Megrez, capítulo 11

Megrez, capítulo 11.

Megrez

Megrez

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Cuando Phenatos se repuso de su último diálogo con Yans, se parpadeó de vuelta a su casa. Su mujer estaba a pocos metros delante de él, con cara de preocupación.

Me ha parecido que gritabas, ¿Te encuentras bien? – Preguntó Díadra.

Sí, estoy bien, no ha pasado nada. – Mintió Phenatos.

Te sale sangre de la nariz – Dijo Díadra arqueando una ceja.

Oh, esto… Me he dado un golpe, no es nada. – Dijo Phenatos conservando la calma.

Pues ha tenido que ser un golpe contra la sustancia más dura y de la forma más imprevista posible. – Dijo Díadra con tono jocoso.

Pues sí, ha sido tal y como dices. – Dijo Phenatos, conservando aún la calma pero bastante alterado interiormente.

Me estás mintiendo, no creas que no me doy cuenta – Dijo DíadraPero sé que tú nunca me mientes sin tener un buen motivo, así que no te preguntaré nada más. Asumiré que es algo que no quieres que sepa.

 

Gracias. – Dijo Phenatos, el cual se sentía aliviado de no tener que seguirle mintiendo a su esposa.

Sea como sea, si te ha hecho sangrar no hay muchas opciones: o bien te has dejado, o bien es algo tan poderoso que preocuparse sería un acto de futilidad – Dijo Díadra ¿Lo primero, o lo segundo?

 

 Lo segundo – Dijo Phenatos sin alterar su voz. Pero la poca tranquilidad que consiguió se desvaneció. Sólo había cambiado el estilo del interrogatorio.

Y dime, ¿Ese peligro vive aquí en Irdresma o es de otra parte? – Preguntó Díadra.

Aquí, en el pueblo. – Dijo Phenatos sin que se le notase alteración ninguna en la voz, pero maldiciendo mentalmente la perspicacia de su mujer. «No me hagas hacer esto, por favor…»

¿Y vive cerca de nuestra casa? – La preguntó Diadra.

¿Te apetece olvidarte del tema y que vayamos a ver la puesta de sol solos tu y yo? – Preguntó Phenatos. Pero no era una pregunta corriente: a través de ella usó la Mesmerización, un ataque directo a la voluntad de Díadra. Durante la formulación de la pregunta pensó en el efecto excacto deseado: que olvidase la conversación y borrase de su mente el recuerdo de su marido sangrando.

Me apetece olvidarme del tema y que vayamos a ver la puesta de sol solos tu y yo – Contestó Díadra con tono plano y robótico.

La respuesta confirmó a Phenatos que había tenido éxito borrándole la memoria. Pronto se le ocurriría cómo rellenar ese vacío a base de recuerdos falsos pero verosímiles.  Aunque la estaba protegiendo de ella misma, se sentía como una sabandija por tener que engañar a Díadra de esta manera. Ambos se parpadearon en la playa situada al norte de Irdresma, se sentaron en unas rocas y se quedaron contemplando el sol, que cada vez estaba más cerca del mar.

Mientras tanto, Heasse y Megrez estaban nadando desnudos en la gran bañera de piedra de los padres de él. Yans también estaba con ellos.

Hoy hemos hecho algo que seguro ha puesto contenta a la diosa Miices – Dijo el lobo.

– ¿Crees que nos recompensará? – Preguntó Megrez.

Es probable, ¿Qué te gustaría pedirle? – Preguntó Yans.

Pues no se – Dijo Megrez con tono pensativo – Tal vez un arma, más Saolstirgh, o incluso más y mejores dotes de muerte con las que seguir ganando su favor, ¿Qué te gustaría pedir a ti, Heasse?

 

Creo que yo pediría la dote de Vida, siempre he querido tenerla.  Debe ser genial. – Dijo Heasse.

Sagre la tiene, nunca le he visto hacer nada interesante con ella. – Dijo Megrez.

Bueno, es una dote útil, pero exige mucha responsabilidad usarla. Puedes causar mucho bien y también mucho mal con ella. – Dijo Yans.

¿Tú qué pedirías? – Le preguntó Megrez a Yans.

