Megrez, capítulo 10

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Megrez

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Yans  corrió hacia el cuarto de los gemelos para despertar a Megrez. Saltó encima de su cama:

 

¡Han salido! ¡Han salido! – Gritaba Yans con emoción .

 

¿Qué pasa? – Preguntó un desconcertado Megrez, aún bastante adormilado.

 

¡Los polluelos! ¡Han roto el cascarón! ¡Han salido los tres! – Dijo Yans entusiasmado.

 

Megrez saltó de la cama, corrió hacia la de su hermano para despertarle, contagiado por el entusiasmo de Yans.

 

¡Sagre, Sagre, despierta! Los polluelos han...

 

Pero su hermano no estaba en la cama ni había pasado allí la noche.

 

De hecho, hacía un par de días que no volvía a dormir a casa. Díadra  estaba bastante enfadada con Sagre por convertirse en noble sin decirles nada, aunque no le echó de casa por ello. Decidió pasar una temporada en Ispedia para entrenar el combate cuerpo a cuerpo, o al menos eso dijo él. Phenatos  calló el día en que Sagre comunicó su intención: no aprobaba aquello pero tampoco se opuso, seguramente por no plantarle cara a la diosa. Díadra prefirió hacer lo mismo. Una parte de ella se sentía muy orgullosa de Sagre  por querer mejorar sus aptitudes de combate, pero esto prefería mantenerlo en secreto por el enfado que le causó la noticia de que ahora es un noble; la otra parte de ella sufría ante el panorama de ver la cama de uno de sus hijos vacía durante un largo tiempo.

 

Megrez salió de su cuarto con Yans siguiéndole de cerca, bajaron las escaleras y llegaron al comedor. Alrededor de la mesa estaban sentados sus padres y Heasse. Encima de la mesa descansaba el nido con los tres polluelos.

 

Caray, que bichos tan feos: desnudos, rosas, arrugados y mojados. – Dijo Megrez.

 

Exactamente igual que tú cuando naciste. – Dijo Phenatos en tono burlón.

 

Heasse soltó una risita, Díadra  fulminó a su marido con la mirada.

 

¿Cómo los vais a llamar? – Preguntó Yans.

 

Depende de si son machos o hembras. – Contestó Megrez sin hacer demasiado caso del comentario de su padre – Lo que no sé es cómo verles el sexo.

 

Hay que mirarles en la cloaca, ese pequeño agujerito que tienen detrás de la cola. – Dijo Phenatos Si dentro hay una burbuja son machos, si no hay dos rayas blancas son hembras.

 

Estos dos de aquí son machos – Dijo Heasse señalando a dos de los polluelos – Pero esta de aquí es una hembra.

 

 – ¿Intra-visión? – Preguntó Díadra.

 

Sí, me he dado cuenta que podía hacerlo esta mañana. – Contestó Heasse.

 

Enhorabuena – Dijo Phenatos Pronto serás capaz de hacer mayores cosas.

 

¿Intra-visión? – Preguntó Megrez.

 

Sí, es la capacidad de ver a través de las cosas – Contestó Díadra Es uno de los primeros signos de una visión potenciada.

 

Yo también quiero poder hacerlo. – Dijo Megrez con envidia.

 

Podrás, a su debido tiempo – Contestó DíadraSon cosas que llegan solas con la edad.

 

¿Cómo los vais a llamar? – Preguntó Yans de nuevo, con tono impaciente.

 

A los machos Eisiro y Sisso, a la hembra Nemae. – Contestó Megrez.

 

¿Nemae? Es un nombre humano. También es un tipo de flor, rosa en nuestro idioma, pero no cualquier rosa: sólo las rosas blancas que a la luz del sol tienen destellos plateados. Simbolizan la pureza en su estado más elemental y completo. – Dijo Heasse.

 

Me gusta. – Dijo Díadra.

 

Y a mí. – Dijo Phenatos.

 

Pues a mí no – Dijo Yans – Los pájaros no deben tener nombre de persona.

 

Yo creo que es un nombre adecuado, Nemae… – Dijo HeasseTengo el presentimiento de que ese nombre será muy importante para mí en el futuro.

 

Decidido entonces, ya tienen nombre los polluelos. – Dijo Megrez.

 

¿Desde cuándo mi opinión no importa para nada? – Preguntó Yans ofendido.

 

Desde que está en contra de la de la mayoría. – Contestó Heasse.

 

Yans decidió callarse ante la clara evidencia de que así no iba a conseguir la atención que necesitaba. Esperó pacientemente a que le sirvieran el desayuno y comió junto al resto, en el suelo. Díadra le tenía prohibido subirse a la mesa, dado que luego lo dejaba todo lleno de pelo y acababan comiendo más pelo que desayuno. Pese a que no estaba en la mesa comía lo mismo que el resto.

 

¿Los polluelos no desayunan con nosotros? – Preguntó Megrez.

 

No, ellos necesitan comer diferente. – Contestó Phenatos.

 

¿Y qué comen? – Preguntó Megrez.

 

Normalmente lo mismo que los pájaros adultos: insectos, larvas, frutas… Pero la madre lo come y se lo regurgita luego. – Contestó Phenatos.

 

¡Que desagradable! – Dijo Megrez –¿Tengo que hacer eso por ellos? Sólo de pensarlo me dan arcadas.

 

No, tranquilo – Dijo Díadra De su comida ya nos encargamos nosotros, tú no te preocupes.

 

– De acuerdo mamá, pero no quiero estar delante cuando les deis de comer… Dijo Megrez Por cierto Heasse, ¿Habías venido por algo, verdad?

 

 Oh sí, casi lo olvido Contestó la chica – He estado utilizando mi alón de introspección para averiguar más sobre los seres azules. He averiguado que vienen de Madraí, pero que no son originarios de allí, Sin embargo no soy capaz de situar en el mapa el lugar del que venían antes: se remonta mucho en el tiempo, y además parece ser un sitio muy lejano. – Contestó la chica.

 

Tal vez podríamos ir allí a ver qué podemos averiguar. – Contestó Megrez.

