinio cuando vuestra especie era sólo una diminuta rata que huía de los dinosaurios.

 

—¿Una rata? —Pregunté— Creía que veníamos de los monos.

 

—Antes de ser monos fuisteis ratas —dijo el espectro—, y antes que ratas fuisteis gusanos.

 

—¿Gusanos? —Pregunté algo asombrado.

 

—Sí, un gusano marino, primero ciego, y luego a través de generaciones, capaz de ver —respondió el espectro.

 

—¿Cómo sabes todo eso? —Pregunté aún más asombrado.

—Os hemos observado desde hace mucho, viendo lo que podríais ser, lo que hubieseis poder sido y lo que seréis —respondió el espectro.

 

—¿Te refieres a los humanos? —Pregunté.

 

—No, no solo a los humanos, a todas las criaturas que llegaron después de nosotros —respondió el espectro—, aquellas que generó el planeta.

 

—¿Pretendes decirme que no sois de este planeta? —Pregunté.

 

—Técnicamente no —respondió el espectro—, aunque la verdad es que somos de este planeta, pero pertenecemos a un plano de existencia superior.

 

—¿Un plano de existencia superior? —Pregunté sin saber a qué se refería el espectro.

 

—Las distintas realidades están divididas por niveles, cada universo está ubicado en un nivel concreto, este no es una excepción —dijo el ser—, hay universos situados a los lados, arriba y abajo de cada uno de ellos.

 

—Uooooo, frena tío —respondí—, no he entendido una mierda de lo que has dicho.

 

El espectro soltó un respiro, supuse que de resignación, antes de continuar.

 

—Imagina un árbol de navidad —comenzó el espectro con su explicación—, ahora imagina que cada una de los adornos que cuelgan de él contienen todo un universo.

 

—Ajá, sí, un árbol de navidad, lo veo —respondí.

 

—Pues como sabes en el árbol los adornos están puestos de manera que algunos quedan arriba, otros abajo, otros a los lados, algunos cerca y otros lejos —continuó el espectro—, incluso hay algunos que están en, digamos, las antípodas, porque no olvides que el árbol es un objeto de tres dimensiones.

 

—Entiendo, eso ya tiene más sentido para mí —respondí—, ¿Y tu bola del árbol está muy lejos de esta?

 

—No, está justo encima —respondió el espectro—, de hecho forma parte de la misma, los «adornos» como tú los llamas, tienen tres partes: el elemento central  y más grande, que es dónde estamos ahora y dos elementos más, de tamaño más pequeño, situados en la parte superior y la inferior del elemento central, yo vengo del primero.

 

—Vistos desde fuera tienen que tener una forma un poco extraña —respondí.

 

—En realidad tienen forma de esfera —respondió el espectro—, sólo que no ha divisiones reales, la parte de los polos formarían dos lugares distintos de la realidad, el resto de la esfera es dónde vivís vosotros, es vuestro universo.

 

—Defíneme universo —le dije al espectro.

—Pues todo lo que vosotros llamáis espacio —respondió el ser—, con sus planetas, estrellas, galaxias y todo eso.

 

—¿Tu parte de la esfera es igual? —Pregunté—, quiero decir: hay un espacio, planetas y esas cosas.

 

—Es exactamente igual —respondió el ser—, de hecho todas las realidades son así: todas están compuestas por un gran universo y dos universos más pequeños en los extremos.

 

—Comprendo —respondí.

 

—¿No me vas a preguntar si tienen alguna utilidad esos dos universos de los extremos o si en todas las realidades están así por algo? —preguntó el espectro.

 

—Oh perdona, no pensé que eso tuviera una razón para ser así, ni siquiera una utilidad —respondí.

 

—Pues la tiene y una muy útil —respondió el espectro—, permite que se puede viajar entre universos, a través de los extremos se puede ir a distintas realidades, funciona como pasillos que conectan las diferentes habitaciones de una casa.

 

—¿Tú has viajado a otros universos? —Le pregunté al espectro.

