Dama Dulce Chiquilla

Dama Dulce Chiquilla

Rubén Ruiz Moreno

 

Nunca he visto el cielo azul, nací aquí, y seguramente también moriré aquí, en baliza 74, una enorme esfera que viaja por el espacio, a diez veces la velocidad de la luz, llevando consigo dos millones de almas, a través de un viaje que no se sabe cuándo tendrá fin. Soy una mujer de ascendencia Nubia, mi familia es originaria de Darlasari, mi tez es oscura, mis labios rojos y carnosos, mis pómulos altos y mis caderas generas. De día soy la jefa de mantenimiento, me escurro por los conductos como una anguila por el lodo y reparo los problemas antes que los noten, de noche soy Dama Dulce Chiquilla, cantante de jazz suave en el Agujero Interestelar, uno de los doce bares musical que hay en baliza 74, pero el Agujero es el mejor y eso, es en parte por mí, la otra es gracias a la gran cantidad de cócteles que sabe preparar el camarero, parece ser que a la gente no le importa emborracharse hasta caer redonda si lo hace con algo cuyo nombre suena gracioso, histórico o sexualmente explícito, o la combinación de las tres anteriores.

Mi vida ha sido bastante monótona: estudié en el único colegio de baliza 74, dónde aprendí cosas sobre el planeta natal de mis padres Móntiaple, nos enseñaron algunos de sus paisajes emblemáticos, sus ciudades, bosques, desiertos y casquetes polares. También nos enseñaron la función de las balizas, que básicamente es dos: la primera consiste en soltar un repetidor, cada cuatrocientos veinte días exactamente, la duración de un año en Móntiaple. Estos repetidores nos mantienen unidos al planeta, de manera que podemos comunicarnos con ellos, pedirles suministros y mandar allí a personas cuya presencia no sea ya grata en baliza 74, además de que nos mantiene a salvo de la dilatación temporal, de manera que el tiempo para igual aquí que allí, la segunda, es que toda la ciudad que hay dentro de la cobertura de metal se instale en el primer planeta habitable que se encuentre, de manera que se tenga una colonia en apenas unas horas. La idea de los repetidores me entusiasmó tanto que decidí que cuándo fuera mayor yo querría fabricar repetidores, así que estudié muchísimo, me gradué como ingeniera mecánica, especializada en naves espaciales y su reparación. Poco después recibí mi dosis de amargura en cuánto supe que los repetidores los fabrican los magos y que no había manera de que nadie hiciese los repetidores, los magos venían de Móntiaple, concretamente de la academia de magia de Néfira, así que para evitar volverme loca o acabar saltando al espacio sin traje empecé a cantar, lo hacía casi a todas horas, canciones tristes y melancólicas sobre lo dura que era la vida, sobre sueños rotos y sobre cielos azules que nunca vería. Un día mientras reparaba un conducto de ventilación alguien me escuchó cantar: un mecánico que estaba sustituyendo unas tuberías de drenado, cerca de dónde yo estaba.

 

—¡Guau nena, eso es una voz! —Exclamó al acercarse a mi—, pero una mujer tan bonita no debería cantar cosas tan tristes.

—Soy una mujer nubia adulta e independiente encanto, puedo cantar lo que me de la gana —le respondí.

—Y además tienes carácter —dijo el mecánico—, dime cielo, ¿Te has planteado cantar de manera profesional?

—La verdad es que no —respondí con sinceridad—, ¿Crees que podría hacerlo?

—¿Bromeas? —Preguntó el mecánico—, ricura tienes la voz más clara y potente que he escuchado jamás en este orbe metálico cincuenta y cinco kilómetros de radio.

—Gracias eres muy halagador, señor…

—Mi nombre es Faras —respondió el mecánico— pero todos me llaman Tic Tac Ritmo, por mi afición a la batería.

—Yo soy Mirgissa,  es un placer conocerte —respondí.

—Te aseguro que el placer es mío —dijo Faras besándome la mano—, pero con ese nombre no vas a llegar lejos.

—¿Qué tiene de malo Mirgissa? —Pregunté.

—Oh nada, suponiendo que quieras pasarte el resto de tu vida en un agujero como este —respondió Faras—, pero los artistas necesitamos nombres que reflejen nuestro talento, como el mío, o como el de mi colega, Dedos de oro refulgente, toca la trompeta.

—¿Y qué nombre debería ponerme? —Pregunté.

