Sagre, capítulo 16.
1027 DCTR
Mientras, en la cocina de la mansión de Jigsx, Zhalón explicaba a Sagre lo que el yrteda le dijo utilizando la manzana y la luz de una vela. Sagre no tuvo problemas para entender lo que el humano decía, incluso lo acribilló a preguntas que Zhalón no pudo responder; las mismas preguntas que se planteó Jigsx y las cuales hicieron que anotara su hipótesis en un pergamino y lo dejara a buen recaudo. Sagre dejó de preguntar, estaba claro que Zhalón no había pensando en las consecuencias de considerar una Domhan esférica; además, tenía cosas por hacer.
– Escucha, tengo que ir a ver al orfebre, ¿Te vienes conmigo? – Dijo Sagre.
– ¿Y eso? – Preguntó Zhalón – ¿Para qué?
– Encargué un regalo para Jigsx hace unas semanas y voy a ver cómo está. – Contestó Sagre.
– Vale, te acompaño; si me gusta el regalo decimos que es de los dos. – Dijo Zhalón.
– Tenía tan claro que dirías eso que ya pagué la mitad con tu dinero. – Contestó Sagre.
– Bueno, aún así, si no me gusta diré que no tuve nada que ver. – Contestó Zhalón.
El tallar del orfebre Escamagris estaba situado en el barrio comercial de Ispedia. Los Escamagris eran artesanos muy apreciados y reconocidos por su gran talento. Sólo un noble podía permitirse el precio de cualquier artículo que hubiese hecho un artesano de esta casa. Ya fuera una cristalera, un vestido o una espada, si las hacía un Escamagris no cabía duda alguna de que eran las mejores. Había nobles que pagaban muchísimo dinero por tener un objeto único diseñado y fabricado sólo para ellos, y el artesano debía comprometerse a no hacer otro igual para nadie. En algunas ocasiones, como muestra de confianza, los artesanos entregaban los moldes o patrones junto al objeto al noble que lo encargaba; de esta manera podía él decidir qué hacer con ellos, si destruirlos o conservarlos.
Sagre y Zhalón entraron en la tienda del Escamagris al cual le había encargado Sagre el regalo para Jigsx. A nivel de la calle por la que se dirigían los dos se encontraba la planta de la tienda, donde la clientela podía formalizar los encargos y pagarlos mientras admiraban algunas pequeñas artesanías, expuestas en vitrinas, que mostraban la renombrada habilidad de los orfebres que trabajaban en el tallar; un piso más abajo se encontraba el taller mismo, y un piso aún más abajo se encontraban los hornos de fundición y las fraguas.
Estas dos últimas plantas se encuentran mirando a una calle que corre paralela a la que mira la planta superior, permitiendo la iluminación natural del taller, el aireado de los vapores que emanan de los hornos y la entrada de materias primas en carros; todo ello salvando un desnivel que no se ve desde la calle donde Sagre y Zhalón se encuentran, dado que todos los edificios de la misma se construyeron aprovechando el mismo desnivel para conseguir más luz, ahorrar en materiales de construcción y facilitar la carga y descarga de mercancías sin molestar a los clientes.
Había un chico humano joven atendiendo el mostrador: Sagre sabía que era un refugiado de guerra humano. El dueño de la tienda le había dado el trabajo porque en Darlasari trabajaba de herrero, y de momento sólo dejaba que atendiera a los clientes. Unas campanillas tubulares de metal tintinearon al abrir la puerta, y el chico al oírlo miró para ver quién había entrado en la tienda.
– Saludos Don Sagre, saludos Don Zhalón – Dijo el muchacho – ¿En qué puedo ayudarlos?
– Quería ver al artesano Kuninsho, tengo un encargo con él. – Contestó Sagre.
– Oh, cierto, el maestro me dijo que en cuanto llegase usted lo hiciera bajar al taller – Dijo el joven humano – Si son tan amables de seguirme por aquí, por favor. – Dijo el muchacho.
