Sagre, capítulo 8

Sagre, capítulo 8.

Sagre

Sagre

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Zhalón llegó a casa del consejero Nivo. Era una mansión algo más pequeña que la de la consejera Jhala, pero el jardín parecía mayor. La casa estaba rodeada por un alto muro de ladrillo cubierto por enredaderas. La entrada principal estaba protegida con una alta verja metálica que hacía de puerta doble. En la parte alta de la puerta, había dos garras cruzadas, puestas encima de un circulo. Este emblema estaba partido en dos, cada una de las mitades se encontraba en una de las puertas.

 

Dentro del jardín Zhalón pudo ver un camino empedrado que llegaba hasta la puerta de la mansión. El resto del jardín estaba cubierto de hierba bien cuidada y cortada. Unas aves similares a pollos, aunque más grandes y de vivos colores paseaban tranquilamente por los jardines. La plumas de la cola de estas aves era larga. El humano vio como una de estas aves abría su larga cola a modo de abanico, y le pareció precioso.

 

 Disculpe joven, ¿Le puedo ayudar en algo? – Dijo un guardia al ver que Zhalón miraba atentamente la mansión de Nivo.

 

– respondió Zhalón Estoy buscando al consejero Nivo, quisiera hablar con él si fuera posible.

 

¿Quién debo decirle que pregunta por él? – Pregunto el gekjo.

 

Soy Zhalón, un noble de su misma casa – Contestó el humano.

 

¿Podrías enseñarme el colgante que lo demuestra? – Preguntó el guardia con tono descortés.

 

Oh claro por supuesto – Contestó Zhalón sacándose el colgante de debajo de la ropa.

 

Ese colgante es falso – Sentenció el guardia sin apenas mirarlo – No te voy a dejar entrar.

 

Este colgante es verdadero, lo recibí hace unos días – Contestó Zhalón ligeramente molesto.

 

Los Garraespina jamás aceptarían en su casa a alguien que no fuera gekjo – Respondió el guardia con severidad – Si insistes en querer entrar tendré que persuadirte de otra manera.

 

Zhalón  se enfadó. El asunto de los consejeros estaba siendo demasiado arduo y farragoso. Se decidió a dejarlo estar cuando vio que por la calle se acercaba el consejero Nivo. Decidió esperarle en la puerta.

 

Saludos consejero Nivo – Dijo el humano al verle – Soy Zhalón, uno de los nuevos miembros de la casa.

 

Oh, eres tú – Dijo el consejero.

 

Enseguida vio un problema en el plan que establecieron Alec, Jhala y él: «¡No evaluamos la fuerza de esos tres! ¡Es imposible que este enclenque pueda matar al viejo Úlos, no es creíble! Cualquier iniciado en nuestras técnicas de combate lo vería inmediatamente. ¿Me habré aliado con dos débiles que no saben combatir? Sea como sea, lo voy a solucionar ahora». Nivo resolvió:

 

Lo siento, no tengo tiempo de fingir que te tengo aprecio. Guardia, mátalo, tira su cuerpo por ahí y si te preguntan no lo has visto nunca.

 

A la orden Marqués Nivo.

 

Zhalón notó cómo el aire pasaba a través de él y se volvió todo negro y vacío: el guardia clavó su lanza en el pecho del desprevenido humano, atravesando el corazón y saliendo por la espalda. Murió en el acto.

 

Sagre ya había llegado a casa del consejero Alec, el cual lo dejó pasar y dijo que lo recibiría. El iridiano se encontraba esperando en una pequeña habitación que parecía ser un despacho. De pronto Sagre notó un fuerte dolor en el corazón, como si le hubiesen clavado algo ahí, al segundo dejó de doler. Su intuición le decía que había pasado algo, pero no tuvo tiempo de pensar en ello: el consejero Alec entró por la puerta y se sentó en frente de él.

 

Me han dicho que querías verme. Dime, ¿De qué se trata? – Dijo Alec.

 

Creo que no hemos empezado con muy buen pie – Dijo SagreMe gustaría poder limar asperezas: al fin y al cabo, ahora somos de la misma casa.