—Mira, eso es algo muy personal —respondió Faras—, deberías mirar en lo más hondo de tu corazón y ver qué nombre te grita, porque ese chiquilla, será por el que todos te conozcan.

—¿Qué te parece Dama Dulce Chiquilla? —Pregunté—, creo que suena muy bien.

—Suena genial —respondió Faras—, y en tus labios suena mejor aún, decidido entonces, a partir de ahora serás Dama Dulce Chiquilla y serás la cantante de nuestro grupo.

—¿Qué grupo? —Pregunté asombrada con la rapidez que me había liado Faras.

—Pues que grupo va a ser, el que formamos tú, mi amigo Dedos y yo —respondió Faras—, nos dedicamos al jazz, pero también tocamos soul y a veces blues.

—Pero yo no tengo ni idea de música —respondí—, además, tengo mucho trabajo que hacer, ¿Cuándo íbamos a cantar?

—Nena, relájate, ¿Tú turno es de diez horas verdad? —Dijo Faras—, pues aún te quedan veinticinco hasta el siguiente día, es tiempo de sobra para hacer de todo.

—No estoy muy segura —respondí.

—Estoy convencido de que lo harás bien, nos vemos esta tarde, al salir del curro, en el Agujero Interestelar, distrito cuatro, no faltes —dijo Faras mientras desaparecía metiéndose en un agujero de mantenimiento.

—¿Cómo lo reconoceré? —Pregunté metiendo la cabeza en el agujero.

—Tiene el nombre en neón rojo —dijo la voz de Faras retumbado a través del agujero—, es el único que aún usa neón.

Al finalizar mi jornada me dirigí al distrito cuatro, Faras me esperaba fuera, aunque de no haber estado podía haber distinguido el Agujero Interestelar a kilómetros de distancia, puesto que un enorme cartel de neón magenta rezaba el nombre del bar y bajo este otro cartel que rezaba: «actuaciones musicales en directo». Faras se acercó a mí nada más verme, me tomó la mano y la besó, estaba hecho todo un caballero. Abrió la puerta del bar y se apartó para que entrase, dentro había poca luz, el local no era demasiado grande, apenas diez mesa y una barra situada en la pared izquierda, dónde lucía más neón, iluminando las botellas de los diversos licores que lucían en las estanterías, junto a las copas triangulares, justo detrás del camarero había una pizarra con los precios y los nombres de las consumiciones, estas brillaban como si fueran de neón, una lámpara de luz ultravioleta se encargaba de esto.  En la barra, además del camarero, también había un chico bastante gordo que Faras me presentó como Biga, el chico que tocaba la trompeta, después de la ronda de «Enanas blancas» que nos tomamos para romper el hielo, Faras me dio un libro de solfeo.

—Vamos a empezar a enseñarte música desde cero encanto —dijo Faras mientras yo ojeaba el libro—, sí queremos llegar a lo más alto vamos a tener que empezar desde abajo.

—Pero yo no sé interpretar esto —respondí con sinceridad—, sé de música lo poco que aprendí en la escuela.

—De eso nos encargamos mi amigo Dedos y yo —dijo Faras—, aquí dónde nos ve usted señorita somos artistas licenciados en la universidad de Módive.

–¿La universidad para artistas más prestigiosa de Belmonte? —Pregunté con asombro—, he oído que en esa universidad sólo se gradúan los mejores, gente con verdadero talento.

—Veras encanto, ¿Cómo crees que conseguimos nuestro pasaje para entrar en esta baliza? —Preguntó Biga—, a nosotros vinieron a buscarnos a casa los herpen.

—Así es preciosa, para esta esfera flotante querían lo mejor de lo mejor —dijo Faras—, y resulta que en cuanto a talento musical somos los mejores.

—Pensaba que vosotros llegasteis aquí por sorteo, como mis padres —dije.

—El sorteo era sólo para la mitad de los habitantes —dijo Biga—, el resto de nosotros llegamos por recomendación o por petición expresa de los jefes del proyecto.

—Entonces vosotros no habéis nacido aquí —sentencié.

—No,  nosotros llegamos aquí hará unos tres años, los mismos que lleva abierto el Agujero Interestelar —respondió Faras—, y francamente baliza setenta y cuatro necesitaba algo de vidilla nocturna.

—¿Qué quiere decir? —Pregunté—, la baliza nunca cierra, sus locales están abiertos las treintaicinco horas del día.