 

Nadie se levanta de la mesa o se va de la cocina hasta que todos nos hayamos terminado el desayuno. – Dijo Díadra en un tono neutro, mientras daba un pequeño sorbo a su café.

 

Pese al tono de neutralidad todos interpretaron las palabras de Díadra como una orden. A ninguno se le ocurrió contradecir aquella sentencia, soltada de forma pacífica pero contundente. Una vez terminaron de comer esperaron a que ella diera la aprobación para marcharse.

Megrez y Heasse se parpadearon en Madraí: el país al más cercano a Belmonte; en un puerto del pantanal de Nábrius.

 

Es increíble lo rápido que crecen, ¿Verdad? – Le dijo Yans a Díadra.

 

Mira, sea lo que sea que tengas en mente suéltalo ya. Contestó Díadra No estoy de humor para soportar gilipolleces.

 

Phenatos se sorprendió de la contestación de su mujer, Yans se sintió muy amedrentando. Tragó saliva y reunió valor para seguir hablando.

 

Me preguntaba qué vais a hacer con los polluelos, ahora que han roto el cascarón. – Dijo Yans con voz algo temblorosa.

 

¿Acaso no te parece suficiente las raciones de comida que te damos? – Dijo Díadra arqueando una ceja – Comes lo mismo que nosotros, ¿Estas insinuando que es poco?

 

Dioses… – Dijo Phenatos llevándose una mano a la frente – Sal, ¡Ya! Vete, huye por tu vida.

 

Yans obedeció sin rechistar, corrió a toda prisa, salió de la casa y se perdió en el bosque.

 

No sé porque le has dicho eso – Dijo Díadra indignada – Sólo iba a echarle una bronca por querer comerse a los polluelos, ya se comió a sus padres…

 

 Suelta el machete, cariño. – Dijo Phenatos con tranquilidad.

 

¿Qué machete? – Preguntó Díadra, sin darse cuenta de que lo había convocado inconscientemente y estaba en sus manos, listo para ser lanzado.

 

Díadra desconvocó el machete y se lanzó a los brazos de su marido, llorando. Phenatos la abrazó bien fuerte.

 

Tranquila mi amor, lo sé: no tener a Sagre en casa te está afectando mucho. No te preocupes, verás como vuelve pronto. – Dijo Phenatos tratando de calmar a su mujer, la cual empezó a llorar más fuerte.

 

Heasse y Megrez se dirigieron a Ilocha, un pequeño puerto a orillas de un pantano. La distancia entre Irdresma e Ilocha es tal que incluso Parpadeando, Heasse tuvo que realizar varias escalas para llegar a destino. Una vez llegaron, observaron el lugar. El puerto estaba rodeado por un gran bosque de arces, cuyas hojas rojas pintaban de cobrizo kilómetros y kilómetros de paisaje pantanoso hasta donde llegaba la vista.

 

Este pantano tiene un diámetro de mil quinientos kilómetros cuadrados aproximadamente. – Dijo Heasse El lugar que buscamos está justo en el centro.

 

¿Cómo sabes todas esas cosas? – Preguntó Megrez.

 

En parte porque leo, en parte gracias a los alones. – Contestó HeasseA veces combino los alones de Empatía y Erudición para saber más acerca de las cosas que me interesan.

 

Interesante, ¿Crees que podrías enseñarme ese alón de Erudición que dices? – Preguntó Megrez.

 

Tal vez, pero no ahora, tenemos compañía. – Dijo Heasse.

 

Megrez miró alrededor y vio a un konei armado acercándoseles. Los dos iridianos se pusieron en guardia, pero sin blandir ningún arma.

 

Oh, sois dos niños humanos. – Dijo el konei guardándose el hacha en la espalda – Oí voces y pensé que eran de algún animal del lago, como no entendía lo que decíais de lejos parecían siseos.

 

Disculpa, es que estábamos hablando en Belmontino. – mintió Heasse.

 

Ah claro, estoy tan acostumbrado al Madraín que ahora ya no se distinguir bien otros idiomas. – Contestó el konei antes de soltar una carcajada.

 

Este hombre no es lo que parece, ten cuidado. – Le dijo mentalmente Heasse a Megrez.

 

Bueno, he de irme. – Dijo el konei – Hasta luego.

 

Y diciendo esto se internó en el bosque de arces.

 

¿Qué querías decir con que ese hombre no es lo que parece? – Preguntó Megrez.

 

No sabría decirte, juraría que llevaba un disfraz mágico . – Contestó Heasse Estoy segura de que no era konei. No he sido capaz de ver a través de su disfraz, pero está claro que era de una raza diferente.

 

¿Y por qué iba ese hombre a estar disfrazado? – Preguntó Megrez.

 

Seguramente porque no quieren que sepa que es de otra raza. – Contestó Heasse En Madraí abundan los koneis, debe haber pensado que sería lo mejor para pasar desapercibido.

 

Bueno, no es asunto nuestro. Prefiero estar una temporada sin seguir a gente extraña, aún tenemos pendiente el asunto de los seres azules. – Dijo Megrez.

 

Tienes razón, debemos ir hacía el centro del lago. – Dijo Heasse Creo que la mejor opción es que nademos.

 

A Megrez le pareció buena idea lo de nadar, puesto que no iban a hacerlo todo el rato hasta el centro del lago, el cual estaba a más de setecientos kilómetros. Entendió a la primera el plan de Heasse: nadar  una distancia prudencial hasta poder ir volando por debajo del agua, tan rápido como les fuera posible. Esto debía de tardarles unas tres o cuatro horas, si se limitaban a la velocidad máxima de vuelo de Megrez.

 

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Llegaron al centro del lago, tras tres horas y media volando bajo su superficie. Allí encontraron una isla pequeña en comparación con la vastedad del agua que la rodeaba, pero no por ello dejaba de ser extensa.

Al salir del agua vieron que se encontraban en un gran puerto hecho todo él en piedra, provisto de una gran cantidad de muelles alineados uno detrás del otro.  El largo de cada uno de ellos era diferente: algunos podrían ser simples amarres para pequeñas barcas de pesca, pero otros eran tan largos que podían abastecer eficazmente de un buque de guerra.