– Perdona que te haga una pregunta – Dijo Zhalón – ¿Por qué lo llamas maestro?
– Porque es un maestro orfebre. Se podía decir incluso que es el mejor del país, nadie trabaja los metales preciosos mejor que el Archiduque Kunisho Escamagris. – Contestó el joven humano.
– Comprendo, ¿Y a ti no te enseña? – Preguntó Zhalón.
– Yo sólo soy un simple herrero plebeyo, mis manos no están destinadas a tocar el oro o la plata salvo para venderlo. Alguna vez fundo los metales, pero no los trabajo. – Contestó el muchacho.
Bajaron las escaleras hasta el taller. Allí se notaba el calor de los hornos de fundición del piso inferior, irradiado a través de las paredes que formaban parte de los tiros de las chimeneas.
En un banco de trabajo encontraron a Kuninsho que grababa con un pequeño cincel algo en el interior de unos anillos de oro; al ver a Zhalón y Sagre dejó lo que estaba haciendo y se dirigió hacia ellos.
– Don Sagre, Don Zhalón, es un honor tenerles a los dos en mi taller. – Dijo Kuninsho – Entiendo que han venido por el asunto del regalo.
– En efecto Su Grandeza Kuninsho, ¿Está listo el collar que encargué para Jigsx? – Preguntó Sagre.
– Por supuesto Don Sagre, justo aquí lo tengo. Permítame que se lo muestre. – Contestó Kuninsho, sacando de un cajón un paño fino y desdoblándolo sobre el banco de trabajo para mostrar el colgante que guardaba.
Este colgante consistía en una placa en forma hexagonal, en la que estaba grabado en relieve el escudo de los Garraespina, utilizando joyas y gemas preciosas: las garras eran de diamantes grises; la parte blanca del fondo estaba hecha de ópalo, y la azul era aguamarina; las cenefa de espinas estaba hecha de ónice. La cadena repetía un diseño de tres gruesos aros de metal, cruzados entre si y unidos a otros cuatro aros cruzados, hasta medir algo más de cincuenta centímetros de largo, para entrar por la cabeza con holgura y acomodarse bien en el cuello, dejando colgar la placa hexagonal a la altura del pecho. Tanto la placa como la cadena estaban hechos de platino.
– Caray, que buen trabajo, es un colgante precioso. – Dijo Zhalón – Estoy seguro de que a Jigsx le encantará.
– Opino lo mismo – Dijo Sagre – ¿Pusisteis la inscripción que os pedí?
– Pos supuesto Don Sagre – Dijo Kuninsho girando el colgante – Léala usted mismo para ver qué le parece.
Sagre tomó el colgante y miró la inscripción de la parte de atrás, en ella rezaba: «Que tu corazón sea tan noble como la casa a la que representas y tus intenciones tan loables como los ideales que persigues »
– ¿Se te ha ocurrido a ti esa inscripción? – Preguntó Zhalón al leerla.
– Sí, ¿Te gusta? – Pregunto Sagre.
– Me encanta, estoy seguro de que Jigsx apreciará muchísimo este regalo. – Dijo Zhalón.
– También he terminado el otro objeto que me encargó, Don Sagre. – Dijo Kuninsho.
– ¿Tan pronto? – Pregunto Sagre – Pensé que al ser un encargo especial tardaría un tiempo.
– Bueno, si bien era algo inusual, una vez vislumbré la manera de hacerlo fue bien simple. – Dijo Kuninsho.
– ¿Qué más has encargado? – Preguntó Zhalón.
– Ya lo verás. – Contestó Sagre.
