Buenos días Personas, hoy vengo a hablaros del sufrimiento, tranquilos, me refiero al literario.
Parece que el calor se niega a marcharse, al menos donde yo vivo, por lo menos refresca por la noche, algo es algo.
¿Alguno de vosotros es padre o madre? Bien, pues si lo sois sabréis que muchas veces es mejor dejar que los niños y niñas aprendan solos, a base de recibir lecciones de la vida, ese tipo de lecciones que como madres y padres no se les pueden hacer entender, porque hasta que no las padecen nuestros hijos e hijas no comprenden del todo que significan, pero cuando las sufren, se llevan consigo, además de algún golpe, magulladura, quemadura o corte, una valiosa experiencia que les ayudará a madurar y a crecer, convirtiéndose en adultos hechos y derechos algún día.
Pues bien, con los personajes pasa lo mismo: deben sufrir para poder evolucionar, y a los escritores, tanto como a los padres, a veces nos cuesta ver, y hacer, que nuestros personajes sufren, porque les cogemos cariño a nuestras creaciones, pero sabemos que es la única manera que tienen de aprender, además de que para el lector los cambios de actitud y forma de ser del personaje resultan extraños y confusos si no hay una justificación de por medio. Estas justificaciones pueden darse antes o después, ¿Recordáis el fuera de plano?, del cambio en el personaje, pero deben darse siempre, puesto que no hacerlo genera una serie de agujeros en la trama con la que ningún lector o lectora gusta de tropezarse.
¿Debe entonces el escritor convertirse en un sádico torturador de personajes con tal de lograr una buena obra? Pues no necesariamente. Todo debe ir en su justa medida, puesto que cuando una situación se repite en exceso tiende a volverse absurda, y podemos acabar comvirtiendo sin querer una situación sumamente trágica en una escena que bien podria aparecer en la serie «Monty Python’s Flying Circus» y francamente, creo que ningún escritor querría que su obra fuera interpretada de manera tan opuesta a cómo él o ella la ha creado.
Formas de hacer sufrir, y madurar, a los personajes hay muchísimas, tantas como se imagine el escritor, el arte surje en el momento de aplicarlas correctamente de tal manera que nuestra historia se vea enriquecida a través de ellas y nuestros personajes ganen realismo y profundidad.
En el relato «Marco, de los Apeninos a los Andes» Edmundo de Amicis nos cuenta el viaje de un niño de 13 años, que partiendo desde Italia en busca de su madre llega hasta Argentina, dónde la encuentra. Antes del «feliz» encuentro Marco tiene que padecer varias penurias, aunque finalmente madre e hijo logran estar juntos y el cuento tiene un final bonito.
El sufrimiento de Marco hace de alguna manera que el lector se encariñe poco a poco con él y acabe deseando que todo termine bien para él y logre reencontrarse con su madre. Y es que el sufrimiento es una herramienta muy útil para enganchar al lector o lectora, apelando a su humanidad, ademas de que los felices no tienen historias, cuesta mucho más gener empatía con un personaje al que todo le sale bien, puesto que generalmente alguien así acaba generando un rechazo e incluso un odio en el lector, puesto que normalmente a nadie le sale todo bien siempre y al primer intento.
De modo que, toda buena historia necesita su dosis de sufrimiento y si no me creéis pensad en el último libro que hayáis leído y en qué momentos el personaje ha recibido su sesión de varapalos.
Pues por esta semana he terminado de contaros todo lo que os pretendía contar. Volveré el lunes con una nueva entrada.
Sed buenos, un saludo.
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