El puerto estaba vacío: ni un solo barco amarrado en aquellos muelles de piedra, ni una sola persona portando mercancías, ninguna señal de vida. Sólo el chapoteo del agua azotada por el viento y detenida por la piedra.

Cerca del puerto vieron una gran ciudad, hecha también con sillares impecablemente cortados, alineados, apilados y ligados con mortero. Megrez y Heasse decidieron adentrarse en la ciudad para ver si encontraban a alguien.

En la ciudad también reinaba el silencio. El viento rugía y aullaba en las calles y esquinas, levantando polvo del suelo. Los pasos de los iridianos producían eco en las paredes.

A Megrez lo abordaron súbitamente visiones y sentimientos horribles. Mujeres y niños ahogándose, soltando espumarajos por la boca en sus últimos estertores, sus pieles lisas y azules cubiertas por horribles llagas violáceas, sus ojos carcomidos. Cadáveres apilándose en las orillas, moribundos arrastrándose sobre ellos para alejarse de un agua ferozmente verde. Gritos de dolor, llantos, jadeos de gente que se ahogaba. Y era culpa suya, y deseaba morir aunque fuera sólo para dejar de oír los lamentos, no ver la masacre de la que era responsable, no sentir esa culpa que le roía sin pausa.

Estas visiones desaparecieron a los pocos segundos, y Megrez sabía que no eran suyas. Sin embargo, el sentimiento de desasosiego y desesperación permaneció en él: «no soy tan diferente de esa persona, sea quien sea. Soy tan culpable como él». Decidió que no era momento de pensar acerca de eso, ni comentarlo con Heasse o dejar que percibiera sus sentimientos y visiones; y no sin dificultad, recuperó la compostura para centrarse en el aquí y ahora.

La arquitectura de aquella ciudad era algo a lo que estaban demasiado acostumbrados de ver: apenas encontraban diferencias si comparaban aquellos edificios con sus casas en Irdresma. Heasse, que estaba muy centrada explorando los edificios, dijo:

¿No te parecen extraños estos edificios? – Preguntó la chica-

No – Contestó MegrezSon muy parecidos a los que tenemos en Irdresma.

A eso me refiero – Dijo HeasseDudo que la gente de por aquí se tomase la molestia de construir con piedra. El pueblo anterior estaba hecho todo en madera de arce, hay un enorme bosque de arces alrededor de este lago.

Ya, ¿Y qué? – Pregunto Megrez

Pues que nadie se tomaría la molestia de extraer y moldear piedra en un terreno como este, teniendo tanta madera a mano. – Dijo Heasse algo sorprendida de la estrechez de miras de Megrez.

La piedra es más resistente que la madera – Dijo Megrez¿Has pensando en eso?

Vamos a ver, por si no te has dado cuenta, estamos en una isla en mitad de un lago. ¿Sabes lo que costaría traer piedra desde tanta distancia hasta aquí? En cambio la madera flota, es mucho más fácil de transportar – Dijo HeasseEstá claro que quien ha traído hasta aquí tanta piedra tenía los medios no sólo para hacerlo, sino también para extraer y trabajar la piedra.

A lo mejor no trajeron la piedra desde fuera del lago, tal vez aquí había una cantera. Tal vez aún la haya. – Contestó Megrez.

Tienes razón, no había pensando en esa posibilidad – Contestó HeasseAunque eso no explica por qué los edificios se parecen tanto a los nuestros.

Eso es porque su nivel de desarrollo tecnológico debe de ser similar al vuestro– Dijo Yans que justo en ese momento se parpadeó junto a ellos.

¿Qué haces aquí? – Preguntó Megrez, con un tono más duro y frío del que él mismo pretendía usar.

Yo también me alegro de verte – Dijo el lobo boreal, algo ofendido con la pregunta de MegrezDigamos que me apetecía venir con vosotros, ¿No molesto verdad?

No, no molestas – Dijo Heasse sabiendo que esa pregunta iba dirigida a ella – ¿Sabes algo de esta zona que nosotros no sepamos?

Bueno, no mucho, solo sé que hay manadas de otros miembros de mi especie por aquí, puedo sentirlos. Además tienen buena relación con los konei de la zona. – Dijo Yans.

¿Y respecto a los edificios que puedes decirme? – Preguntó Heasse.

Puedo decirte que obviamente son personas que conocen técnicas modernas de extracción de piedra, y que también tienen herramientas para ello. Tal vez explosivos y hojas con borde de diamante, sería lo más normal. – Dijo Yans.

Veo que has llegado a la misma conclusión que yo – Dijo HeasseLa cuestión es que por lo que yo sé, los mortales aún no tienen esas cosas. ¿Tal vez sean otros Custodios?

Es muy probable. – Dijo Yans.

Mirad, por allí viene un hombre. – Dijo Megrez.

¿Por dónde? – Preguntó Heasse.

Por allí – Dijo Megrez señalando a una callejón empedrado con altos edificios a cada lado.

Oh, ya lo veo. – Dijo Yans.

Sigo sin verlo – Dijo Heasse mirando en la dirección en que miraban Megrez y Yans¿No me estaréis gastando una broma?

Claro que no – Dijo MegrezMucha intra-visión, pero no eres capaz de ver algo que tienes a menos de diez metros.

Heasse se sintió ligeramente ofendida, por mucho que se esforzaba era incapaz de ver nada, Yans y Megrez parecían mirar los dos al mismo punto, como si de verdad hubiera alguien ahí, alguien que parecía moverse lentamente, con paso errático, lentamente. De pronto cayó en la cuenta.

Megrez, ¿Por casualidad no tendrás la dote de muerte verdad? – Preguntó Heasse.

Pues sí, la tengo, ¿Por qué lo preguntas? – Preguntó Megrez.

Porque me parece que estáis viendo un fantasma. – Dijo Heasse.

¿Tú no puedes verlos? – Preguntó Yans.

No, mis dotes son las de Aire y Caos. – Contestó Heasse.

