Megrez, capítulo 5.
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Después del desayuno y de plantar la semilla del fruto eléctrico, y en cuanto sus padres como Sagre se marcharon, decidió ir a ver a Heasse : al fin y al cabo ella aún tenía su hacha y él quería recuperarla, además de que así podía hablar con ella.
En lugar de parpadearse en su casa decidió que iría caminando, junto a Yans. Comenzaba a hacerse a la idea de que algún día se separarían, pero prefirió no pensar en eso y disfrutar de cada momento que pasasen juntos: a fin de cuentas el lobo boreal era su mejor amigo y parecía entenderle de una manera en que nadie podía, como si fuesen muy parecidos. Casi era como si la existencia de Yans estuviese ligada a la de Megrez. Él fue quien le salvó la vida el primer día en que se conocieron, si a eso se le puede llamar conocerse; la manera en que uno dio con el otro fue muy extraña, era casi como si alguien lo hubiese mandado a aquella casa a por él. Tal vez el destino había querido darle a él un propósito determinado mucho antes que a su hermano Sagre, o tal vez todo fuesen simples casualidades que se resolvieron de la forma más favorable para todos: al fin y al cabo los lobos boreales habitan en los bosques que rodean Irdresma y más al sur, en las montañas cercanas a Darlasari, donde abundan.
Megrez se quedó asombrado: nunca había oído hablar de ese pueblo pero por algún motivo ahora le resultaba familiar. De alguna extraña forma había escuchado nombrarlo perfectamente en su cabeza, pero con otra voz, una voz cargada de buenos recuerdos sobre aquel lugar. Se preguntó si era eso lo que su hermano sentía en todo momento gracias a la empatía, o más bien por culpa de ella: le resultaba extremadamente molesta, era una intrusión en sus pensamientos; no se le había perdido nada en Darlasari, podía vivir igual de feliz sin saber la existencia de aquel pueblucho. Absorto en sus pensamientos llegó a casa de los padres de Heasse sin darse cuenta.
Heasse estaba en jardín de su casa, al ver a Megrez le saludó con la mano y una sonrisa. El joven se alegró de la reacción de la chica y sonrió también, se acercó hasta ella y le dio un beso en la mejilla.
– Supongo que vienes a recuperar tu hacha -Dijo Heasse .
– Eso y a verte – Contestó Megrez.
– Oh gracias – Dijo Heasse algo ruborizada – Siempre es agradable recibir visitas.
Megrez se ruborizó también, por estar con Heasse y por estar con él mismo. Aquel rubor le venía directamente de Heasse , y fue la cosa más extraña que Megrez había sentido hasta la fecha: sentirse ruborizado de si mismo, su sola presencia le gustaba, aunque él fuese cinco años menor. Intentó parar aquello: ¡Él no era cinco años menor que su propia persona!. Estaba claro que era Heasse la que pensaba esas cosas. Intentó luchar, evitar leer la mente de forma tan descarada e involuntaria a Heasse , pero no pudo: por un lado quería ser respetuoso, por el otro ardía en deseos de conocer lo que Heasse pensaba de él. Y ella sabía que Megrez estaba conectada ahora mismo con sus pensamientos, pero no le importó, le dejó ver hasta el más mínimo detalle de sus sentimientos por él: lo amaba, desde hacía tiempo. Ella había sentido la vibración antes que él y sabía lo que significaba, que estaban destinados a estar juntos, ya que no existía, ni existiría nunca una persona con la que tuviera tal compenetración, tal gozo de amar, tantas ganas de esforzarse por ser mejor persona, de darlo todo, de cuidarle, de entenderle…. Cualquier cosa compartida junto a esa persona sería la mejor experiencia jamás vivida y lo sería siempre, como una llama eterna, que siempre brillaría gracias a los dos.
Sí, Heasse sabía por qué sonaba la nota «La» cada vez que se tocaban: ese sonido era producido por el Saolstirgh de sus almas sonando en perfecta sincronía armónica, y le pasaba a cada custodio, sin excepción, nunca había fallo alguno en eso. Por supuesto podían enamorarse de alguien con quien no se sintiera la vibración y ese amor sería igualmente verdadero, pero un amor acompañado de aquel maravilloso sonido no tenía igual; lo mejor es que solo las dos personas escuchan esa vibración, puesto que sólo les atañe a ellos. Nadie puede averiguar si dicha vibración ha tenido lugar o no entre dos amantes, salvo que se lo digan ellos o utilicen métodos poco ortodoxos como leer su mente u otros métodos hostiles de obtener información.
Heasse sabía que Megrez había entendido perfectamente lo que significaban las vibraciones que sentían ambos, y también sabía que Megrez no estaba listo aún para iniciar una relación seria: sólo tenía diez años. Pero nada les impedía ser amigos, Heasse estaba dispuesta a esperarle el tiempo que necesitara: ser amigos era mejor que nada.
