Megrez, capítulo 15

Megrez, capítulo 15.

Megrez

Megrez

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Megrez y Heasse contemplaron el cielo estrellado: no había ninguna luna en el cielo, por lo que el brillo de las estrellas era más intento y bello. Para Heasse  era mucho más bello si cabe: estar con Megrez, contemplando aquel cielo, en recogida soledad… no podía desear nada más.

 

Para Megrez el silencio era una buena ayuda para pensar: se sentía bastante culpable por no amar a Heasse, pese a que se esforzaba por hacerlo. Era incapaz de lograrlo, no sabía que podía hacer. La situación lo desesperaba, puesto que no quería hacer daño a Heasse, pero tampoco quería fingir que la quería. Engañarla sería mucho peor…

 

Sádar volvió a hablar en la mente de Yans.

 

«Creo que Megrez y Heasse necesitan que les echemos una mano. « – Dijo Sádar.

 

«Sí» – Contestó Yans«Están muy verdes, sobretodo Megrez. «

 

«No me refiero a eso. « – Contestó Sádar.

 

«¿Entonces a qué te refieres?» – Preguntó Yans.

 

«Megrez lo está pasando mal al sentirse incapaz de querer a Heasse. « – Contestó Sádar.

«¿Y crees que tienes potestad para meterte en medio de los dos?» – Preguntó Yans.

 

«Bueno, está claro que necesitan un empujoncito. « – Contestó Sádar.

 

«No, no necesitan nada» – Contestó Yans con tosquedad – «¿Quién te crees que eres para meterte en la vida de los demás?»

 

«Yo solo quería ayudarles…» – Respondió Sádar algo cohibida.

 

«El hecho de que tengas buenas intenciones no cambia que realmente no sea asunto tuyo la relación que haya entre Megrez y Heasse«  – Dijo Yans con dulzura – «Por muy preocupada que estés debes dejar que las cosas sigan su curso natural. «

 

«¿Entonces me sugieres que no haga nada?» – Pregunto Sádar.

 

«Sí, es mi sugerencia, pero por supuesto eres libre de hacer lo que creas conveniente. Yo ya te he dicho lo que pienso» – Contestó Yans «Y hagas lo que hagas, yo voy a hacer lo que crea conveniente, que es dejar a Megrez en paz en este asunto. Al menos de momento…»

 

«Al menos me gustaría hablar con Heasse un rato. « – Contestó Sádar.

 

Antes de que se hiciera más tarde decidieron volver cada uno a su casa. El entrenamiento al que los iba a someter Yans no iba a ser suave, y necesitaban dormir y reponer fuerzas todo lo que pudieran.

 

Sádar estaba decidida a tener una charla con Heasse, pese a que Yans había aconsejado que no se metiera entre ellos dos. Lo único que pretendía era decirle a Heasse que tuviera paciencia con Megrez.

 

Se parpadeó en el cuarto de Heasse y esperó en silencio. No sabía cómo iniciar la conversación sin parecer inoportuna ni desconsiderada. Pero cuanto más rato pasaba en silencio más se sentía como una vulgar acosadora. Finalmente fue Heasse quien rompió el silencio.

 

¿Vas a quedarte mucho rato ahí sin decir nada? Me gustaría dormir.

 

Oh vaya, perdona, solo quería hablar contigo. – Contestó Sádar avergonzada.

 

Bueno, no sé en el sitio de dónde tú vienes, pero aquí cuando queremos hablar con alguien hablamos. No aparecemos en su cuarto de noche y nos quedamos en silencio. – Dijo Heasse

 

De donde vengo yo la gente no suele tener tiempo para hablar y se comunica mentalmente. – Contestó Sádar.

 

Debe de ser un lugar horrible si la gente no tiene tiempo para una charla. – Dijo Heasse.

 

Bueno, El Cirtro es un enorme campo de batalla donde la lucha nunca cesa… – Contestó Sádar.

 

Vaya, en verdad es un lugar espantoso, ¿Cómo es que terminaste allí? – Preguntó Heasse.

Nací allí. De hecho, este es el primer lugar donde estoy en que la gente no lucha continuamente. – Contestó Sádar.

 

Heasse se quedó callada: la idea de nacer en un lugar con batallas constantes se le asemejaba horrible.

 

Sádar  notó la incomodidad de Heasse y decidió ir directamente al motivo de su inesperada visita nocturna.

 

¿No te decepciona un poco Megrez?  – Preguntó Sádar, con más entusiasmo que tacto.

 

¿Decepcionarme? No – Contestó Heasse extrañada- ¿Por qué iba a hacerlo?