Así que buscando el favor de Shoa y Talsir, Megrez también tiene la dote de Caos. – Dijo Yans.

¡Dejad de hablar de mí como si no existiera! – Dijo MegrezMirad, ese hombre se está acercando

El hombre caminó lentamente hacia el grupo, con pasos lentos y vagos. Cuando estuvo lo bastante cerca de ellos, Heasse empezó a verlo: primero transparente, apenas un dibujo ahumado en el aire, y cada vez más sólido a medida que se acercaba. «La dote de Muerte deja a la vista los fantasmas cercanos a quienes la poseen», pensó. Los ojos de aquel espectro, que miraban hacia ellos sin ver, eran dos pozos de tristeza y agotamiento infinitos. Llevaba una armadura cuyo material y construcción eran similares a los que llevaba el mariscal Arrael hace unos días, en aquella emboscada mar adentro; sin embargo, donde los lobos aullaban en la armadura de Arrael, esta llevaba un escorpión de mar en bajorrelieve como ornamento. La triste figura tardó un momento en percatarse que tenía los ojos de Megrez, Heasse y Yans puestos en él:

¿Podéis verme? – Preguntó el hombre al percatarse.

– Dijo HeassePareces muy afligido, ¿Qué te ocurre?

Las muertes de centenares de personas pesan sobre mi conciencia, tal vez miles. – Dijo el hombre con voz muy triste.

¿Cómo dices? – Preguntó Megrez.

Sí, tal vez miles, esos seres azules. Eran órdenes de Elan: jamás he desobedecido una orden, pero esta vez quise hacerlo, casi lo hago. Ojalá lo hubiese hecho… – Dijo el hombre con voz quebrada.

¿El Rey Elan te ordenó matar unos seres azules? – Preguntó Heasse.

– Respondió el hombre – Decía que era parte de un plan divino, que Shoa le enviaba visiones en que los humanos debíamos destruir la oposición al imperio humano. Al principio no dudé de él, pero su plan es una locura. Shoa es un Dios bueno, jamás mandaría asesinar de forma tan cruel a nadie, y aún menos…mujeres y niños indefensos – Comenzó a llorar desconsoladamente.

De sus ojos ya no brotaban lágrimas, pero la cara se contraía en una mueca de dolor, sus gemidos herían el aire y hacían mella en Megrez. «Es él, de quien tuve esas visiones». Y la desesperación se apoderó de él: sólo quería oír que de alguna manera no había protegido un monstruo, que esos seres azules eran malvados, que había hecho bien en despedazar aquellos seres algo que ayudara a limpiar aquella pesada mancha oscura que se aposentó en su corazón desde aquel día, y que poco a poco lo consumía.

Cálmate – Dijo Heasse al ver que el hombre lloraba sin parar. No había estado nunca frente a un fantasma, ni sabía si se podían o debían tocar, o abrazar, para consolarlos. Mucho menos apaciguarlos. – ¿Quién eres, cuál es tu nombre?

Mi nombre es Molfrem. Soy, o mejor dicho era, el Mariscal de Elan. – Dijo el hombre.

¿Y qué te pasó? – Preguntó Heasse.

No pude soportar el peso de mis acciones de modo que decidí acabar con mi vida, tomando el mismo veneno con el que maté a todas esas criaturas. Pensé que así acabaría mi sufrimiento, pero no fue así: ahora he conocido un nuevo nivel de culpa, de remordimiento, de angustia, de dolor… de sufrimiento. – Dijo Molfrem con un suspiro.

¿¡Quieres decir que esos seres azules que maté en el barco del Rey Elan no estaban más que buscando venganza y justicia!? – Preguntó Megrez, ya temblando de cabeza a pies – ¿¡Estás diciéndome que maté a gente que sólo luchaba por sus vidas!?

Veo que tú también has tenido un encuentro con esos seres… – Dijo el hombre – En ese caso debes de sentirte como yo me siento.

No puede ser, soy un sucio asesino. – Dijo Megrez sentándose en el suelo con la cabeza metida en las rodillas y comenzando a llorar. «No tengo salvación, quiero desaparecer para no volver», pensó.

Los dos lo somos. – Dijo el hombre débilmente, con la voz y la mirada huecas.

¿Cuánto llevas aquí? – Preguntó Heasse mientras Yans intentaba consolar a Megrez.

No lo sé, la última fecha que recuerdo es el 1021, justo el día en que tomé la ponzoña. Al hacerlo cambié los lamentos de aquellos que estaban muriendo, por los de aquellos que estaban muertos: y ya entonces eran más en número, más en sufrimiento. Cada vez que me acerco a su ciudad los oigo gritar: ellos me preguntan por qué, por qué les mate, por qué les condené a una eternidad de sufrimiento. – Dijo Molfrem.

¿Siguen los fantasmas de los seres aquí? – Preguntó HeasseTal vez podamos ayudaros.

Debo matar al Rey Elan. – Dijo Megrez.

No – Dijo HeasseHay que ayudar a esta gente, lo necesitan.

Te guste o no te guste voy a hacerlo. – Dijo Megrez.

No te estoy diciendo que no lo hagas, lo que te digo es que ahora no es el momento. No puedes atacar al Rey así, sin un plan: si lo haces le darás un motivo a su absurda guerra. – Dijo Heasse.

¡¡Pero necesito hacerlo, por él mate a los seres azules!! Pensaba que era la víctima y en realidad era el verdugo, me siento muy sucio… y estafado… – Dijo Megrez con ojos llorosos.

¡Deja de pensar en ti por un momento zoquete! – Gritó YansTus dotes de Muerte derivan de la diosa Miices, deberías hacer algo con todas esas almas atrapadas entre la vida y la muerte, o de lo contrario no mereces tus dotes. Ellas te acercan a los Dioses, te dan poder, mucho poder, pero a cambio exigen que las usas para lo que están pensadas, es el principal motivo por el que las tienes. Si no vas a hacer nada renuncia ahora mismo a ellas.

Yans – Dijo HeasseNo seas tan duro con Megrez.

