Sagre, capítulo 1.
¿Pero cuál era el motivo de su silencio? ¿Qué pasaba por la mente del pequeño que no pudiese salir de su boca? Phenatos mostró en varias ocasiones su preocupación por la mudez de su hijo, incluso intentó tentarlo a hablar ofreciéndole juguetes a cambio de que Sagre dijera el nombre de estos, pero no surtió resultado, incluso aunque se los quitasen nunca protestaba, ni lloraba cuando accidentalmente se caía o daba un golpe.
Un día de primavera estaba Díadra tendiendo la ropa en el jardín derecho en compañía de su hijo, que la miraba detenidamente, seguía cada uno de sus movimientos con sus ojos azules, Díadra se giraba de vez en cuando para dedicarle una sonrisa y seguir con el trabajo, cuando acabó Sagre le dijo:
-Mamá, ¿Qué son todas esas emociones que siento que no parecen mías pero sin embargo las noto como propias?
Díadra miró a su pequeño sorprendida y llena de una pequeña satisfacción, ella había sido su primera palabra, lo que la sorprendió fueron todas las palabras que vinieron a continuación, no era normal que un ser tan pequeño pudiera usar Alones, ni tan siquiera debería tener los síntomas que estos provocaban a los pequeños Iridianos, la edad normal para tales acontecimientos era entre los tres y los cinco años.
Díadra se agachó para acariciar la mejilla de Sagre y le preguntó:
-¿Hace mucho que sientes ese tipo de cosas?
La respuesta de Sagre no se hizo esperar.
-Desde siempre que recuerde, al principio me asusté un poco, pero me di cuenta que no era yo realmente el asustado, si no que era papá, cuando Megrez se le resbalo un poco entre sus brazos.
En ese momento la confusa madre no supo que hacer, esperaba que su hijo tuviese que enfrentarse a aquello, es más, ella misma no estaba preparada para tener que enseñar a su hijo a usar sus alones, no por el hecho de que fuese una tarea difícil para ella o por que Sagre no fuese a ser capaz de aprender, justamente todo lo contrario, había demostrado ser perfectamente capaz al poder notar los sentimientos de un adulto de forma involuntaria, el problema era que con el tiempo se varía incapaz de controlarle, lo cual, la aterraba, nunca jamás en toda su vida había conocido a nadie que le provocase esa sensación, ya fuese mortal o custodio, esa sensación de fragilidad le resultaba desagradable, muy desagradable, pero mas desagradable le resultó notar que Sagre se apartaba del contacto de su mano, mientras miraba a su madre con unos ojos como platos, las pupilas del tamaño de una cabeza de alfiler y con unas grandes lagrimas cayéndole por las mejillas.
-Te…te…doy miedo.
Fue todo lo que el pequeño tubo tiempo de decir antes de verse envuelto por los cálidos y maternales brazos de su madre.
–Escúchame Sagre –dijo Díadra mientras le aferraba fuertemente contra su pecho-¿Escuchas eso? Es el latido de mi corazón y siempre latirá por ti, se que puedes sentir algo mas en él, dime, ¿Qué es?.
El pequeño intentó resistirse durante poco tiempo, cedió ante aquel sonido rítmico y acompasado que le había acompañado desde el principio de sus días, casi al instante supo lo que su madre quería decir.
–Amor.
Contestó Sagre sin vacilar, madre e hijo se miraron, en silencio, dada la gran capacidad comunicativa de los Iridianos no hacía falta decir una palabra, Díadra sabía todo lo que le quería decirle Sagre y Sagre lo que pretendía decir Díadra, era un momento mágico y único en el que casi no había sitio para nadie más, casi, puesto que Díadra tenía un marido y otro hijo y Sagre tenía un padre y un hermano gemelo, los cuales llevaban observando la escena desde hacía un buen rato sin atreverse a decir nada.
La expresión de Phenatos era insondable, pero todos sabían lo que estaba pensando, una pregunta dirigida a Sagre que tenía pensada hacerle desde hace mucho tiempo, antes de que pudiese formularla este contestó
–Si no he hablado antes ha sido por que no sabía si lo que decía lo decía realmente yo o eran solo manifestaciones involuntarias de los deseos inexpresados de otras personas, con toda esa alegría, pena, dolor, bienestar, angustia y todo el torrente incesante de emociones confusas es difícil saber lo que uno siente realmente.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de Phenatos, en el momento en que fue a dar un paso para acercarse a su otro hijo cayó en la cuenta de que una pequeña mano había estado tirando de su pantalón reclamando atención, se agacho, cogió a Megrez por las axilas, lo levantó del suelo y dejo que se agarrase a su cuello mientras lo sujetaba con su mano derecha, después se dirigió hacia su Sagre, puso su mano izquierda sobre su cabeza y le acarició con ternura.
–Con el tiempo aprenderás a distinguirlo, incluso podrás cribarlas y decidir cuando y que quieres sentir, si quieres puedo librarte temporalmente de esos sentimientos ajenos que tienes.
Pero Sangre rechazó la oferta de Phenatos, ahora que ya sabía que era algo normal no había ningún motivo para deshacerse de un don tan maravilloso que te permitía saber que sentían las personas, no quería renunciar a aquello, o sabría que desperdiciaría una oportunidad de hacer algo maravilloso por los demás.