 

Sí, somos de la misma casa, lo cual no hace diferente el hecho de que no sepamos nada sobre vosotros. – Contestó el consejero.

 

Bueno, eso podemos solucionarlo si charlamos un poco. – Contestó Sagre con una sonrisa.

 

Hay algo que quiero preguntarte, ¿Qué buscas en nuestra casa? Quiero decir: hay treinta y tres casas nobles, siete de ellas humanas, ¿Por qué vinisteis a la nuestra? – Preguntó Alec inquisitivamente.

 

Queríamos mejorar nuestras habilidades de combate. – Contestó Sagre.

 

¿Y por qué no recurristeis a los Pelohirsuto, los Fuerteaullido o a los Tusocruel? Las casas guerreras Konei, ¿Qué me dices de los Colmillo de Plata, los Crin de Hierro, los Garramontaña, los Rompecuerno, los Luzolivares, los Mantoscuro? En fin, casi todas las casas Phantera, por no hablar de los Fuertebarriga, los yrteda -hay un chico yrteda entre vosotros- y finalmente las casas humanas, ¿ No os valen los Acerico, ni los Hombretón, ni los Sangrantes? – Preguntó el consejero Alec con evidente sospecha.

 

Queríamos mejorar en el combate cuerpo a cuerpo. – Contestó SagreEn esos sois los mejores, tengo entendido que vuestras habilidades no tienen rival.

 

¿Sabes que hace especial a un noble, muchacho? – Pregunto el gekjo.

 

No, no lo sé, ¿Qué le hace especial? – Pregunto Sagre.

 

Sus habilidades únicas, cosas que no pueden aprenderse ni enseñarse, son ventajas inherentes de la familia. – Contestó AlecNuestras habilidades de combate se basan en nuestras ventajas como Garraespina, lo que significa que por mucho que os enseñemos técnicas físicas jamás podréis emplearlas tan bien como nosotros.

 

Entonces no entiendo por qué no queréis que las aprendamos. Si como bien tú dices jamás podremos ser rival para vosotros no se qué miedo nos tenéis. – Dijo Sagre.

 

Porque podríais vendérselas a cualquiera y sacar beneficio a costa nuestra, o incluso proporcionar una herramienta más a nuestros posibles enemigos. – Contestó el consejero.

 

Enemigos que según tú no supondrían una amenaza para vuestras habilidades innatas. – Contestó Sagre.

 

La lógica de Sagre hizo que el consejero Alec se quedase sin palabras. Había utilizado sus argumentos en su contra y lo peor es que lo había hecho sin faltar al respeto ni gritarle. Eso le enfureció sobremanera: «¡Niñato presuntuoso, tus palabras no te salvarán dentro de poco!». Sagre percibió esa ira gracias a su alón de empatía: no sabía si prepararse para lo peor. Finalmente, Alec mantuvo la compostura, y manteniendo un tono de voz lo más neutro posible dijo:

 

Está bien, tú ganas. Voy a votar a favor de transmitiros nuestros conocimientos, y además intentaré hablar con los otros consejeros para que voten también a vuestro favor.

 

Muchísimas gracias consejero Alec. – Dijo Sagre lleno de entusiasmo y alegría.

 

Sin embargo no te saldrá gratis, quiero que me des tus tierras, y las de tus amigos. Si no, votaré en contra.

 

Está bien, te doy mis tierras y mis amigos te darán las suyas. – Contestó Sagre.

 

Me alegro de que hayamos podido llegar a un acuerdo. Esta tarde iremos a hablar con Rásoc los cuatro para hacer el traspaso oficial. – Dijo Alec Si me disculpas ahora debería atender otros asuntos: ha sido un placer tener una charla contigo, nos vemos esta tarde. No se te olvide traer a tus amigos al salón de reuniones.

 

Y diciendo esto el consejero se levantó, acompaño a Sagre hasta la puerta de la mansión y miró como se alejaba el custodio de ella, cuando traspasó las verjas cerró la puerta con suavidad.

 

Ya va siendo hora de que despiertes. – Le dijo una voz desconocida a Zhalón.

 

El humano siguió con los ojos cerrados, no tenía sueño, pero le costaba mucho abrirlos. No sabía por qué, pero no los podía abrir.