No, tiene razón. – Dijo MegrezSi la Diosa Miices me ha permitido tener la dote de Muerte ha sido para que se haga lo que debe hacerse con ella. Ya ajustaré cuentas con Elan más tarde, ahora debo ayudar a los seres. No seres, personas que lo necesitan.-  «Es lo mínimo que puedo hacer» pensó amargamente…

¿Por personas te refieres a los homínidos azules? – Preguntó Heasse.

Sí, el hecho de que tengan alma les convierte en personas, no importa de qué tierra lejana vengan – Dijo Megrez.

Entonces los tres, guiados por Molfrem, se dirigieron hacia la ciudad donde fueron asesinados las personas azules. Megrez estaba decidido a traer la paz que tanto necesitaban sus almas. También pretendía ayudar a Molfrem: sólo la Diosa podía decidir qué destino merecía en la muerte. Cualquier juicio que hiciese Megrez sobre el Mariscal era completamente irrelevante. Y por extensión, sobre él mismo también.

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Los cuatro avanzaron por donde el hombre había venido, al hacerlo empezaron a escuchar lamentos y gritos de agonía: eran las almas de los seres azules que se quejaban de su suerte.

 

Yo me quedo aquí – Dijo Molfrem No puedo soportarlo…

 

Sin decir nada más se dio media vuelta y se fue.

 

No tardaron en ver que entre los edificios en parcial ruina, rodeados de armas y armaduras abandonadas, cubiertas ahora por el óxido, había más fantasmas, algunos de seres azules, otros de humanos. Sus ojos no miraban a ninguna parte, parecían tan perdidos en el pesar y agotamiento como los de Molfrem . Parecían deambular entre aquellos edificios destartalados sin ninguna dirección. Heasse podía ver los más cercanos a ellos a medida que se adentraban en las ruinas, y eran muchos . Megrez veía fantasmas hasta donde le llegaba la vista. «Hay mucho trabajo por hacer», pensó.

 

¿Exactamente qué vas a hacer para ayudar a esta gente? – Preguntó Heasse.

 

Tengo que apaciguar a sus almas para permitirles llegar ante la diosa Miices, esta decidirá qué sucederá con ellos.  – Contestó Megrez.

 

¿Y cómo vas a hacerlo? – Preguntó Heasse.

 

Debo tocar la tumba o el cuerpo de cada uno de ellos. – Dijo Megrez.

 

¡¿De todos?!  – Dijo Heasse sorprendida – Aquí debe haber cientos de personas, tal vez miles.

 

 Siempre se puede hacer un ritual. Es más elaborado, pero le permitirá llegar a todo el mundo sin tener que tocarles. – Dijo Yans.

 

¿Yo puedo hacer eso? – Preguntó Megrez.

 

Eso, ¿Puede?  – Preguntó Heasse.

 

Debería de poder si le enseño a hacerlo y le ayudamos. – Dijo Yans.

 

¿Cómo lo hago? – Preguntó Megrez.

 

Primero busquemos un lugar que esté en el centro de la ciudad, así nos aseguraremos de que cubras el mayor número posible de almas. – Dijo Yans.

 

A medida que iban caminando el número de fantasmas aumentaba.  También aumentaba el grado de deterioro de los edificios de la ciudad, aparecían más y más armas y armaduras oxidadas. Los gritos de los fantasmas eran cada vez más fuertes, no sabría decirse si por su elevado número o porque su sufrimiento al morir había sido mayor. Algunos de esos fantasmas eran muy similares al ser de baja estatura y piel azul oscura al que Megrez había matado el último. Estos no gritaban, hablaban entre ellos tranquilamente, en una extraña lengua. Ninguno de los tres sabía qué idioma era, ni mucho menos lo entendían.

Llegaron a una gran plaza con una especie de estanque enorme en medio, con forma perfectamente circular. Su diámetro debía ser de unos doscientos metros, y al acercarse vieron que era muy profundo, tanto que no se veía el fondo en sus oscuras aguas. Aquellas tenían un color verde muy intenso y un olor extraño que no se podía atribuir a que estuvieran estancadas y pútridas. Megrez acercó su mano al líquido.

 

¡No lo toques! – Dijo alguien detrás suyo – ¡Eso es más veneno que agua!

 

Los tres se giraron para ver quién había dicho eso: era el konei que se habían encontrado antes en Ilocha.

 

¿Cómo sabes eso? – Pregunto Heasse ¿Es que la has envenenado tú?

 

No, ese veneno lleva allí unos tres años. – Contestó el konei.

 

¿Y cómo sabes tú eso? – Preguntó de nuevo Heasse.

 

Los fantasmas me lo dijeron, sé que suena raro, pero es cierto. – Dijo el konei dudando de que fueran a creerle.

 

No es tan raro, yo veo y oigo a los fantasmas. – Contestó Megrez.

 

¡¿Tú también puedes hacerlo? – Dijo el konei con sorpresa e ilusión – Creía que era el único que podía hacerlo.

 

¿Qué más te han contado los fantasmas? – Preguntó Heasse.

 

Pues que hace cuatro años el rey Elan atacó este lugar. Durante medio año los seres azules, que ellos mismos se denominan serps, repelieron con facilidad los ataques: sus armas son mucho mejores que la de los humanos, lanzan rayos… – Dijo el konei.

 

Sí, eso lo vimos. – Dijo Megrez interrumpiendo al konei.

 

¿Lo visteis? ¿Dónde? – Preguntó extrañado el konei.

 

En el barco del rey Elan – Dijo Heasse Estos seres, los serps que tú dices, le tendieron una emboscada, ahora ya suponemos por qué.

 

Interesante. – Dijo el konei.

 

Por favor, sigue contándonos qué más te dijeron los fantasmas. – Dijo Megrez  en tono suplicante.

 

Oh si, ¿Por dónde iba? Los serps parecían que iban a repeler fácilmente el ataque humano, hasta que un serp fue capturado y, tras largas sesiones de tortura, este confesó su punto débil: el veneno… – Dijo el konei.

 

¿Y es por eso que el agua está envenenada? – Preguntó Megrez.