Sólo tengo un deseo:  Sádar. – Dijo Yans.

¿Quién es? – Preguntó Heasse ¿Es alguien importante para ti?

 

Es la criatura a la que más quiero en la vida. Ella es mi compañera. – Contestó Yans.

No sabía que tuvieras una esposa. – Dijo Megrez.

Nunca me has preguntado. – Dijo Yans.

¿Por qué no está ella contigo? – Preguntó Heasse.

Porque tiene cosas importantes que hacer, pero pronto  podrá reunirse conmigo. – Dijo Yans.

¿Significa eso que te vas a ir de esta casa? – Preguntó Megrez con tristeza.

No, te prometí que me quedaría contigo. Será ella la que venga aquí. – Contestó Yans.

¡Eso es fantástico! – Dijo Megrez lleno de entusiasmo – Seremos uno más en la familia, me muero de ganas de contárselo a papá y a mamá.

 

Ellos ya lo saben, de hecho tengo su permiso. – Dijo Yans.

Fantástico, estoy deseando que llegue, ¿Para cuándo tiene previsto venir? -Preguntó Megrez.

Primavera, como muy tarde principios de verano. – Contestó Yans.

Falta aún medio año entonces. – Dijo Heasse.

Con un poco de suerte tal vez llegue incluso antes de que acabe el invierno, pero dudo mucho que pase eso. – Contestó Yans.

¿Por qué no te metes en la bañera con nosotros?  – Preguntó Megrez.

No, que lo llenará todo de pelo. – Dijo Heasse.

Si ese es el problema puedo adoptar forma humana. – Dijo Yans, al momento se convirtió en un humano alto, joven, de hombros anchos, no muy musculado y delgado. Estaba desnudo, y al terminar de transformarse, su entrepierna acabó a la altura de los ojos de Heasse, la cual se apartó asustada y un tanto violentada.

– ¡Guau, no sabía que podías hacer eso! – Dijo Megrez.

Yo tampoco – Dijo Heasse, algo molesta y sonrojada – Pero me sentiría mucho más cómoda con tu forma de lobo…

 

Puedo volver a cambiar – Dijo Yans mientras adoptaba su aspecto habitual.

Cuando volvió a su forma de lobo saltó a la bañera, para alivio de Heasse no soltó ningún pelo en el agua.

El lobo se quedó pensativo: se sentía mal por haber herido a Phenatos  y esperaba no tener que hacer nada a Díadra. Él solo estaba allí porque era lo que pidieron: se presentó voluntario porque vio una gran oportunidad de complacer a Miicies para así poder pedir un favor directamente a ella. Pero no sabía en qué se estaba metiendo, y aún ahora no tenía muy claro por qué debía estar con Megrez  ni qué consecuencias tendría. Sólo sabía que tenía que ser testigo de toda su vida, hasta que le dijeran la contrario; especialmente de sus usos de la dote de Muerte.

Sobre esta dote Yans debía hacer de tutor al iridiano; tenía permiso para enseñarle nuevos caminos y usos de las diferentes ramas de la dote, así como incentivarle a encontrar sus propios usos y a combinar otras dotes con la de Muerte para lograr efectos diferentes. Acerca de Sagre, ya le advirtieron que no debía meterse en medio, que él tendría también su guía y que la labor que le aguardaba era más compleja y extraña. Nadie le dijo de qué se trataba a Yans, pero dados los acontecimientos y las acciones que el joven custodio había hecho, y las decisiones que había tomado, no cabía ninguna duda de que Iria tiene planes para Sagre.

Pasaron unos meses, llegó la primavera y con ella una nueva abundancia. Los árboles que rodeaban Irdresma estaban todos repletos de hojas de un color verde brillante, Algunos de ellos, los frutales, estaban repletos de flores multicolor. El árbol que habían plantado en su jardín había crecido un poco, hasta llegar a la altura de medio metro. Su tronco aún era muy delgado, de color lila oscuro, aún no tenía hojas, pero se le intuían algunos brotes lilas en la punta.