Kuninsho sacó de un cajón otro paño fino, que al desplegarlo sobre el banco reveló una especie de anillo doble; cada uno de los anillos que lo componían estaba compuesto por dos colores: el primero era debido al oro blanco y el otro al oro rojo. Cada anillo alternaba los colores de tal manera que las partes de oro blanco de cada uno no tocaba las partes de otro blanco del otro, sino las de oro rojo. Kuninsho separó ambos anillos, dejando ver unas muescas que habían permanecido ocultas: estas muescas encajaban a la perfección con unas hendiduras hechas en los anillos, cada anillo tenía muescas y hendiduras para poder encajar mejor.
Entonces el maestro orfebre entregó un anillo a Sagre y otro a Zhalón. Dentro de los anillos había una inscripción: el nombre del otro.
– Este anillo es para ti Zhalón – Dijo Sagre – Porque tú me complementas.
– Y tú me complementas a mi Sagre.
Entonces los dos se abrazaron y se besaron. Kuninsho sonrió complacido por ver que su obra había logrado hacer felices a sus clientes.
Zhalón estaba muy feliz con aquel regalo, abrazado a Sagre y besándolo. De pronto notó una extraña mezcla de incomodidad, de tensión, de vergüenza, de querer mirar hacia otro lado. Pero esos sentimientos no los sentía como suyos, sino como si fueran de otra persona. «¿Por qué estoy sintiendo eso?», se preguntó. Entonces dejó de besar a Sagre y miró al dependiente humano, que estuvo junto a ellos en todo momento para acompañarlos en el taller: su musculatura estaba muy tensa; su mirada estaba mirando con forzada determinación el banco de trabajo.
– No es que me importe mucho, pero dime, ¿Qué problema tienes con nosotros? – Dijo Zhalón.
– No tengo ninguno señor. – dijo el muchacho, asustado.
– Claro que lo tienes, estás tan tenso que podrías partirte de un momento a otro. – Dijo Zhalón.
– Zhalón déjalo estar. – Dijo Sagre.
– No, no voy a dejarlo estar – Contestó Zhalón – ¿Sabes cuál es tu problema? Que quieres creer lo que nos decían en Belmonte de cómo teníamos que ser; pero no puedes, ni debes.
– Disculpe Don Zhalón, pero creo que mi taller no es el mejor lugar para este tipo de discusiones. – Contestó Kuninsho, algo incomodado por la súbita y aparentemente inexplicable reacción del humano.
–Con todos mis respetos Archiduque Kuninsho, creo que estoy en mi deber exigir una satisfacción si uno de sus empleados, plebeyo, me ofende a mí, noble, y eso es justo lo que estoy haciendo. – Dijo Zhalón sin gritar ni alterarse.
– Tiene usted razón Don Zhalón, pero es mi deber reprender a este joven. – Contestó Kuninsho,
– Lo que este chico necesita no es una reprimenda, lo que necesita es aceptarse como es. – Dijo Zhalón.
El joven humano pareció muy afectado por aquellas palabras; tanto que su mirada quedó perdida, su piel se tornó pálida, su musculatura tensa flojeó y lo hizo tambalearse y caerse sentado al suelo.
– ¿Te encuentras bien? – Le preguntó Kuninsho, preocupado, mientras lo ayudaba a ponerse de nuevo en pie.
– Si, es sólo que me he mareado, debe ser el calor. – Contestó el muchacho, intentando retomar la compostura.
– Oye, estas un poco pálido, ¿No quieres salir a fuera? – Le preguntó Sagre.
– Si – Respondió el muchacho – Creo que me vendrá bien tomar aire fresco.
– Si bajáis las escaleras podréis salir a la calle más fácilmente, cerca hay una fuente. Bebe un poco de agua para refrescarte. – Dijo Kuninsho.
Entonces Sagre y el muchacho bajaron las escaleras, en el piso de abajo hacía más calor, allí estaban los hornos, pero ese piso daba directamente a la calle y justo en frente, tal y como dijo el gekjo, había una fuente de agua.
– Así que tienes al humano acogido bajo tu protección. – Dijo Zhalón.