 

Como ya os he dicho no es agua envenenada, sino veneno aguado. – Dijo el konei

 

Pero por mucho que descubrieran eso debieron de llegar hasta aquí de alguna manera para arrojar tanto veneno, y los serps no se lo habrían permitido, no habrían logrado acceder a la ciudad. – Dijo Heasse.

 

No, no se lo habrían permitido, pero el mariscal Molfrem era un hombre muy listo. Ideó un plan brillante: fingió su rendición; con ayuda de un miembro de la casa Abulista, modificaron la memoria del serp torturado, le curaron sus heridas y le mandaron a la ciudad con la carta de rendición.  

 

– ¿Casa Abulista? – Preguntó Megrez.

 

– Sí, es una casa noble humana, creo que ya te la mencioné antes. – dijo Heasse – Tienen la capacidad de modificar los recuerdos de las personas, hacerlas olvidar cosas o que recuerden sucesos que no han pasado; pueden hacerlas ver sitios que no existen con personas que no existen, o incluso controlar su voluntad. Muy peligrosos y traicioneros…

 

– Si, peligrosos – Dijo el konei algo molesto por esa interrupción con irrelevantes datos sobre una casa noble – Los serps desconfiaron al principio, pero viendo que los humanos no tenían opciones de ganar pensaron que ellos habían llegado a la misma conclusión, que era preferible rendirse antes que morir de forma absurda y patética. – Dijo el konei.

 

¿Y qué pasó después?  – Preguntó Megrez.

 

Sí, cuéntanos qué pasó. – Dijo Heasse con expectación.

 

Acabaría mucho antes si no me interrumpierais en las mejores partes. – Dijo el konei secamente.

 

Lo siento. – Dijo Heasse.

 

Continúo – Dijo el konei – El caso es que después de la rendición los humanos trataron de mejorar su relación con los konei de la zona:  les hacían presentes, mandaban emisarios, lo normal. Durante ese año también se dedicaron a fabricar y almacenar grandes cantidades de veneno en los territorios konei. Pues bien, hace tres años, justo el aniversario de la rendición de los humanos, un grupo de magos convertidos mágicamente en konei empezaron a llenar el aire de veneno gaseoso, el cual se quedaba estancado en la ciudad gracias a una burbuja mágica. Los serps se refugiaron en el agua, justo en esa gran abertura de allí. – Dijo el konei señalando el centro de la plaza.

 

Resulta – Continuó el konei – que bajo la ciudad hay otra ciudad de piedra submarina, la cual se adentra muchos metros bajo tierra. Y una vez los serps estuvieron bajo el agua los hombres de Elan, dirigidos por Molfrem, arrojaron todo el veneno que habían estado fabricando durante un año al agua, todo él. Imaginaos lo que debió ser aquello.

 

¿Cómo es que no les afectó el veneno gaseoso o se intoxicaron con el que tiraban al agua? – Preguntó Megrez

 

Porque los magos lanzaron conjuros protectores contra todos. Aquel día no participaron en el asalto más de veinte hombres, contando con los magos. Lo cierto es que Molfrem  no contó con una cosa: en la ciudad también vivían humanos. Hasta ahora no los habían visto porque no habían logrado entrar, pero ellos presentaron la batalla más feroz, resucitando y volviendo a combatir como si nada. Es por eso que la ciudad está tan destrozada: la batalla de humanos contra humanos fue la más cruenta. – Dijo el konei.

 

¿Por eso se suicidó el mariscal? – Preguntó Megrez.

 

– Contestó el konei – Al final se dio cuenta de que la guerra de Elan era absurda, que los serps no eran más que otra raza más y que en aquella batalla mató a mujeres y niños, algo que juró que nunca haría, tan noble como era él. Y lleno de remordimientos optó por la opción más honorable: pagar su falta con su vida.

 

Caray, que historia. – Dijo Yans.

 

¡¿Ese lobo puede hablar?! – Dijo el konei sorprendido.

 

Vaya, parece que alguien no es de por aquí. – Dijo Yans – Si lo fueras sabrías que soy un lobo boreal.  De hecho, los koneis suelen relacionarse amistosamente con los de mi especie…

 

De acuerdo, no soy un konei, pero si me permitís explicarme lo haré, aunque no cambiaré mi apariencia para mostrar la verdadera.

 

¿Y eso por qué? – Preguntó Heasse.

 

Tengo mis motivos. Además, vosotros tampoco sois humanos, en eso estamos igualados. – Dijo el falso konei.

 

¿Por qué crees que no somos humanos? – Preguntó Megrez.

 

Pues porque no conozco a ningún humano que emane Saolstirgh. – Dijo el falso konei.

 

¡Eres un Custodio! – Dijo Heasse sorprendida.

 

No – Dijo Yans antes de que el falso konei pudiera decir nada Es un Amcítaro. Puedo notar su dote de Muerte, debe ser por lo que está aquí.

 

¿Qué es un Amcítaro? – Preguntó Megrez.

 

Es una mezcla entre Custodio y mortal. Es largo de explicar, pero ocurre a veces, en determinadas ocasiones y bajo determinadas condiciones. – Dijo Yans.

 

Vale, llegados a este punto no vale la pena seguir ocultándoos cosas, mantendré mi disfraz, pero os diré todo lo demás: mi nombre es Chalaralahc – Dijo el falso konei – Vengo de muy al norte, tuve sueños de que debía venir hasta aquí, disfrazado de konei, para liberar a estar almas atrapadas.

 

Un nombre curioso, jamás lo había oído. – Dijo Heasse.

 

En mi país nos gustan los nombres que se leen igual en un sentido que en otro.

 

 Pero tu nombre acaba en «j «. – Dijo Heasse.

 

No, en mi idioma cuando la letra «h « va delante de la «c « se pronuncia como una «j «. – Dijo el falso konei.

 

Banalidades lingüísticas a parte, tanto tú como Megrez estáis aquí por lo mismo, y estas almas no van a liberarse solas. – Dijo Yans.

 

Cierto – Dijo Chalaralahc ¿Sabéis lo que tenéis que hacer?

 

No. – Contestó Megrez con sinceridad.

