Breve paseo por Néfira

Breve paseo por Néfira

Néfira

Ciudad de Néfira en el año 6000 DCTR

Rubén Ruiz Moreno

En un puesto de la feria de Néfira, un joven está poniendo a punto la maquinaria que tiene que servir para inflar globos, en realidad es un simple compresor.

Lo interesante de estos globos es que flotan, les hacen más gracia a los niños.
La magia viene cuando el globo flota sin helio, unido a un cordel de seda que lleva entretejido un conjuro de invertir gravedad. Dicho conjuro solo afecta al globo. ¡Estaría bueno ver salir a los niños volando por los aires sin control en los días de los festivales!

Hablando de niños, justo ahora hay uno apoyado en el puesto de globos, mirando con ojos como platos al ser que tiene delante. El niño tiene el pelo rizado y rubio, sus ojos son verdes y su piel tiene un tono blanco ligeramente pálido.
¡Que curioso eres! —Grita el muchacho lleno de sorpresa y regocijo —Eres parecido a un humano, sólo que tienes pelo por todo el cuerpo, tus colmillos asoman por la boca y tienes hocico de cerdo, casi pareces un jabalí.
El chico que atiende el puesto, lejos de enfadarse, coge un globo, lo infla, lo cierra, le pone el cordel de seda y en cuanto lo anuda al dedo índice del niño, surge efecto el conjuro y el globo azul se mantiene suspendido mágicamente en el aire.
¡Anda que chulo! —Exclama el muchacho —Nunca he visto nada parecido señor cerdo.

El Yrteda suelta una carcajada y acaricia al joven en la cabeza.

Soy un Yrteda —Responde el inflador de globos —Nuestra raza es más abundante en el país de Bagún. Aún así me extraña que nunca hayas visto a ninguno, ¿No eres de por aquí verdad?

No. —Responde el niño.

En ese caso, date una vuelta por la ciudad  — Dice el tendero —Estoy seguro que conocerás a muchas personas de razas a las que jamás has visto.

El niño sigue su camino, adentrándose en la feria, con su preciado globo azul bien sujeto en la mano. Aquí y allá ve diferentes puestos: uno es de dulces típicos de Belmonte, pero al niño no le interesan, ya conoce su sabor; en otro hay máscaras, algunas curiosas, pero el joven no necesita ocultar más su rostro; un tercer puesto vende fruta confitada. Pero ninguno de estos puestos atrae su atención: todos están atendidos por Humanos.

El niño avanza por la calle, esquivando la gran muchedumbre que hay hoy por la ancha y adoquinada avenida. El viento trae los aromas de los puestos de comida, los gritos de los tenderos intentando vender sus mercancías y, muy tenuemente, el sonido de un instrumento de cuerda.

Al oír el sonido del instrumento intenta poner atención para ver si logra descubrir su origen, su sonido le resulta extraño y desconocido, por lo que cree que si lo encuentra dará con una persona de una raza desconocida para él.

El niño empieza a correr, seguido por su globo azul y guiado por una fuerte intuición. Gira por las callejuelas atestadas de puestos y personas, evitándolos a ambos con gracilidad. Solo su globo, de vez en cuando, choca levemente contra algún transeúnte o algún tenderete. La gente está tan metida en el ambiente festivo que no parece notar que hay un niño corriendo muy cerca de ellos, haciendo cabriolas y rápidos giros de sentido para evitar estamparse contra nada ni nadie.

Finalmente el niño se detiene en seco justo en una plaza. Delante de él, sentado en un taburete redondo de mimbre, se encuentra un ser muy parecido a un ratón gigante, que no debe medir más que el niño. Sus dedos acabados en largas y afiladas uñas se mueven con suma presteza sobre las cuerdas del instrumento que toca, que parece tan grande como la propia criatura con aspecto de roedor. El niño está tan abstraído el músico mur que no nota que el nudo que le hizo el Yrteda en el dedo, se ha deshecho con la carrera que le ha llevado hasta la plaza.

Muy lentamente, el globo empieza a ascender. Por encima de la plaza abarrotada de personas y puestos. Sube a la altura del último surtidor de la fuente, la cual está llena de monedas de cobre, plata e incluso alguna de oro. Estas últimas se encuentran en el abrevadero más alto de los tres que componen la fuente.

Ignorado, el globo sigue su ascenso lentamente. Pasa cerca de un gato, que dormita panza arriba en un tejado al sol, detrás del gato puede verse la gran torre de magos y a su izquierda, el templo del Origen, dónde todos los Dioses tienen su capilla y dónde debe empezar su formación cualquiera que quiera ser un acólito o un sacerdote.

El globo sube y sube, a su ritmo, sin prisa. Ya no pertenece a nadie, ahora va dónde lo lleva el viento, por encima de las murallas circulares que protegen el castillo. El globo pasa junto a una chica joven, que lo mira con cara de aburrimiento. A su izquierda una institutriz le repite en bucle las virtudes que ha de tener una buena reina. Como lo debería ser ella en un futuro cuándo su madre abandone el trono.

Dejando atrás a la princesa y su ventana, el globo llega el tejado cónico de una de las torres del castillo, en dónde un cuervo está comiéndose una lagartija que acaba de cazar. El globo interrumpe al cuervo, que se marcha graznando, sin olvidarse antes de coger su almuerzo.

Calentado por el sol el cónico tejado genera una corriente de aire ascendente que empuja el globo muy arriba, tanto que desde esa altura se podría contemplar toda la ciudad, viéndose su forma pentagonal, delimitada por las murallas que separan a la civilización del hostil desierto del oeste y de la salvaje pradera del este. Néfira está ubicada en una situación singular: justo entre dónde acaban las tierras baldías y empiezan las fértiles. Regadas por un gran reservorio de agua freática. Aguas que nutren a la ciudad y le permiten que, pese a estar la mitad de ella situada en el desierto, haya numerosas fuentes en sus calles y plazas.