 

Porque tú le quieres más que a nadie en el mundo y él a ti sólo te ve como una amiga.

 

Ten en cuenta que sólo tiene trece años y yo dieciocho, aún tiene mucho que madurar. – Contestó Heasse.

 

Me sorprende la tranquilidad y estoicismo con el que tratas este tema, ¿No te da miedo que él nunca sienta nada por ti? – Preguntó Sádar.

 

No. He sentido la vibración, sé que tarde o temprano nuestro amor surgirá. – Contestó Heasse.

 

¿Has pensado que tal vez puedes hacer algo para provocar el amor de Megrez? – Preguntò Sádar.

 

¿A qué te refieres? – Pregunto Heasse confusa.

 

Pues que tal vez si te limitas a esperar algo, puede que no llegue nunca – Contestó Sádar El hecho de que vuestras almas resuenen en armonía no significa que entre vosotros vaya a surgir un sentimiento fuerte y verdadero como por arte de magia.

 

Heasse permaneció callada.

 

¿Acaso crees que tus padres, o los de Megrez, se limitaron a no hacer nada tras notar la vibración? – Dijo SádarUn amor no se crea de la nada: por mucho que haya atracción entre dos personas, si no se sostiene bajo una sólida base no va a llegar a nada.

 

Ya, eso lo sé. – Contestó Heasse.

 

¿Entonces, por qué no haces algo, en lugar de limitarte a esperar? ¿Por qué no haces algo para provocar sentimientos en él? – Preguntó Sádar.

 

Creo que no es asunto tuyo la manera en que manejo mi vida – Contestó Heasse Megrez necesita tiempo y es lo que le estoy dando: es mi forma de demostrarle amor, esperarle pacientemente.

 

Bueno, veo que tenemos puntos de vista diferentes y que no vamos a llegar a nada – Dijo Sádar, algo frustrada pero educadamente- Buenas noches Heasse, descansa.

 

Al decir aquello la loba desapareció. Heasse no estaba preocupada por los sentimientos de Megrez: por mucho que fueran custodios no dejaba de ser un niño, aún no era plenamente consciente de su ser.

Tampoco ayudaba el hecho de que hasta que no cumpliesen los cien años la sociedad iridiana no consideraba adultos a los suyos: por ello los jóvenes crecían alegres y despreocupados, bajo la mirada de unos sobreprotectores padres que menospreciaban las habilidades de sus hijos para meterse en problemas y hacerse daño, tal y como le ocurrió a Megrez cuando por accidente se seccionó la mano derecha. Lo cierto es que Heasse aún se preguntaba cómo es que su padre no pudo anular los alones de un niño: estaba claro que el poder que tienen los gemelos es mucho más del que aparentan, o incluso del que tal vez son conscientes tener. ¿Y qué pintaba Yans en todo esto? Estaba claro que el lobo era alguien excepcional, al igual que su mujer, Sádar.

Heasse se quedó dormida mientras le daba vueltas a todo esto.

 

A la mañana siguiente Yans los despertó temprano. Permitió que cada uno desayunase en su casa y se encontraron con él en la linde del bosque. Nada más llegar Yans, ya con forma humana, entregó a Megrez un hacha y a Heasse una espada. Estas armas estaban hechas de un metal negro y opaco, y parecían forjadas de una sola pieza. Sólo sus empuñaduras, que estaban envueltas en un alambre del color de la herrumbre, y sus pendones, que estaban hechos con cuerda muy raída que debió ser roja mucho tiempo atrás, rompían ese negro que no reflejaba nada de luz y daban a las armas un aspecto de ser sombras de sus propias armas preferidas.

 

Esto pesa muchísimo – Dijo Megrez al tomar su hacha. La cogió con una mano, como solía hacer con el hacha que le regaló su padre: pero apenas podía alzar el arma sin tener la sensación de que sucumbiría bajo el peso de aquel filo oscuro.

 

Es para que entrenéis la fuerza y la velocidad de ataque – Dijo Yans Si sois capaces de blandir bien estas armas podréis hacerlo muchísimo mejor con armas de peso normal. Veamos de qué sois capaces.  ¡Atacadme!

 

Heasse intentó hacer una floritura con aquella espada, tal y como le enseñó su padre con las armas de su familia, pero era imposible: pese a ser un simple sable recto, cuya longitud era pensada para ser usada con una mano, apenas la podía sostener con sus dos temblorosas manos. Así que decidió que lo mejor era usarla de una forma más contundente, y se abalanzó hacia Yans con el arma en alto con la intención de hacer un corte de arriba abajo. Yans sólo se movió hacia un lado para ver cómo la espada cortaba el aire a su derecha, se clavaba en el suelo y Heasse, con la cara sonrojada y sudorosa, intentaba sacarla de la hendidura que había hecho.