 

Bueno, básicamente se trata de hacer una especie de danza, iremos gastando Saolstirgh a medida que la realizamos. Tus amigos pueden ayudarte prestándote el suyo, si te cansas dilo y paramos, no hay por qué excederse. – Dijo Chalaralahc.

 

¿Es así como pensabas que lo hiciera Megrez? – Le preguntó Heasse a Yans.

 

No con un baile, pero más o menos así – Dijo el lobo boreal – Veamos qué sale de todo esto.

 

Trata de seguir mis pasos y mantener un flujo constante de Saolstirgh  – Dijo Chalaralahc Cuanto más sincronizados estemos mejor. Vosotros, entregadle vuestro Saolstirgh al mismo ritmo que él lo consuma, si os turnáis deberíais poder descansar y reponerlo mientras uno lo gasta.

 

Megrez se situó dónde le dijo Chalaralahc, justo enfrente de él, a unos metros de distancia. El falso konei estiro su brazo derecho hacia adelante, con la mano abierta, palma hacia arriba, apuntando a Megrez: este le imitó. Entonces estiró su brazo izquierdo hacía atrás, poniéndolo en forma de «C», la mano abierta, palma hacia abajo, apuntando a Megrez que volvió a imitarlo.

Entonces Chalaralahc bajó lentamente la cabeza, hasta situar sus ojos en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto del suelo; estiró su pierna derecha; comenzó a girar lentamente su tronco, mientras su pierna avanzaba; bajó su brazo derecho, lentamente, que giraba con su tronco; cruzó su pierna derecha sobre la izquierda; dio una rápida media vuelta, mientras subía su brazo derecho; y para cuando estuvo de espaldas sus brazos estaban sobre su cabeza, en forma de «C», las manos abiertas, palmas hacia abajo, a la misma altura, sin tocarse por poco.

Megrez le siguió el paso sin problemas. Entonces el falso konei volvió a estirar la pierna derecha, para volver a girar, esta vez bajó lentamente su brazo izquierdo; después de otra media vuelta los dos bailarines volvieron a estar cara a cara, pero esta vez la posición de sus brazos era la contraria: su brazo derecho en forma de «C» y el izquierdo hacia adelante, con la mano abierta, palma hacía arriba, apuntado a Megrez; el cual tampoco tuvo problemas para seguirle, estaban algo más cerca. La danza siguió con varios pasos iguales, mientras el Custodio y el Amcítaro se acercaban. Cuando volvieron a estar de espaldas, a menos de un metro de distancia varias almas se transformaron en bolas de luz violeta y azulada que ascendieron hacía el cielo: mientras ascendían se iban apagando, y no tardaban mucho en desaparecer.

Entonces los bailarines dieron otro medio giro, pero esta vez, era diferente, al terminar estaban frente a frente, con ambos brazos entendidos, las palmas hacía adelante, la pierna derecha estirada hacia adelante pero su cuerpo agachado ligeramente, en un ángulo de noventa grados, el pecho echado hacia adelante y la cabeza hacia atrás. No se tocaban por apenas centímetros.

 

¿Has hecho esto antes? – Pregunto Chalaralahc.

 

No, ¿Lo hago bien? – Preguntó Megrez.

 

Bastante, casi parece que hayas ensayado. -Contesto Chalaralahc.

 

Y siguieron con el baile, de forma simétrica, con los mismos pasos, acercándose y alejándose, mientras más y más fantasmas desaparecían

elevándose en un brillo precioso. El cansancio empezó a hacer mella en los cuatro, tanto que tuvieron que parar. Todos se tumbaron en el suelo a descansar. Todos los fantasmas habían desaparecido ya excepto Molfrem, que al notar la paulatina desaparición de los lamentos se acercó a la ciudad para ver qué pasaba.

 

Muchas gracias, ahora que sé que estas almas descansan en paz ya puedo dar sosiego a la mía. – Dijo el Mariscal.

 

No nos des las gracias, hemos hecho lo que teníamos que hacer. – Dijo Chalaralahc.

 

Aún así, os estoy agradecido… – Dijo Molfrem mientras ascendía y desaparecía.

 

Tras un rato de reposo el falso konei se levantó.

 

Bueno, me espera un largo viaje de regreso a casa, será mejor que me marche ya. – Dijo el Amcítaro.

 

Si nos dices de dónde vienes podemos llevarte. – Dijo Heasse.

 

Gracias pero no, este viaje debo hacerlo solo, tal y como vine. – Dijo Chalaralahc.

 

En ese caso que tengas suerte y que Miices vele por ti. – Dijo Yans.

 

Espero que podamos volver a vernos. – Dijo Megrez.

 

Quién sabe, la luz y la oscuridad están destinadas a encontrarse. – Dijo el falso konei mientras se marchaba de la ciudad.

 

Megrez, Heasse y Yans se parpadearon, con escalas, de vuelta a Irdresma, a casa de Díadra y Phenatos. Este les vio llegar.

 

Hola, ¿De dónde venís? – Preguntó Phenatos.

 

De un lugar cerca de Ilocha, hemos estado liberando almas atrapadas. – Dijo Megrez.

 

¿Almas atrapadas? – Preguntó Phenatos.

 

Sí, resulta que hace años hubo una guerra y murió gente, esta gente no podía abandonar este mundo por qué estaban muy resentidos y confusos  – Dijo Heasse  – Pero Megrez y un Amcítaro hicieron un baile para apaciguarlos.

 

¿Un Amcítaro? ¿Desde cuándo conocéis a un Amcítaro? – Preguntó Phenatos.

 

Estaba en Ilocha, nos dijo que tuvo sueños que le condujeron a ese lugar. Juntos hicimos un baile, gastando mucho Saolstirgh que liberó a esas personas. – Dijo Megrez.

 

A ver, estoy es muy complejo, contádmelo todo desde el principio. – Dijo Phenatos.