 

Sé que me estás oyendo, haz un esfuercito hombre, abre los ojos de una vez. – Volvió a decir aquella voz, que parecía ser de un hombre, con un tono que denotaba impaciencia.

 

Zhalón se esforzó mucho por abrir los ojos, todo lo que consiguió fue separar sus párpados un poco, una ligera línea, no le alcanzó para ver nada más que claridad.

 

¡Que abras tus malditos ojos de una vez mequetrefe! – Le dijo la voz enfadada antes de propinarle un fuerte puñetazo en el estómago.

 

El golpe hizo que Zhalón abriera los ojos y se incorporara súbitamente. Parecía que la persona que le hablaba era un hombre humano, pero tenía un aspecto raro: su nariz era larga y puntiaguda, muy larga de hecho, más que los dedos de Zhalón. Sus ojos eran cada uno de un color, unos colores imposibles, el derecho era de color rojo, su pupila era naranja y su esclerótica era de color marrón.

Su ojo izquierdo era de color índigo, su pupila era de color añil y su esclerótica era gris azulada.

 

¿Por qué me miras así? ¿Tengo un ciempiés púrpura en la cara o qué? – Dijo aquel ser.

 

No, sólo es la primera vez que veo a alguien como tú, ¿Dónde estoy? ¿Quién eres? – Preguntó Zhalón.

 

Estás en el mismo lugar donde te tiraron y te desangraste. Quién no es la palabra, la palabra es qué, y soy uno de los Bases de la Diosa Miices. Mi trabajo es recoger almas y llevárselas. – Dijo el ser.

 

¿Estoy muerto? – Preguntó Zhalón sintiendo una punzada de pena.

 

Bueno, te atravesaron el corazón con una lanza, sin romperte demasiado las costillas. Cabe decir que fue un buen trabajo… – Dijo el ser con un tono burlón.

 

Entonces estoy muerto. – Sentenció Zhalón llevándose una mano al pecho, el cual estaba intacto.

 

Ya veo que en vida fuiste una de las personas más inteligentes que jamás han existido. Debió resultarte duro estar tan por encima de las personas, intelectualmente hablando claro, porque tampoco es que fueras muy alto… – Dijo el ser sin disimular un ápice las ganas de mofarse del humano.

 

¿Qué debo hacer ahora? – Preguntó Zhalón.

 

Bueno, aparte de reírse de los recién llegados aquí no hay mucho que hacer. Habrás notado que tus penas, tus angustias y tus agonías han sido eliminadas: nada de eso tiene cabida aquí. Tampoco caben la alegría, la dicha, o el regocijo. No al menos para los mortales….  Pero yo me encargo de animar un poco el ambiente, de hacer que vuestros ratos muertos no estén del todo… muertos. – Contestó el ser.

 

Pues yo me siento bastante triste, no quiero morir todavía. – Contestó Zhalón.

 

– ¡Vaya, pero si tenemos un rebelde aquí! Pues asúmelo: primero, que ya estás muerto; segundo que nadie quiere morir pero así son las cosas. Un día estás vivo y al otro te atraviesan el corazón con una lanza, te envuelven en una alfombra, te arrastran por las calles y te abandonan en el primer callejón poco transitado que encuentran. No se puede hacer nada, es ley de vida. – Dijo el ser.

 

Sagre no permitirá que muera, me encontrará y resucitará. – Dijo Zhalón.

 

No, no lo hará. Tu amiguito el custodio no va a poder hacer nada por ti. Ya llevas un rato muerto, sus poderes no llegan a tanto. Me temo que la primera vez te pudo salvar porque acababas de morir, pero ahora es distinto: tu cadáver está frío. Se acabó. – Contestó el ser.

 

No es justo. – Dijo Zhalón entristecido – Yo pensaba que…

 

– ¡Pues claro que no es justo, idiota! La vida no es justa, la muerte tampoco.  Pero no te preocupes,  pronto me apoderaré de tu alma y dejarás de existir. Tus penas acabarán y yo podré hacer mi trabajo. ¿Ves? Al final todos salimos ganando… – Dijo el ser con una macabra sonrisa.

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