Megrez, capítulo 8

Megrez, capítulo 8.

Megrez

Megrez

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Yans  corrió hacia el cuarto de los gemelos para despertar a Megrez. Saltó encima de su cama:

 

¡Han salido! ¡Han salido! – Gritaba Yans con emoción .

 

¿Qué pasa? – Preguntó un desconcertado Megrez, aún bastante adormilado.

 

¡Los polluelos! ¡Han roto el cascarón! ¡Han salido los tres! – Dijo Yans entusiasmado.

 

Megrez saltó de la cama, corrió hacia la de su hermano para despertarle, contagiado por el entusiasmo de Yans.

 

¡Sagre, Sagre, despierta! Los polluelos han...

 

Pero su hermano no estaba en la cama ni había pasado allí la noche.

 

De hecho, hacía un par de días que no volvía a dormir a casa. Díadra  estaba bastante enfadada con Sagre por convertirse en noble sin decirles nada, aunque no le echó de casa por ello. Decidió pasar una temporada en Ispedia para entrenar el combate cuerpo a cuerpo, o al menos eso dijo él. Phenatos  calló el día en que Sagre comunicó su intención: no aprobaba aquello pero tampoco se opuso, seguramente por no plantarle cara a la diosa. Díadra prefirió hacer lo mismo. Una parte de ella se sentía muy orgullosa de Sagre  por querer mejorar sus aptitudes de combate, pero esto prefería mantenerlo en secreto por el enfado que le causó la noticia de que ahora es un noble; la otra parte de ella sufría ante el panorama de ver la cama de uno de sus hijos vacía durante un largo tiempo.

 

Megrez salió de su cuarto con Yans siguiéndole de cerca, bajaron las escaleras y llegaron al comedor. Alrededor de la mesa estaban sentados sus padres y Heasse. Encima de la mesa descansaba el nido con los tres polluelos.

 

Caray, que bichos tan feos: desnudos, rosas, arrugados y mojados. – Dijo Megrez.

 

Exactamente igual que tú cuando naciste. – Dijo Phenatos en tono burlón.

 

Heasse soltó una risita, Díadra  fulminó a su marido con la mirada.

 

¿Cómo los vais a llamar? – Preguntó Yans.

 

Depende de si son machos o hembras. – Contestó Megrez sin hacer demasiado caso del comentario de su padre – Lo que no sé es cómo verles el sexo.

 

Hay que mirarles en la cloaca, ese pequeño agujerito que tienen detrás de la cola. – Dijo Phenatos Si dentro hay una burbuja son machos, si no hay dos rayas blancas son hembras.

 

Estos dos de aquí son machos – Dijo Heasse señalando a dos de los polluelos – Pero esta de aquí es una hembra.

 

 – ¿Intra-visión? – Preguntó Díadra.

 

Sí, me he dado cuenta que podía hacerlo esta mañana. – Contestó Heasse.

 

Enhorabuena – Dijo Phenatos Pronto serás capaz de hacer mayores cosas.

 

¿Intra-visión? – Preguntó Megrez.

 

Sí, es la capacidad de ver a través de las cosas – Contestó Díadra Es uno de los primeros signos de una visión potenciada.

 

Yo también quiero poder hacerlo. – Dijo Megrez con envidia.

 

Podrás, a su debido tiempo – Contestó DíadraSon cosas que llegan solas con la edad.

 

¿Cómo los vais a llamar? – Preguntó Yans de nuevo, con tono impaciente.

 

A los machos Eisiro y Sisso, a la hembra Nemae. – Contestó Megrez.

 

¿Nemae? Es un nombre humano. También es un tipo de flor, rosa en nuestro idioma, pero no cualquier rosa: sólo las rosas blancas que a la luz del sol tienen destellos plateados. Simbolizan la pureza en su estado más elemental y completo. – Dijo Heasse.

 

Me gusta. – Dijo Díadra.

 

Y a mí. – Dijo Phenatos.