Y entre Megrez y Heasse  le contaron a Phenatos todo lo ocurrido desde que se parpadearon en Ilocha hasta que Chalaralahc se marchó. Mientras lo hacían Phenatos utilizó su empatía para averiguar más. Vio el baile, el Saosltigh que se movió en aquel ritual, y descubrió que Yans tiene más poder del que deja ver: en verdad es mucho más poderoso que él y su mujer juntos. «Así que finges ser débil e idiota. Bueno, veamos qué puedo sonsacarte ahora» pensó. Cuando terminaron de contarle lo sucedido Phenatos les sugirió ir a darse un baño, los niños accedieron encantados, Yans se dispuso a seguirles, pero Phenatos le paró.

 

¿A dónde crees que vas Yans? Tengo que hablar contigo – Le dijo Phenatos con severidad

 

¿Conmigo? – Pregunto Yans con tono extrañado – ¿Sobre qué?

 

Deja ya de hacerte el idiota, quiero que me cuentes quién eres realmente. – Dijo Phenatos.

 

¿Me estás amenazando? – Preguntó Yans con tono altivo.

 

Por favor, los dos sabemos que en un combate no tengo posibilidades contra ti, hagamos esto bien. – Dijo Phenatos.

 

Aunque podría hacerlo por las malas, no tengo ningún motivo: me has acogido en tu hogar y me has tratado como uno más, te estoy agradecido. – Dijo Yans con tono relajado.

 

Entonces dime, ¿Qué buscabas aquel día que entraste por la ventana y fingiste atacar a Megrez? – Preguntó Phenatos.

 

Quería llamar su atención y ver hasta qué punto conocía las dotes de Muerte. – Dijo Yans.

 

Y para eso utilizaste la Dote del Embaucador y fingiste que te estabas desangrando, para ver cómo reaccionaba Megrez.

 

 – ¿Conoces esa dote? – Preguntó Yans extrañado.

 

Sí, mi primo solía usarla mucho, siempre en mi contra. Me ganaba muchas broncas – Dijo Phenatos La cuestión es que tú también tienes esa dote, la de Muerte y diría que alguna más.

 

 Dirías bien, también tengo las dotes de Luna, Agua, Rayo y Suerte, entre otras. – Dijo Yans.

 

Dime una cosa, ¿Por qué ella no está aquí? – Preguntó Phenatos.

 

Porqué no es tan fácil salir del Cirtro, la echo mucho de menos, pero mi mujer… Espera, ¿Por qué te cuento esto? – Dijo Yans perplejo.

 

Que no sea un buen combatiente no significa que carezca de golpes escondidos – Dijo Phenatos con una sonrisa – Así que vienes del plano de la luz y la oscuridad, del Cirtro nada menos. Un nivel muy alto, ¿No te sientes raro en un plano con tan poco Saolstirgh?

 

Sorprendente, realmente sorprendente, ¿Cómo lo haces? ¿Le lees la mente a la gente y sabes qué decir para que se sientan a gusto, y te digan lo que quieres saber por propia voluntad? – Dijo Yans.

 

Sí, has dado en el clavo. Volviendo al tema, ¿Cuándo vendrá Sádar? Estoy seguro de que te echa tanto de menos como tú a ella. – Dijo Phenatos.

 

Es horrible que hagas eso, ¿Lo sabes? No te voy a ocultar nada, haz el favor de no hurgar de esa forma en mi cabeza, me violenta. – Dijo Yans.

 

No es nada que no fueras a contarme, déjame que me divierta un poco: no conozco cada día a un Caudillo de Séptima Guerra. Me está costando mucho sacar pedacitos minúsculos de información. – Dijo Phenatos.

 

Bueno es suficiente. – Dijo Yans enfadado pero sin alzar la voz. Rechazó la lectura de Phenatos sin necesidad de hacer ni un simple gesto.

 

Al instante Phenatos cayó al suelo, presa de un horrible dolor de cabeza, que le hizo verlo todo muy borroso y sentir unas nauseas tremendas.

 

No… tienes… sentido… del humor. – Dijo Phenatos haciendo un gran esfuerzo.

 

Y tú no sabes cuándo parar. No quería rechazarte tan fuerte, no pretendía hacerte daño. – Dijo Yans.

 

No te preocupes. Quieras lo que quieras de Megrez, lo vas a tener. No voy a poder impedírtelo, ni siquiera voy a intentarlo, es inútil, estoy fuera del alcance de tu nivel. – Dijo Phenatos.

 

Ni te imaginas cuánto. – Dijo Yans. «Si fueras un grano de arena yo sería todo un sistema solar, contando los planetas, asteroides y planetesimales que orbitan en él» pensó, casi con un poco de pena – Y respondiendo a tu pregunta: Sádar vendrá en un par de meses, para verano.

 

Una pregunta más antes de que me marche a llorar en un rincón, ¿Tienes planes para Sagre? – Preguntó Phenatos.

 

No, yo no, pero alguien sí, alguien que ya conoce y que ni se imagina quién es, una mujer que no dará su nombre mientras quiera seguir permaneciendo sin ser descubierta. – Dijo Yans.

 

Entonces Phenatos se parpadeo lejos de allí, gritó con todas sus fuerzas, por el dolor, lloró, vomitó y se quedó en el suelo hecho un ovillo, aguantándose la cabeza con las manos. Su cabeza le dolía terriblemente. De sus dos fosas nasales empezó a salir su azulada sangre, acompañada de líquido cerebral y trocitos de materia gris. De no haber sido un Custodia habría muerto en el acto. Unos veinte minutos después, cuando pudo recuperarse un poco de las consecuencias de intentar leer la mente a un Caudillo de Séptima Guerra, su cabeza retomó emoción y pensamiento.

 

Si Yans había podido hacer eso sin el menor esfuerzo, la sola idea de imaginárselo luchando en serio le helaba la sangre y le paralizaba. Y lo peor de todo: no podía decirle nada de esto a Díadra, puesto que de saberlo ella intentaría enfrentarse a Yans con tal de proteger a su familia. Se empecinaría tanto en destruir la falsa amenaza del lobo que este tendría que acabar matándola, y él la perdería para siempre. Además, Díadra jamás aceptaría que existiera alguien más fuerte que ella viviendo en su misma casa, a menos que fuera un miembro de la propia familia.

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