Hubo un largo silencio. No había nada que decir: cada pensamiento que los dos tenían en aquel momento era transmitido al otro al instante, no era necesaria la conversación. Pero Heasse estaba empezando a cansarse de aquello, no era nada agradable quedarse de pie, en silencio, sin hacer otra cosa que mirarse el uno al otro.
– Podríamos ir a algún sitio si te apetece – Dijo Megrez.
– Creo que Darlasari lleva un rato rondando en tu cabeza, podríamos ir para ver qué es. – Dijo Heasse .
– Sabes que es el sitio al que menos me apetece ir, esa intrusión ha sido muy molesta. – Contestó Megrez.
– Sí, lo sé. – Dijo Heasse – Pero a veces este tipo de filtraciones llevan a algo, a veces no ocurren por azar.
– También resulta molesto saber qué vas a decir antes de que lo digas y que tú sepas lo que diré yo. – Dijo Megrez – ¿Crees que podríamos desactivar la empatía y tener una conversación tradicional?
– Si es lo que quieres por mi estupendo, también me estaba empezando a cansar. – Contestó Heasse .
Y ambos se quedaron en silencio, concentrándose para anular el vínculo que les unía, aunque les costó un poco dado que una parte de ellos no quería hacerlo. Al final lo consiguieron.
– Entonces, ¿Crees que debemos ir a Darlasari para intentar averiguar por qué se me ha metido esa emoción tan fuerte con ese pueblo? – Preguntó Megrez.
– Sinceramente sí – Contestó Heasse – Además, Darlasari es una villa noble, allí viven con mucho lujo. Hay muchas tiendas y posadas, en algunas puedes tomarte un café sentado en mesas que tienen en la calle… Es una delicia.
– Vale, ya veo que te hace ilusión ir – Dijo Megrez – Pero, ¿Qué es el café?
– Es una infusión que se obtiene a partir de las semillas tostadas y molidas de un arbusto llamado cafeto – Contestó Heasse – A las cabras les encantan esos frutos.
– ¿Entonces está bueno el café? – Preguntó Megrez – ¿A qué sabe?
– Está bueno, al menos a mí me gusta, tiene un sabor amargo. Deberías probarlo. – Contestó Heasse .
– Lo haré. – Contestó Megrez.
Y ambos se parpadearon hasta un lugar cercano a Darlasari, a una media hora a pie, para no llamar la atención apareciendo de repente. Buscaron una taberna con terraza que fuera del agrado de Heasse , se sentaron allí y pidieron dos cafés.
– ¡Puaj!, Esta cosa es muy amarga, no sé cómo puede gustarte, es horrible. – Dijo Megrez cuándo probo el suyo.
– El café – Dijo Heasse dando un sorbo del suyo, haciendo una pausa – es un gusto adquirido. Si no te gusta solo, puedes tomarlo con leche y /o azúcar.
Megrez fue al interior de la taberna para pedir leche y azúcar.
– ¿De qué quieres la leche? – Preguntó el tabernero.
– ¿De qué la tenéis? – Preguntó Megrez.
– La tenemos de vaca, de cabra, de oveja, de yegua, de burra, de camella, de cebra, leona, gueparda… la lista es muy larga, si es un animal que amamante a sus crías tenemos leche de ella, estás en la taberna mejor surtida en cuanto a lácteos se refiere. – Contestó el tabernero.
– No sé, elije tú – Contestó Megrez – No soy un experto en esto, sorpréndeme.
Y el tabernero mezclo varias leches y natas en una jarra de peltre, lo calentó al fuego y se la sirvió a Megrez en una jarra fría para que pudiera cogerla sin quemarse, volvió a fuera para sentarse a la mesa con Heasse y se la encontró sacando varios trocitos redondos de metal de diferentes tamaños y colores.
– ¿Qué haces? – Preguntó Megrez.
– Estoy sacando el dinero para pagar – Contestó Heasse – Estas cosas son monedas, sirven para obtener bienes y servicios, como por ejemplo los cafés que nos hemos tomado hace un rato.
– ¿Y quién ha decidido el precio de las cosas y que esos trozos de metal vale tanto como esas cosas? – Preguntó Megrez.
– Verás, es muy complicado – Contestó Heasse – El valor de las cosas lo decide el mercado. De forma simple: cuánto hay de algo en concreto, cuánta gente está dispuesta a venderlo, cuánta a comprarlo y a qué precio.
– Ajá, ¿Y el valor de las redondas de metal quién lo ha decidido? – Preguntó Megrez.