Una mujer humana llamó a la puerta de la casa de Díadra y Phenatos. Su pelo era de color cobre, sus ojos verde oliva, su piel era muy blanca; a simple vista no tenía lunares y era toda del mismo tono de blanco.  Por su aspecto daba la impresión de que aquella mujer vivía en un lugar con poco sol. Phenatos abrió la puerta extrañado, puesto que nunca nadie había llamado antes de entrar: toda la gente de Irdresma era lo suficiente conocida como para no necesitar hacerlo. Simplemente abrían la puerta, entraban y saludaban, o se parpadeaban dentro de la vivienda.

Hola, ¿Puedo ayudarle en algo? – Pregunto amablemente Phenatos.

Sí, mi nombre es Sádar, estoy buscando a Yans, creo que vive aqui. – Dijo la mujer.

No sabía que fueras… bueno…  así. Esperaba un lobo, como Yans. – Dijo Phenatos sorprendido.

Y lo soy, ¿Puedo pasar? – Dijo Sádar.

Oh disculpa, claro, pasa. No estoy acostumbrado a que la gente llame a la puerta. – Dijo el iridiano.

¿Por qué? ¿Es que acaso no tenéis modales en esta realidad? – Dijo Sádar.

¿Realidad? ¿A qué te refieres? Y por supuesto que tenemos modales, lo que pasa es que en este pueblo todos somos amigos o familiares, y no hay necesidad de llamar a las puertas. La gente entra dado que siempre es bien recibida. – Dijo Phenatos.

Oh, que costumbre más rústica, es encantadora. Respecto a lo que es una realidad, ya te lo explicaré en otro momento. Tal vez dentro de tu casa, si es que te apartas algún día de en medio y me dejas pasar. – Dijo Sádar con una sonrisa burlona.

Phenatos se dio cuenta de que aunque le había dicho que pasase no se movió ni un centímetro y siguió hablando con ella. Se disculpó mientras caminaba hacia dentro, seguido por Sádar. En el salón de la casa estaba Díadra sentada en un sillón afilando una espada,  y Yans que dormía panza arriba delante de la apagada chimenea. Sádar sonrió de alegría al ver a su marido, le abrazó mientras se transformaba en loba y le besó.

Yans no se despertó, entonces Sádar decidió quedarse dormida junto a él. Díadra y Phenatos observaron la escena con ternura.

Mientras, en el jardín Heasse estaba enseñándole a Megrez a mejorar su alón de parpadeo. El joven iridiano hacía todo lo posible por mejorar. Heasse  le pedía a Megrez que trajera piedras de algún lugar lejano, el debía llegar y volver en el menor número de saltos y hacer que la piedra volviese entera. Megrez podía hacer una cosa u otra, pero no las dos: cuanto más tardaba en hacerlo más intacta quedaba la piedra, cuanta más prisa se daba más añicos se hacía esta. Aquello desesperaba al muchacho.

Ten paciencia Megrez – Le decía Heasse todo es cuestión de encontrar el equilibrio, es que vas de un extremo al otro. Cuando encuentres un punto medio tendremos una referencia desde donde empezar a mejorar tus habilidades.

 

Pero aquello no animaba a Megrez, lo desesperaba más, tanto que estuvo a punto de dejarlo correr por hoy. Sin embargo logró reunir paciencia y valor, respiró hondo, se calmó y lo volvió a intentar. Tardó veinte segundos en ir y volver, con tres saltos de ida y tres de vuelta y la roca sólo estaba partida en dos trozos.

¡Bien hecho Megrez! – Le felicitó efusivamente Heasse Sabía que lo lograrías, creo que es hora de tomarnos un pequeño descanso. Luego seguiremos desde ahí.

 

Gracias – Dijo Megrez sonriendo – Sí, creo que nos hemos ganado un descanso.

 

Megrez miró al suelo a su alrededor, había practicado tantas veces su parpadeo que el suelo estaba tan lleno de polvo, piedras y guijarros que no se podía ver la hierba. Cuando entraron a casa vieron a sus brazos en el sofá, Diadrá se acercó a Megrez nada vas verlo entrar.

Estás todo cubierto de polvo, ¿Qué habéis estado haciendo? – Le pregunto Díadra.