—Sí, pero son sitios para comer, comprar o tomarte un café —dijo Biga.

—Aquí hay mucha gente que trabaja en turnos de veinte horas encanta —dijo Faras—, los magos, el personal militar, los médicos… esa gente precisa de un lugar en el que liberar su tensión tras un duro día de trabajo.

—Así es encanto —dijo Biga—, el Agujero Interestelar les ofrece todo eso y además la posibilidad de codearse con los civiles.

—¿Tan importante para los militares es conocer gente que no forme parte del ejército? —Pregunté.

—Verás, a los soldaditos les gusta poder acostarse con alguien a quién no tengan que saludar de manera formal a la mañana siguiente —dijo Faras.

—Oh sí la escena es rocambolesca: mi coronel, señor —dijo Biga cuadrándose al estilo militar e imitando el saludo a los oficiales— el polvo de anoche magistral, señor. No, la gente necesita desconectar del trabajo de vez en cuando y eso es justo lo que ofrecemos nosotros, una agradable pausa.

—Y no te olvides del alcohol de metabolización rápida —inquirió Faras.

—¿Alcohol de metabolización rápida? —Pregunté al sonarme desconocido ese término.

—Es un alcohol modificado —respondió Faras—, puedes beber todo lo que quieras, cogerte la mayor de las borracheras, a la mañana siguiente estarás fresco como una rosa y sin resaca.

—Caray, parece  estupendo una borrachera a la carta —respondí.

—Sí bueno, es diez veces más adictivo que el alcohol normal —respondió Biga—, y como sus efectos son menos duraderos la gente se engancha aún más.

—¿Entonces por qué se vende ese alcohol? —Pregunté extrañada.

—Por orden de su grandeza el emperador Guasid Agalladorada —respondió Faras—, prefiere ver a sus soldados siendo unos alcohólicos que estando borrachos.

—De todas maneras hay unos límites en cuanto a la cantidad que dejan tomar a las personas —respondió Biga—, además de que por muy adictivo que sea hace falta beber mucho y muy seguido para coger el mono, ya está pensada así.

—Bueno, basta ya de perder el tiempo —dijo Faras—, tú tienes mucho que estudiar preciosa, y tú Dedos tienes que ayudarme a preparar el escenario para esta actuación.

—Hay algo que no entiendo —dije—, si sois músicos, ¿Cómo es que os hacen hacer de mecánicos?

—Eso también es idea de su grandeza —dijo Faras—, todo el mundo que es invitado a venir aquí debe acudir a un curso de formación, de manera que puede identificar y reparar fallos menores en la baliza, además de saber a quién avisar y de que informarle en caso de algún fallo gordo.

—También nos imparten planes de evacuación y primeros auxilios —respondió Biga—, por si acaso.

—Comprendo —respondí.

—Pues espero que hagas lo mismo con esas partituras, en dos horas quiere que te hayas aprendido al menos cuatro.

—Pero por mucho que me aprenda las partituras no sé cuando vi voz suena en do ni cuando en fa —respondí.

—Eso lo trabajaremos más tarde, primero memoriza las letras y que notan deberían ser, luego ya te daré los tonos.

Y mientras me aprendía las canciones que Faras me había dado, él y Biga se fueron a la parte de atrás del bar, dónde guardaban la batería y los micrófonos. Entre Faras y Biga montaron la batería, pusieron los micros y los conectaron a los altavoces.

—¿Cómo va eso? —Preguntó Faras— ¿Te has aprendido alguna partitura?

—Sí, me sé de memoria ya seis —respondí,

—Estupendo —respondió Faras—, ahora presta atención a cómo canto yo y trata de hacerlo igual.

Faras y yo estuvimos un buen rato cantando, él me corregía muchísimo, con pautas que no entendía, puesto que para mí La menor sonaba exactamente igual que La, aunque tampoco es que supiera distinguir un Mi de un Si, poco a poco fui dando el tono correcto, en parte por instinto y en parte por oído. En un momento de la noche el Agujero Interestelar empezó a llenarse de gente, algunas vestían el uniforme militar, otras vestían elegantes trajes y otras simplemente iban vestidas con ropa cómoda. Faras me pidió  muy educadamente que abandonara el escenario, trasladé mi lugar de estudio a la barra del bar, dónde el camarero me ofreció  un «Reina Ventteria» o lo que es lo mismo tequila, zumo de naranja y granadina, con una espiral de la piel de algún fruto rosa dentro, acepté encantada la bebida, siempre me han gustado las cosas dulces.