 

Mientras tanto Megrez lograba a duras penas hacer florituras con el hacha. El peso del filo lo desequilibraba y lo llevaba hacia delante y hacia atrás. Así que intentó usar eso a su favor y, dando un gran impulso, consiguió que el hacha lo propulsara hacia arriba: su plan era aprovechar que estaba en el aire para atacar a Yans desde arriba. Sin embargo Yans lo vio venir, y ni siquiera lo tuvo que esquivar: con la mano derecha cogió el hacha por el filo, y con una sacudida de muñeca desarmó a Megrez, que impulsado por la fuerza de la misma chocó con el tronco de un árbol antes de caer al suelo.

 

En el momento en que Yans desarmó a Megrez, Heasse logró sacar la espada de la hendidura en el suelo, e intentó estocar con todas sus fuerzas a su contrincante. Pero Yans, armado con el hacha, desvió la estocada y desarmó a Heasse, que cayó al suelo. La espada voló por los aires, dando vueltas, hasta quedar clavada en el suelo otra vez, ahora en vertical.

 

Veo que tendremos que empezar por lo básico – Dijo Yans con un suspiro. “Me he olvidado que en el Cirtro se empieza la instrucción militar apenas destetado” pensó medio riéndose, medio exasperado por la ineptitud de esos dos iridianos en las armas…

 

Los dos Iridianos siguieron intentando herir a Yans, el cual esquivaba sus envestidas con muchísima facilidad. Apenas debía poner empeño, los jóvenes se movían demasiado lento como para no poder prever sus movimientos. Pasado un tiempo de intentar atacar cada uno por su lado, probaron a atacarlo juntos. Pero Megrez y Heasse no tenían ninguna noción de combate en grupo, por lo que todo lo que conseguían era ser un estorbo para el otro; incluso en alguna ocasión Yans tuvo que interceder para evitar que Heasse hiriese a Megrez sin querer. Finalmente, exhaustos y empapados en sudor reconocieron la derrota.

 

No puedo más. – Dijo Megrez jadeando.

 

Yo tampoco – Dijo Heasse No recuerdo haber estado nunca tan agotada.

 

Eso es porque estas armas no sólo están pensadas para que pesen – Contestó YansCada movimiento que hagáis con ellas drenará vuestra energía, consumiéndoos lentamente. Por supuesto no hay peligro, son armas de entrenamiento.

 

Pues esas armas nos han hecho sudar y resoplar de lo lindo. – Dijo Megrez.

 

Cuánto más sudes en el entrenamiento menos sangras en la batalla, no lo olvides. Puede que hoy estés agotado, pero piensa que sería peor estar muerto. – Dijo Yans. Había ternura en su voz, más que una bronca era una preocupación paternal.

 

¿Os entrenáis con estas armas normalmente Yans? – Preguntó Heasse.

 

Estas armas son las primeras que yo tuve – Contestó el lobo – Mi padre me las regaló cuando era un cachorro, las tengo mucho cariño.

 

– ¿Y qué fue de él? ¿Qué fue de tu padre? – Preguntó la iridiana, que nada más preguntarlo ya pudo intuir qué iba a responder Yans.

 

– Murió, así como el resto de mi familia y casi todos mis amigos de juventud.

 

– Anoche, Sádar me dijo que veníais de el Cirtro, y que siempre peleáis allí. ¿Qué sitio es ese? – Preguntó Heasse.

 

«Sádar, menuda bocaza tienes, ahora voy a tener que contar demasiado» pensó Yans. Tras una pausa, respondió:

 

– El Cirtro es donde viven los dioses. Es un sitio muy pequeño en el que los dioses luchan por su dominio total. Los demás somos sus estandartes y su ejército, y luchamos por mantener las posiciones y tomar cada vez más lugares del Cirtro. Los que mueren en batalla van a un plano inferior donde seguramente tendrán algo de paz por un tiempo; los que seguimos vivos luchamos para ver otro día. Es lo que tiene vivir cerca del fuego de los dioses y por su gloria…

 

Megrez escuchó las palabras de Yans, miró en sus ojos, y vio en él aquella mirada perdida, hueca, que tenía el fantasma de Molfrem cuando deambulaba por aquella ciudad abandonada y ruinosa. «La mirada de un soldado» pensó, mientras intentaba sacudirse un escalofrío.

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