– Sí, es un buen muchacho, muy trabajador. – Contestó Kuninsho.
– Me ha comentado que no le dejáis trabajar en el taller haciendo joyas, que sólo vende en la tienda o como mucho prepara el metal fundido. – Dijo Zhalón.
– Claro que no puede– Dijo Kuninsho – Un plebeyo no puede trabajar en la orfebrería de un Escamagris, la calidad de nuestras obras de artes se vería afectada. Nuestro honor y prestigio caería en picado.
– Es decir, que pese a reconocer su talento, no le dejáis que trabaje porque no es noble. – Dijo Zhalón.
– Vos deberíais de entenderlo Don Zhalón, también sois noble. – Contestó Kuninsho.
– Yo compré mi título de noble – Contestó Zhalón – Y creo que el muchacho, a base de dedicación y esfuerzo, podría conseguir lo mismo que un Escamagris.
– Tal vez, pero habría que hablar con el Rey Alarán y pedirlo formalmente. Además, tiene un coste. – Contestó Kuninsho.
– Yo me encargaré de todo, tanto de hablar con el Rey Alarán como de pagar lo que cueste la aceptación del chico en la casa Escamagris. – Contestó Zhalón.
–¿Y por qué haríais vos eso? – Preguntó escéptico Kuninsho – Creí que os habíais sentido ofendido por él.
– Como dije, el muchacho sólo necesita aceptarse como es, y pienso hacer todo cuanto esté en mi mano para que eso suceda. Por cierto ¿Cuál es su nombre? – Preguntó Zhalón.
– Se llama Orafo. – Contestó Kuninsho.
– Bien, pues me encargaré de que Orafo se convierta en un respetable miembro de vuestra casa. – Contestó Zhalón.
– No entiendo que ganáis con todo esto Don Zhalón. – Dijo Kuninsho.
– ¿Qué gano? – Preguntó Zhalón – Aliados, amigos, camaradas, llamadlo como queráis. Haciendo eso tengo contentos tanto a Orafo, a vos, como al Rey y vuestra casa; además de ser un voto de confianza y una oportunidad para el muchacho.
– Entiendo, pretendéis ganaros la gratitud y el respeto de vuestros semejantes – Contestó Kuninsho – ¿Sabeís? Úlos hacía exactamente lo mismo. Si vais a seguir su ejemplo os aseguro que encontraréis en mí un amigo.
– Entonces tuteémonos Archiduque Kuninsho. – Contestó Zhalón.
– Cómo gustes Caballero Zhalón. – Contestó Kuninsho.
Y ambos siguieron hablando un rato como amigos. El maestro orfebre aprovechó para enseñarle el taller a Zhalón.
Mientras, Sagre estaba fuera con Orafo, el cual se había recuperado del efecto que involuntariamente produjo Zhalón en el joven.
El iridiano había percibido qué había sucedido. Sabía qué era lo que había hecho Zhalón sin proponérselo, y todo era debido al Alón de Empatía: primero Zhalón había podido escuchar el corazón del joven y sentir la cantidad de conflictos internos entre ser y deber, tan comunes en las gentes de Belmonte; y luego forzó la resolución de sus conflictos internos, dando una oportunidad a Orafo para ser feliz consigo mismo.
Sagre no entendía cómo Zhalón era capaz de usar un Alón, aunque fuera inconscientemente. Tal vez todo formaba parte del plan de Iria: dotar a Zhalon de habilidades extraordinarias con las que cumplir sus designios. Tal vez por eso Jigsx era también tan poderoso: porque la Diosa así lo había querido.
Sagre también observó que Zhalón había ayudado al muchacho en lugar de reprenderlo. Puede que le sentase muy bien tener el Alón de Empatía, así podía ponerse más en el lugar de los demás y retener su impulsividad. Parecía que la Diosa tenía muy claras sus jugadas, llevaran adonde llevaran.