Hemos estado practicando el parpadeo. – Contestó timidamente Megrez.

¿Dónde? ¿En una cantera? – Preguntó Díadra   algo enfadada.

Heasse dijo que sería buena idea, que me ayudaría a mejorar. – Contestó Megrez algo más cohibido.

Entonces espero que haya funcionado, pero si tienes hambre vas a tener que ducharte antes de comer. – Dijo Díadra.

Entonces Megrez se fue hacía el baño para darse una rápida ducha, sólo con agua. No tenía sentido lavarse a fondo si luego iban a seguir entrenando.  Heasse se quedó en el salón. Se percató de la loba que dormía junto a Yans

¿Es su mujer? – Pregunto Heasse.

– Respondió Phenatos Ha llegado apenas hace unos minutos.

¿Y es normal que se ponga a dormir sin más? ¿ No piensa despertar a Yans para decirle que ha llegado? – Pregunto Heasse extrañada.

No sé, no quiero interferir – Dijo Phenatos Deben tener sus costumbres, quizás a Yans no le gusta que le despierten; o es a ella a la que no le gusta despertarlo y prefiere abrazarle y dormir con él.

Sea como sea se tendrán que despertar pronto si quieren comer. – Dijo Díadra.

Pues sí, queremos comer – Dijo Yans.

¿Hace mucho que estás despierto? – Le preguntó Phenatos.

No, el justo para oír lo de la comida. – Dijo Sádar.

Esperaba que mostraseis algo más de alegría en vuestro reencuentro. – Dijo Phenatos.

Las muestras de efusividad las reservamos para la más absoluta intimidad. – Dijo Yans.

Lo comprendo. – Dijo Phenatos.

 – ¿Es ese el iridiano del que me has hablado? – Dijo Sádar al ver a Megrez que acababa de volver de su ducha.

Sí, él es Megrez . Megrez  ella es  Sádar mi mujer. – Dijo Yans.

Es un honor conocerte al fin, Yans me ha hablado mucho de ti. – Dijo Sádar.

Entonces Yans dijo algo a Sádar en un idioma que ninguno de los presentes entendió. Sádar  adoptó forma humana de nuevo, yYans también; y ambos se dirigieron hacia la mesa y se sentaron cada uno en una silla.

Me temo que si nos sentamos todos en las sillas van a faltar algunas, iré a traer una de casa de mi cuñado. – Dijo Phenatos.

 – Oh, no es necesario – Dijo Sádar Yo me encargo.

Entonces Sádar se levantó, cogió las silla dónde estaba sentada con una mano y tiró del respaldo con la otra, al hacerlo otra silla empezó a salir de ella, dando un fuerte tirón acabó de sacarla.

Listo, ahora ya se puede sentar alguien más, ¿Falta alguna silla todavía? – Dijo Sádar.

¿Eso es un Alón? – Pregunto Díadra.

Sí claro, ¿No lo conocíais? – Pregunto Sádar.

Aquí las cosas funcionan muy diferente a lo que estás acostumbrada, si pudieras hacer el favor de no hacer cosas como esa hasta que no te diga qué límites hay me harás muy feliz. – Dijo Yans.

Lo siento, allí de donde vengo esto es algo muy simple. – Dijo Sádar ruborizada.

 

Y cuando todos se sentaron empezaron a fulminar a preguntas a Sádar, sobre todo Heasse y Megrez. Yans no dejaba que Sádar contestase a la mayoría de preguntas, puesto que no quería que revelase demasiado información. Al final todos se cansaron de hacer preguntas a las que el lobo boreal evitaba que se diesen respuesta. Megrez y Heasse siguieron entrenando tan pronto terminaron de comer. Díadra y Phenatos habían quedado con unos amigos, por lo que dejaron a Heasse  a cargo de Megrez. Yans decidió llevar a Sádar  a un lugar lejano para demostrarle cuánto la había echado de menos: primero fueron palabras bonitas, sinceras y emotivas. No tardó en pasar a las caricias, que se convirtieron en besos, que dejaron a la feliz pareja dispuesta a entregarse al amor, un amor del que fueron testigos las lunas y estrellas.

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