Mientras bebía y estudiaba más partituras presencié la actuación de Faras y Biga, ciertamente ellos dos tenían algo especial, pero por muy acompasado que fuera el repiqueteo de su batería o por mu penetrantes que fueran las fanfarrias de su trompeta ellos dos estaban incompletos, se veía a la legua que les faltaba algo, como cuándo yo de pequeña me rapé las cejas por accidente, jugando con la máquina de afeitar de mi padre. Al menos yo lo notaba, el resto de gente parecía muy absorta en sus conversaciones y sus consumiciones, supuse que para ellos la música era un mero acompañamiento a su distensión post laboral.

Finalmente llegó la hora de cerrar, ayudé a Bigas y a Faras a recoger todo el equipo e instrumentos del escenario, para que todos pudiéramos irnos a casa pronto, mientras el camarero ponía los taburetes encima de la barra y las sillas encima de las mesas, cuando terminó accionó un botón que había en una pared, lo cual hizo que se abriese una pequeña trampilla de la pared, por la que salieron varios robots de limpieza, los cuales nos esquivaban en nuestras idas y venidas desde el escenario al almacén del material, cuando terminamos de recoger salimos del Agujero y el camarero activó la alarma y la verja de seguridad bajó lentamente tras de nosotros, luego nos despedidos y cada uno se fue por su camina hacía su casa, tras doblar en una esquina escuche unos pasos tras de mí, al girarme pude ver a Biga intentando alcanzarme tan rápido cómo sus pies le permitían.

—Toma esto —dijo casi sin resuello, entregándome un cristal de información—, te ayudará mucho, es un curso de solfeo, escúchalo mientras trabajas.

—¿De dónde has sacado esto? —Pregunté—, ¿Lo llevabas encima?

—No, ha aparecido en el almacén del Agujero —respondió Biga—, no sé qué hacía allí, pero te va a venir muy bien.

—Gracias Biga, tienes razón, me vendrá muy bien —respondí.

—Bueno, será mejor que me marche, es tarde y quiero llegar ya a casa —dijo Biga—, por cierto, mañana el Agujero estará cerrado, de modo que nos vemos pasado mañana.

—Oh, vale, de acuerdo, gracias por decírmelo, yo haré lo mismo y me iré también a casa, buenas noches —dije antes de darme media vuelta y seguir mi camino.

Tan pronto llegué a casa me metí en la cama, estaba agotada física y mentalmente, en seis horas sonaría mi despertador de modo que me resigné a dormir poco y mientras estaba en la cama me aseguré de que la cafetera estaba programada y la tostadora tenía suficiente pan en la reserva.

El despertar fue menos duro de lo que me había imaginado la noche anterior, me tome el café acompañado de las tostadas mientras revisaba las noticias locales y las que venían del planeta, nada reseñable. Me duche deprisa y busqué por casa el reproductor de cristales portátiles, para poder escuchar el que me había dado Biga la noche anterior, el cual consistía en una voz que anunciaba las notas musicales y luego las hacía sonar en diferentes instrumentos,  los cuales también anunciaba, luego lo repetía tres veces antes de pasar a la siguiente nota, tras cinco escalas venía el ejercicio, el cuál consistía en que sonaba una nota en un solo instrumento, tras cinco segundo te decía que nota era, de manera que podías mirar si te la sabías,  tras dos horas escuchando eso ya estaba harta, pero dado que no había acertado apenas con las notas decidí seguir un poco más, terminé por dejarlo al poco rato, con la cabeza como un bombo y sin poder dejar de pensar en notas y tonos, por suerte para mí el Agujero Interestelar estaría cerrado aquella noche, por lo que podría descansar. El resto del día fue bien, al llegar a casa decidí que era un buen momento para seguir con el libro de solfeo, al menos hasta que me diera sueño y decidiera meterme en la cama.