De repente, una violenta ráfaga de aire empuja al globo en dirección al desierto. Haciéndolo pasar justo por encima del cementerio, que también sirve como prisión. En la superficie es dónde se entierra a los difuntos y más abajo, distribuido por niveles se encuentra el centro penitenciario. Si alguien intenta escapar deberá derrotar a la ingente cantidad de no muertos que vaga por las criptas, a la espera de que algún sacerdote les conceda el descanso eterno.

El globo, de sopetón, se detiene. Quedándose completamente estático, rígido. El cordel que le sostiene también permanece inmóvil, como si estuviera congelado en el tiempo. Parece ser que alguien ya ha notado la ausencia del globo, pero es un poco tarde: el segundo conjuro grabado en el globo, no es lo bastante fuerte como para hacerle volver atrás desde esa distancia, todo cuanto puede hacer es quedarse estático.

Una criatura alada, que parece venir del desierto, vuela fatigosamente en contra de la corriente, que hasta hace poco, empujaba al globo. No lo hace por capricho, pretende fortalecer sus alas y de paso impresionar con su tenacidad  y perseverancia a algún espíritu del aire, con  la intención de ganarse su favor. La criatura ve al globo, en primer lugar lo ignora, no va con él. Poco después, por algún motivo, decide cogerlo y devolvérselo a su dueño.

El ser emplumado otea la ciudad, busca la plaza, localiza al niño y desciende en picado, con el globo bien aferrado entre sus escamosas y amarillentas manos. Aterriza suavemente al lado del niño y le tiende el globo. El pequeño está fascinado con el ser que le ha devuelto a su flotante amigo azul. La criatura posee alas blancas, como el resto de las plumas que tiene en el cuerpo. Pero también posee brazos y piernas, manos y pies, aunque más bien podrían considerarse garras prensiles. Lo más llamativo del ser es su cabeza, concretamente su pico, el cual es triangular al principio, pero según sale de su cara, se va arqueando hacía abajo, tornándose paulatinamente cilíndrico, lo cual hace que el pico termine de forma plana y redondeada. El niño observa boquiabierto al ser, sin decir nada.

Creo que esto es tuyo —Dice al ser.

Muchas gracias señora —Dice el niño cogiendo el globo —¿De qué raza es usted?

Soy una Grouda —Contesta el ser, preguntándose a sí mismo como es posible que un Humano sepa diferenciar entre una mujer y un hombre de su raza.

¿Y cómo sabías que el globo era mío? —Pregunta el niño.

Me lo ha dicho un amigo —Responde la mujer Grouda —También me ha dicho que te lo devuelva.

Dele las gracias a su amigo de mi parte, por favor —Responde el niño, mirando al espíritu del viento que acompaña a la mujer Grouda. Pero no dice nada de él, sabe que los Humanos, por norma general, no pueden ver a los espíritus.

Qué bien que hayas recuperado tu globo —Dice el músico de aspecto de ratón, haciendo una pausa en su interpretación.

Que curioso encontrar un Weida tan lejos de la selva —Dice la mujer Grouda.

Tanto como encontrar a un Gruoda en una ciudad —Responde el músico.

¿Por qué es raro que estéis ambos aquí? —Pregunta el niño.

Porque los de mi raza somos nómadas que vivimos en el desierto y preferimos no mezclarnos con otras razas salvo para comerciar —Responde la mujer Grouda —Somos muy pocos los que renunciamos a esa vida y vivimos en las zonas urbanas.

En mi caso no tengo mucha elección —Responde el músico —Los hombres Weida vivimos bajo la opresión de las mujeres, no tenemos voz ni voto, tampoco se nos permite empuñar armas o salir de casa sin permiso, prácticamente nos tratan como a objetos.

¿Por eso dejaste la selva? —Pregunta el niño.

No, yo vivía en el Bosque del Hueco Lamento, al este de Néfira —Responde el músico —Pero sí, me fui de allí por eso, pese a ser una vida fácil exige ciertos sacrificios, y yo no estoy dispuesto a hacerlos.

Debe ser duro estar encerrado en un lugar sin poder conocer las cosas que hay afuera —Responde la mujer Grouda, al hacerlo un deje de tristeza se dibuja en el rostro del niño.

Es una vida fácil para algunos —Responde el Weida —Personalmente valoro demasiado mi libertad.

Sin decir nada el niño deja al Weida y a la Grouda inmersos en una conversación sobre los problemas de su sociedad racial, parece que tienen bastantes cosas en común. Por muy interesante que pueda parecerle al niño, debe regresar a casa: se fue de allí sin decir nada y su madre ya se estará preguntando a dónde fue.

El niño busca un callejón, alejado de la vista de todos y desaparece. Para inmediatamente volver a aparecer en otro lugar: Irdresma.

Irdresma es un pequeño pueblo situado en el interior del  Bosque del Hueco Lamento. Protegido mágicamente de ojos e intrusiones no deseadas. El niño ha aparecido justo delante de su casa, camina por el empedrado del jardín que lleva hasta la puerta, la abre y al entrar, su disfraz se deshace y vuelve a ser la niña que es: pelo liso y color caoba, ojos del color de la miel y tez tono oliva oscuro.

¡Mimmiri! ¿Dónde has estado? —Dice una voz de mujer —Llevo toda la mañana buscándote.

He estado en Néfira—Dice la niña agachando la cabeza, consciente de que se ha metido en un lío —Pero antes de que me castigues, tengo mucho que contarte. Siéntate mamá, voy a hablarte del mundo que hay afuera, ese que nos estamos perdiendo…