Buenos días Personas, hoy hablaré sobre el diálogo.
Parece que junio viene con el rebufo de calor que agosto gestó en mayo, acabo de salir de la ducha y ya estoy sudando, menudo verano me espera…
Hoy os traigo un tema que a primera vista parece sencillo pero que, así como en el realismo sucio, su sencillez y atractivo visual están cuidadosamente descuidados: os hablo de el diálogo.
El diálogo es un recurso narrativo exclusivo de los personajes, un narrador no puede dialogar, puesto que nadie le escucha y nadie puede, por tanto, contestarle. Generar un diálogo es generar una situación artificial, en la que se simula que dos o más personajes tienen una conversación.
El escritor se mete en la mente de sus personajes y da voz escrita a sus pensamientos, y lo hace con cada uno de los personajes que participan en la discusión, tratando de que cada una de sus frases sea tan natural y propia del carácter y forma de ver el mundo de ese personaje. Un buen diálogo es aquel que plasma las intenciones, ambiciones y vivencias de los personajes, así mismo ha de ser partícipe de sus situaciones, un personaje que no quiera mentir o que quiera ocultar un secreto, tanto si el lector es consciente de ello o no, debe poder hacerlo, de manera que el escritor debe meterse en la piel del personaje y saber si tiene capacidad para mentir o no y por cuanto tiempo es capaz de mantener esa mentira sin que le asalten el miedo a ser descubierto o los sentimientos de culpa.
Como ya dije en la publicación anterior los personajes son reflejos de las personas reales y por tanto sus diálogos también están sujetos a sus emociones y situaciones personales.
Teniendo en cuenta esto, ¿Se puede utilizar el mismo lenguaje que se emplearía en la vida real en la misma situación? Por poder, se puede, pero no se debe: el diálogo ha de ser tan natural y espontáneo como sea posible, pero jamás debe renunciar a una buena gramática y a una buena sintaxis. Un diálogo tiene que tener el toque justo de versatilidad, coherencia y buena gramática. Una conversación de bar entre colegas de toda la vida tendrá un fungido y bien estructurado lenguaje coloquial, aunque en la vida real es posible que esta misma situación estuviera cargada de chabacanería y patadas al diccionario, sobre todo si se trata de una conversación entre jóvenes , dado que la edad también va ligado al lenguaje que utiliza una persona o un personaje para expresarse.
Pongamos ahora la misma situación, gente joven, muy amiga, pero ambos estudiantes de medicina. Es de esperar entonces un diálogo muy denso entre ellos, visto desde fuera, lleno de lenguaje médico y expresiones propias de la carrera que estudian. Para el lector tener enfrente una transcripción literal del diálogo entre los dos estudiantes sería tan nefasto como tener delante la conversación entre jóvenes del bar, por muy bien expresada, ordenada y gramaticalmente correcta que estuviera expresada la opinión de los futuros médicos, esta resultaría ininteligible y tan estúpidamente densa que el lector cerraría el libro o pasaría las páginas asqueado.
Por tanto, un diálogo, incluya a quien incluya, ha de estar formulado de manera que plasme los caracteres de los participantes y a la vez el lector sea capaz de entender su conversación, estén hablando de lo que estén hablando, y puede que no entienda algunas palabras, como por ejemplo el nombre de alguna enfermedad, pero tiene que saber que se trata de una dolencia y porque es relevante para la conversación y que sentido tiene sacarla a colación.
La función del diálogo no es arbitraria, cumple con varias funciones, tales como: permitir que un personaje exprese una idea, se comente un suceso del pasado del que el lector no sabia nada, relajar la carga narrativa, hacer avanzar la trama, hacer que dos personajes se conozcan y/o intercambien opiniones, crear una atmósfera más personal y subjetiva para narrar la historia desde los puntos de vista de los personajes y, puesto que cada escritor puede jugar con el diálogo como le plazca, un largo etcétera.
A modo de información adicional os diré que hay una forma concreta y establecida de escribir los diálogos. No voy a entrar en ellas porque son un extenso número de normas, si alguien tiene interés por saberlas que me lo haga saber, que gustoso se lo explicaré. A modo de curiosidad os diré que en la literatura hispánica se utiliza el guión largo (—) y en la anglosajona las comillas («), elemento que en nuestra literatura se usa para expresar pensamientos de los personajes.
Bien, eso es todo por hoy, la próxima vez que veáis un diálogo pensad en todo el trabajo que le ha llevado al autor hacerlo así. Sed buenos y plantearos reservaros un ratito cada día, si os es posible, para hacer la fotosíntesis junto a un libro de vuestro gusto.
Un saludo.