 

—No, yo no —respondió el espectro—, pero mi familia cuenta la historia de un joven, que llegó alrededor del año setecientos antes de Cristo, a la ciudad de Atenas y que estuvo viviendo allí muchos años.

 

—¿Qué tenía de especial esa persona? —Pregunté.

 

—Decían de él que no envejecía nunca, que tenía habilidades sobrenaturales que nadie poseía —respondió el espectro—, y lo más raro de todo, decían que de vez en cuando, sacaba unas alas de un color añil intenso y que si le daba una de las plumas a una persona esta resucitaba de la muerte una vez, y luego la pluma desaparecía.

 

—Sorprendente —respondí—, ahora que lo dices me suena haber oído esa leyenda,  aquel hombre hablaba de dioses, como los de la antigua Grecia, pero con otros nombres y funciones.

 

—Así es —respondió el espectro—, aunque pocas, aquí aun quedan religiones politeístas, incluso algunas monoteístas que creen en vírgenes, santos y ángeles.

 

—Y demonios —respondí—, la gente también cree que existen demonios, de hecho alguien diría que tengo uno delante ahora mismo.

 

—Yo no me considero un demonio —respondió el espectro—, si acaso un ángel.

 

—¿Qué quieres decir? —Pregunté.

 

—La cultura popular asume que los seres que vienen del universo superior son los «ángeles» y los que vienen del inferior son los «demonios» —respondió el espectro— y yo vengo de arriba.

 

—Ya tío, ¿Pero por qué cojones me cuentas a mi todo esto? —Pregunté.

 

—Porque llevo mucho tiempo sin hablar con nadie —respondió el espectro—, todos huís cuando estoy cerca.

 

—Es que das un miedo acojonante joder —respondí con brutal sinceridad.

 

—Yo no tengo la culpa de tener este aspecto —respondió el espectro—, ni tampoco de que la mayoría de mis congéneres sean unos salvajes sedientos de sangre.

 

—No, supongo que no —respondí—, pero eso no responde del todo a mi pregunta, ¿Por qué te has acercado a mí para hablarme?

 

—Porque me he enterado de lo planeáis hacer un gran grupo de personas como tú —respondió el espectro—, y queremos formar parte, queremos dejar de ser perseguidos y atados por vosotros.

 

—¿Cómo cojones te has enterado de eso? —Pregunté alucinado.

 

—Ayer te seguí hasta tu casa, y esta mañana estaba presente en la conversación mental que habéis mantenido tu amigo y tú —respondió el espectro.

 

Me tomé un tiempo para pensar en todo lo que había dicho el espectro, aquel malnacido me había seguido hasta casa, había burlado mis protecciones, me había mirado mientras dormía, y seguramente también mientras me duchaba, luego me había seguido y se había metido en mi cabeza, y todo sin que Pablo ni yo nos diéramos cuenta.

 

—Eres un hijo de puta —le espeté al espectro—, eres un jodido acosador, ¿Me has visto en pelotas?

 

—¿Acaso crees que tengo interés en verte desnudo? —Respondió el espectro—, sí,  te seguí hasta tu casa, pero me quedé fuera, ¿Tengo modales sabes? Además, tienes una protecciones muy buen puestas, si hubiera entrado lo hubieras sabido.

 

Saber que no pudo entrar en casa me tranquilizo, mucho, si algo como él no podía entrar significada que pocas cosas podrían hacerlo, al menos tenía un lugar seguro en el mundo.

 

—Vale, bien, no has estado en mi casa, pero sigue siendo de mala educación escuchar las conversaciones ajenas —le dije al espectro—, por no decir del hecho de meterse en sus cabezas.

 

—Respecto a eso debo decir que no me costó demasiado —respondió el espectro—, a decir verdad no me costó nada, tu amigo estaba transmitiendo sus pensamientos tan fuerte que en algunos momentos llegué a dudar de que no estuviera hablando en lugar de comunicándose mentalmente contigo.

 

—¿Tan alto lo oías? —Pregunté.

 

El espectro asintió con la cabeza.