De modo que pasé mis días siguientes escuchando el cristal que me dio Biga y estudiando solfeo con el libro que me dio Faras. Mis noches estaban acompañadas por el dulzor de los «Reina Ventteria» y la trompeta y la batería de Dedos y Don Ritmo, de manera que pasaba prácticamente treinta horas al día empapada de música, en tres meses ya sabía identificar todas las notas al escucharlas, además de dar el tono correcto con mi voz, además de que podía identificar todas las notas, figuras e indicaciones de las partituras, aunque no las miraba mucho ya que me las sabía de memoria. Entonces Faras decidió que ya estaba lista para trabajar en mi voz. El proceso fue más simple a nivel pedagógico, puesto que yo ya entendía a que se refería Faras cuando me decía que me había ido medio tono, pero a nivel técnico el reto fue mayor,  puesto que la voz es difícil de domar, sobre todo cuando coge inercia y vuela por las notas que no tocan y aunque el resultado pueda sonar agradable, si cantas en un tono diferente al que tocan los instrumentos que te acompañan el resultado es nefasto.  Cada día cantaba casi hasta llegar al límite de mis cuerdas vocales, Faras decía que no debía sobrepasarme, que era mejor que cada día mejorase una minúscula fracción a provocarme una lesión, todo ello era agotador, nunca me hubiese imaginado que cantar fuese un ejercicio tan exigente y tan extenuante, a fin de cuentas llevaba mucho tiempo cantando durante mi jornada laboral y nunca había acabado así, pero claro, no es lo mismo hacerlo que hacerlo bien y a conciencia.

Finalmente y tras mucho esfuerzo llegó mi debut, aquel día el Agujero estaba bastante vacío,  aquello solía ocurrir de vez en cuando, el lugar se vaciaba de militares y sólo quedábamos los civiles, los chicos y yo suponíamos que debía deberse a alguna de sus rutinas. Sea como fuera y pese a la ausencia de público yo era un manojo de nervios, tenía tantos que temía no ser capaz de entonar bien o directamente de quedarme sin voz. Pero nada de eso pasó, tan pronto salí al escenario y canté el murmullo habitual del Agujero cesó, por primera vez la gente prestaba atención a los músicos que había encima del escenario, ya no éramos un mero acompañamiento en el bar, ahora éramos el plato estrella, todas las miradas estaban puestas en nosotros, especialmente en mi, enfundada en un traje color marengo y encajes de pedrería que destellaban iluminados por los focos al ritmo de mis sensuales contoneos, la guinda del pastel eran unos largos guantes a juego con el vestido, dándome todo un aire de gran sofisticación, Dama Dulce Chiquilla acababa de nacer y lo había hecho a lo grande.

La noche siguiente el Agujero estaba tan lleno como nunca lo había estado, mi nombre estaba en boca de todos, todo el mundo esperaba ansioso volver a verme sobre el escenario, mientras me cambiada como podía en el pequeño almacén, que también servía de camerino,  alguien llamó a la puerta, era Faras.

—Tengo algo para ti —dijo entregándome una pequeña caja de ébano—, la he comprado del mejor joyero de Móntiaple, un gekjo noble.

—No tenías que haberte molestado —dije abriendo la caja y mirando la tiara de plata y rubíes que reposaba en un mullido cojín de terciopelo rojo—, ¡Madre mía, es preciosa!

—Te la has ganado, ahora eres la reina de este lugar, te mereces llevar una corona —respondió Faras.

—No sé qué decir, salvo gracias —dije.

—Hay algo más, Dedos me ha pedido que te dé esto de su parte —dijo Faras entregándome un caja algo más grande que llevaba en una bolsa de papel.

—¿Otro regalo? Caray, vosotros sin que sabéis agasajar a una persona —respondí algo abrumada por tantas atenciones.

Abrí la caja con cuidado para ver su contenido, un precioso vestido rojo, sujeto sólo por el pecho y la espalda, junto a ellos unos guantes tan largos que casi me llegaban a la axila, también de color rojo. Faras salió para que pudiera vestirme, cuando me miré en el espejo casi lloro de la emoción: el vestido, los guantes y la tiara parecían estar hechos el uno para el otro y todos ellos parecían estar hechos solo para mí, puesto que se adaptaban a mis contornos y potenciaban mi figura, haciéndome parecer la mujer más bella que jamás haya existido en el universo y eso fueron la palabras textuales de Biga, no las mías.

Aquella noche canté con muchísima pasión y fuerza, tanto es así que nuestra fama traspasó pronto las paredes del Agujero y llego hasta los oídos de los habitantes de Móntiaple, dónde no tardaron en invitarnos a actuar, sin pretenderlo y de una manera en que jamás me lo hubiera imagino por fin logre cumplir mi sueño: poder ver un cielo azul.