 

Pues a mí no – Dijo Yans – Los pájaros no deben tener nombre de persona.

 

Yo creo que es un nombre adecuado, Nemae… – Dijo HeasseTengo el presentimiento de que ese nombre será muy importante para mí en el futuro.

 

Decidido entonces, ya tienen nombre los polluelos. – Dijo Megrez.

 

¿Desde cuándo mi opinión no importa para nada? – Preguntó Yans ofendido.

 

Desde que está en contra de la de la mayoría. – Contestó Heasse.

 

Yans decidió callarse ante la clara evidencia de que así no iba a conseguir la atención que necesitaba. Esperó pacientemente a que le sirvieran el desayuno y comió junto al resto, en el suelo. Díadra le tenía prohibido subirse a la mesa, dado que luego lo dejaba todo lleno de pelo y acababan comiendo más pelo que desayuno. Pese a que no estaba en la mesa comía lo mismo que el resto.

 

¿Los polluelos no desayunan con nosotros? – Preguntó Megrez.

 

No, ellos necesitan comer diferente. – Contestó Phenatos.

 

¿Y qué comen? – Preguntó Megrez.

 

Normalmente lo mismo que los pájaros adultos: insectos, larvas, frutas… Pero la madre lo come y se lo regurgita luego. – Contestó Phenatos.

 

¡Que desagradable! – Dijo Megrez –¿Tengo que hacer eso por ellos? Sólo de pensarlo me dan arcadas.

 

No, tranquilo – Dijo Díadra De su comida ya nos encargamos nosotros, tú no te preocupes.

 

– De acuerdo mamá, pero no quiero estar delante cuando les deis de comer… Dijo Megrez Por cierto Heasse, ¿Habías venido por algo, verdad?

 

 Oh sí, casi lo olvido Contestó la chica – He estado utilizando mi alón de introspección para averiguar más sobre los seres azules. He averiguado que vienen de Madraí, pero que no son originarios de allí, Sin embargo no soy capaz de situar en el mapa el lugar del que venían antes: se remonta mucho en el tiempo, y además parece ser un sitio muy lejano. – Contestó la chica.

 

Tal vez podríamos ir allí a ver qué podemos averiguar. – Contestó Megrez.

 

Nadie se levanta de la mesa o se va de la cocina hasta que todos nos hayamos terminado el desayuno. – Dijo Díadra en un tono neutro, mientras daba un pequeño sorbo a su café.

 

Pese al tono de neutralidad todos interpretaron las palabras de Díadra como una orden. A ninguno se le ocurrió contradecir aquella sentencia, soltada de forma pacífica pero contundente. Una vez terminaron de comer esperaron a que ella diera la aprobación para marcharse.

Megrez y Heasse se parpadearon en Madraí: el país al más cercano a Belmonte; en un puerto del pantanal de Nábrius.

 

Es increíble lo rápido que crecen, ¿Verdad? – Le dijo Yans a Díadra.

 

Mira, sea lo que sea que tengas en mente suéltalo ya. Contestó Díadra No estoy de humor para soportar gilipolleces.

 

Phenatos se sorprendió de la contestación de su mujer, Yans se sintió muy amedrentando. Tragó saliva y reunió valor para seguir hablando.

 

Me preguntaba qué vais a hacer con los polluelos, ahora que han roto el cascarón. – Dijo Yans con voz algo temblorosa.

 

¿Acaso no te parece suficiente las raciones de comida que te damos? – Dijo Díadra arqueando una ceja – Comes lo mismo que nosotros, ¿Estas insinuando que es poco?

 

Dioses… – Dijo Phenatos llevándose una mano a la frente – Sal, ¡Ya! Vete, huye por tu vida.

 

Yans obedeció sin rechistar, corrió a toda prisa, salió de la casa y se perdió en el bosque.

 

No sé porque le has dicho eso – Dijo Díadra indignada – Sólo iba a echarle una bronca por querer comerse a los polluelos, ya se comió a sus padres…

 

 Suelta el machete, cariño. – Dijo Phenatos con tranquilidad.