 

—Toda la calle os habría oído si hubiese tenido la capacidad —respondió el espectro—, es más, creo que tu amigo pretendía ser escuchado, porque estoy seguro de que siendo telépata sabe crear canales de comunicación seguros y privados.

 

—¿Y por qué haría eso Pablo? —Pregunté más para mi mismo que para el espectro.

 

—Tal vez quería ponerte a prueba, tal vez estaba interesado en que alguien más os oyera —respondió el espectro.

 

—O tal vez se ha vuelto un descuidado, o un inconsciente, o ambas con la edad —dije.

 

—La cuestión es que yo no os espié —respondió el espectro.

 

—¿Crees que Pablo pudo notar tu presencia? —Pregunté—, tal vez supiera que estabas allí y quiso hacerte partícipe de nuestra conversación, tal vez por eso me invitó a ir a su casa, porque se pensaba que estaba en peligro, tal vez por eso me habló de aquel jodido espectro que les atacó a él y a mis padres hace diez años.

 

—Es posible que tu amigo notase mi presencia, al ser telépata pudo sentir mi mente —respondió el espectro—,  pero es imposible que supiera dónde estaba o quién era, así que me decanto por pensar que creyó que era uno de vosotros que estaba por los alrededores y quiso hacerme participe de vuestra conversación.

 

—¿A cuánta distancia dirías que estaba transmitiendo Pablo sus pensamientos? —Pregunté.

 

—Pues yo diría que podría estar cubriendo todo el barrio—respondió el espectro—, puede que algo más.

 

—¿Crees que había más personas como nosotros en la cafetería esta mañana? —Pregunté.

 

—Diría que unos cuantos —respondió el espectro—, ¿Por qué lo preguntas?

 

—Tengo la corazonada de que Pablo quedó con más gente esta mañana —respondí—, estuvo un rato hablando conmigo, hasta que llegaron todas las personas con las que había quedado, entonces empezó a contarles el plan que se traen entre manos, por eso no le alertó que hubiera gente escuchando sus pensamientos, ya se lo esperaba, debió creer que tú eras uno más.

 

—Eso lo explicaría todo —respondió el espectro.

 

—A la perfección —dije—, Pablo es un hombre jodidamente ocupado, hacer eso le ahorraría mucho tiempo, además haría que también se enterase gente que no conoce y a la que sería difícil reclutar de otra forma, y supongo que me invitó a su casa para darme más detalles en privado.

 

—O para tenerte cerca —respondió el espectro—, cuando uno monta una revolución suele querer tener agrupadas a sus personas de confianza, ya sabes, para compartir los planes y demás.

 

—Sí, Pablo me estaba reclutando y yo no me he dado ni cuenta —respondí.

 

—Bueno, no suele pasar muy a menudo que quedes a tomar un café con alguien y acabes formando parte de un golpe de estado —respondió el espectro.

 

—No, apenas me ha pasado dos o tres veces en mi vida —bromee.

 

—Igual que a mí —respondió el espectro entre carcajadas.

 

—Oye, ¿Tienes nombre? —Pregunté tras una breve pausa—, llevamos un rato hablando y aún no se cómo debo dirigirme a ti.

 

—Me llamo Crorebfánodia —respondió el espectro—, pero antes de que te rompas la lengua intentando pronunciarlo me puedes llamar Fánod.

 

—Fanod, mucho mejor gracias —contesté—, Yo soy Daniel, pero me puedes llamar «Allu».

 

—Encantado «Allu» —dijo es espectro tendiéndome la mano, una mano que parecía de lo más humana, sin aquellos dedos-garras tan amenazadores que vi la última vez.

 

—¿Dónde te has dejado las zarpas? —Pregunté al mismo tiempo que le estrechaba la mano.

 

Fánod  puso su mano derecha  en perpendicular a su cuerpo, entonces sus dedos empezaron a crecer, ensancharse y a palidecer, hasta transformarse en las garras que vi en nuestro primer encuentro, luego en un proceso inverso volvieron a ser dedos.

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