– Eso es más sencillo, las monedas valen exactamente lo que el metal de que están hechas. A más metal y más valioso este, más valor tienen las monedas. Las de cobre valen una, dos o cinco Laliras, según su tamaño; lo mismo para con las de hierro que valen diez, quince o veinticinco; estas tan grandes de estaño valen cincuenta, setentaicinco y cien; las de plata valen doscientas, trescientas y quinientas. De todas formas cada moneda tiene su valor grabado, no hay que preocuparse por eso. – Contestó Heasse .
– Pero algunas monedas son muy grandes – Dijo Megrez – ¿No podrían hacerlas más pequeñas pero de metales más valiosos?
– Bueno, antes de la guerra de ocupación del país que está al noreste de Belmonte las monedas eran de cobre, plata ,oro y platino. La plata fue sustituida por hierro, el oro por estaño y el platino por la plata. Aquella guerra fue muy dura para el país, de modo que la reina Vidara decidió cambiar el metal de las monedas, más que nada porque se llegó a un punto en que el valor del metal era de cuatro o cinco veces el valor de la moneda. – Contestó Heasse.
– ¿Y para qué hizo eso? – Preguntó Megrez
– Supongo que para evitar que la gente fundiera las monedas y tuviera mucho más dinero del que en realidad tenía. Antes de la guerra nadie ganaba nada fundiendo el metal para hacer lingotes. De hecho, si juntabas diez monedas cuyo valor fuera el máximo de cualquier metal, y las fundías en un lingote, ése era perfectamente válido como moneda y mucho más fácil de manejar a la hora de comprar y vender cosas muy caras. – Contestó Heasse .
– ¿Cuánto cuesta un café? – Preguntó Megrez.
– Depende – Contestó Heasse – Los de aquí doscientas Laliras cada uno, lo normal son veinte Laliras por uno decente. En algunos lugares venden agua marrón por cinco Laliras o menos, pero me niego a llamar a eso café.
– ¿Cómo es que varían tanto los precios? – Preguntó Megrez – Este sitio es diez veces más caro que lo normal…
– Porque aquí sirven cafés muy buenos y seguro que has notado la gran variedad de leche que ofrecen, eso no lo ofrecen en cualquier taberna. – Contestó Heasse .
Megrez dejó de prestar atención en cuanto vio que por la calle venía un hombre altísimo y de musculatura muy desarrollada, acompañado de otro de estatura y constitución normal seguido por otro hombre algo más bajo y de constitución delgada. Los tres parecían humanos. Era la primera vez que el joven iridiano veía a alguien tan alto, aquel hombre debía superar los tres metros de altura.
– Ese hombre de ahí – dijo Heasse señalando al humano de estatura normal – Es el Rey Elan. El hombre enorme es Arrael, a quien acaban de nombrarlo Mariscal de Belmonte. El otro no sé quién es, pero no es humano: lo parece muchísimo, pero huele muchísimo a mar, como si se hubiese pasado décadas sumergido en él, y en sus pupilas además le crece una espiral, seis vueltas alrededor del centro. Definitivamente no es humano, no al cien por cien.
– Tienes razón – Dijo Megrez – Ahora que están más cerca puedo oler el intenso olor a mar que despide ese hombre. En cuanto al otro, Arrael, ¿Es muy frecuente que haya humanos tan altos y corpulentos?
– No, de hecho ese hombre pertenece a una casa noble llamada Hombretón, todos los de esa casa suelen ser altos y fuertes. – Contestó Heasse .
– ¿Podía ser el hombre de los ojos raros un noble también? – Preguntó Megrez.
– Hasta donde yo sé no – Contestó Heasse – Sólo hay siete casas nobles humanas. El Rey Elan es miembro de la Colmelloso; las otras seis son: Abulista, Acerico, Alborada, Arcanista, Hombretón y Sangrantes. Conozco las capacidades especiales de cada una de ellas, y no hay ninguna que se parezca a los rasgos que presenta este hombre.
– ¿Y si fuera un híbrido entre humano y otra raza? – Preguntó Megrez.
– Es posible – Contestó Heasse – Pero no conozco ninguna raza que viva en el mar y tenga las pupilas en espiral, es la primera vez que veo algo así.
– Al final sí que ha sido buena idea venir a Darlasari, podemos volvernos invisibles y seguir a esos tres hombres. – Dijo Megrez.
– De acuerdo, pero déjame que primero pague los cafés. Luego iremos a algún lugar discreto para hacernos invisibles sin llamar la atención. – Dijo Heasse .
Y después de pagar fueron a esconderse detrás de la taberna. Allí se hiceron invisibles y se dispusieron a seguir al Rey Elan, a Arrael y al extraño hombre de pupilas circulares, para averiguar más cosas sobre él.