 

¿Qué machete? – Preguntó Díadra, sin darse cuenta de que lo había convocado inconscientemente y estaba en sus manos, listo para ser lanzado.

 

Díadra desconvocó el machete y se lanzó a los brazos de su marido, llorando. Phenatos la abrazó bien fuerte.

 

Tranquila mi amor, lo sé: no tener a Sagre en casa te está afectando mucho. No te preocupes, verás como vuelve pronto. – Dijo Phenatos tratando de calmar a su mujer, la cual empezó a llorar más fuerte.

 

Heasse y Megrez se dirigieron a Ilocha, un pequeño puerto a orillas de un pantano. La distancia entre Irdresma e Ilocha es tal que incluso Parpadeando, Heasse tuvo que realizar varias escalas para llegar a destino. Una vez llegaron, observaron el lugar. El puerto estaba rodeado por un gran bosque de arces, cuyas hojas rojas pintaban de cobrizo kilómetros y kilómetros de paisaje pantanoso hasta donde llegaba la vista.

 

Este pantano tiene un diámetro de mil quinientos kilómetros cuadrados aproximadamente. – Dijo Heasse El lugar que buscamos está justo en el centro.

 

¿Cómo sabes todas esas cosas? – Preguntó Megrez.

 

En parte porque leo, en parte gracias a los alones. – Contestó HeasseA veces combino los alones de Empatía y Erudición para saber más acerca de las cosas que me interesan.

 

Interesante, ¿Crees que podrías enseñarme ese alón de Erudición que dices? – Preguntó Megrez.

 

Tal vez, pero no ahora, tenemos compañía. – Dijo Heasse.

 

Megrez miró alrededor y vio a un konei armado acercándoseles. Los dos iridianos se pusieron en guardia, pero sin blandir ningún arma.

 

Oh, sois dos niños humanos. – Dijo el konei guardándose el hacha en la espalda – Oí voces y pensé que eran de algún animal del lago, como no entendía lo que decíais de lejos parecían siseos.

 

Disculpa, es que estábamos hablando en Belmontino. – mintió Heasse.

 

Ah claro, estoy tan acostumbrado al Madraín que ahora ya no se distinguir bien otros idiomas. – Contestó el konei antes de soltar una carcajada.

 

Este hombre no es lo que parece, ten cuidado. – Le dijo mentalmente Heasse a Megrez.

 

Bueno, he de irme. – Dijo el konei – Hasta luego.

 

Y diciendo esto se internó en el bosque de arces.

 

¿Qué querías decir con que ese hombre no es lo que parece? – Preguntó Megrez.

 

No sabría decirte, juraría que llevaba un disfraz mágico . – Contestó Heasse Estoy segura de que no era konei. No he sido capaz de ver a través de su disfraz, pero está claro que era de una raza diferente.

 

¿Y por qué iba ese hombre a estar disfrazado? – Preguntó Megrez.

 

Seguramente porque no quieren que sepa que es de otra raza. – Contestó Heasse En Madraí abundan los koneis, debe haber pensado que sería lo mejor para pasar desapercibido.

 

Bueno, no es asunto nuestro. Prefiero estar una temporada sin seguir a gente extraña, aún tenemos pendiente el asunto de los seres azules. – Dijo Megrez.

 

Tienes razón, debemos ir hacía el centro del lago. – Dijo Heasse Creo que la mejor opción es que nademos.

 

A Megrez le pareció buena idea lo de nadar, puesto que no iban a hacerlo todo el rato hasta el centro del lago, el cual estaba a más de setecientos kilómetros. Entendió a la primera el plan de Heasse: nadar  una distancia prudencial hasta poder ir volando por debajo del agua, tan rápido como les fuera posible. Esto debía de tardarles unas tres o cuatro horas, si se limitaban a la velocidad máxima de vuelo de Megrez.

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