El imbécil (parte 2 de 5)

Buenos días Personas, segunda entre de «el imbécil».

Os dejo la continuación del relato de anteayer.

 

«Mondadientes» me despertó de la manera a la que ya me tenía acostumbrado: primero lamía mis mejillas, luego me daba un par de golpecitos con la pata en el lugar dónde había lamido, finalmente me mordía la nariz, sin demasiada fuerza, pero la suficiente como para notarlo y despertarme.

El reloj del microondas decía que eran las siete en punto de la mañana, la hora exacta en que «Mondadientes» exigía su desayuno. A «Mondadientes» me lo encontré en un parque, una tarde de Mayo. Yo estaba sentado en un banco, disfrutando de la suave brisa de la primavera. Del otro extremo del parque vino un gato en mi dirección, subió de un brinco al banco y se sentó a mi lado, mirando al infinito. Aquel gato de raza Ruso azul no hacía nada, simplemente estaba allí, sentado como yo, mirando al infinito. De repente ambos nos giramos a la vez para mirarnos, aquel gato de pelaje azul y ojos amarillos no tenía nada fuera de lo común, sin embargo la forma en que se comportaba me llamó la atención. Me levanté para ir al puesto de comida del parque a por unas patatas fritas. Me giré y el gato seguía sentado en el banco, mirándome. Le hice una señal al gato para que viniera, el gato se levantó, estiró una pata, luego otra y así con las cuatro. Saltó del banco al suelo y vino en mi dirección caminando, se situó a mi lado y ambos comenzamos a caminar en dirección al puesto de comida. Al llegar pedí unas patatas fritas, al estilo francés, sin sal, ni condimentos, ni salsas.

 

—Te las voy a cobrar al mismo precio —contestó con antipatía el chico que atendía el puesto.

 

—Es que las voy a compartir con el gato y no quiero que le sienten mal.

 

El chico no dijo nada más, se limitó a servirme las patatas en un cucurucho y a cobrármelas.

El gato y yo volvimos al banco dónde estábamos sentados, abrí un poco el cucurucho, con cuidado de que no perdiera la forma y cogí una patata, se la acerqué al gato y este la agarró con la boca,  con dos bocados se la metió entera en la boca y la masticó antes de tragársela, se lamió la pata, se la frotó por la cara y volvió a lamérsela. Soltó un maullido mientras miraba al cucurucho de patatas que sostenía en la mano, luego me miró a mí y sin dejar de mirarme volvió a maullar. Entre los dos nos comimos el cucurucho de patatas, entre patata y patata el gato se limpiaba el hocico con la pata. Al acabar la última el gato se tumbó en mi regazo y comenzó a ronronear. Se le veía limpio y bien alimentado, pero no tenía collar, pensé que tal vez se le había perdido a alguien, así que decidí llevarlo a un veterinario por si tenía un chip que pudiera decirnos algo de su dueño.

 

—Este gato no tiene identificación —dijo la veterinaria—, ¿Dónde lo has encontrado?

 

—En el parque de la Ciudadela —respondí.

 

—Ya, mucha gente abandona allí a los gatos —dijo la veterinaria—, seguro que ha sido alguien que ya no lo quería y se ha deshecho de él.

 

—Pues parece un gato muy listo y obediente —dije—, quien lo haya abandonado debe ser muy mala persona.

 

—¿Y quién te crees tú para juzgar a nadie? —me espetó la veterinaria—, seguro que tú eres un santo.

 

—Creo que será mejor que espere fuera —respondí ante el ataque verbal de la chica.

 

Antes de que dijera nada más me fui a la sala de espera. Ya estaba acostumbrado a la rudeza en que me trataba la gente, el chico del puesto de comida del parque y la veterinaria no eran más que dos gotas en un mar de rechazo, miedo y agresiones. Aún así esas dos gotas me dolían, como todas las demás.

La revisión del gato no dio sorpresas y tras algunas vacunas, un collar anti pulgas y una pipeta la veterinaria me entregó al gato.

 

—¿Has pensado qué nombre le vas a poner? —Preguntó la veterinaria—, porque supongo que vas a quedártelo, ¿Verdad?

 

—Sí, voy a quedármelo —respondí—, pero aún no he pensado que nombre podría darle.

 

—¿Has pensado en algo como Kasparov, Blunsky o Yuri? —Preguntó la veterinaria—, al ser un Ruso Azul le pega.

 

—Creo que sencillamente lo llamaré «Mondadientes» —conteste diciendo la primera palabra que me vino a la cabeza—, sí, «Mondadientes» le gustará, seguro.

 

Pude ver un rictus de desaprobación en la cara de la veterinaria, instantes después esbozó una sonrisa.

 

—Bien, pues eso pondremos en su chip: «Mondadientes», también necesito que me facilites tu nombre, dirección y un teléfono de contacto, para que puedan localizarte si tu gato se pierde.

 

—Mi nombre es Daniel Sotobosque Rodriguez, vivo en la Calle de Belén, número 5, principal, primera, mi teléfono es el 865234987.

 

La veterinaria apuntó toda la información que le facilitaba en una hoja DIN-A4 que tenía recuadros impresos dónde iba cada cosa.

 

—Mi calle está entre las paradas de Lesseps y Fontana —dije a modo de aclaración—, está en el barrio de Gracia.

 

—Lo sé —dijo la veterinaria esbozando una sonrisa—, yo vivo en Nil Fabra.

 

—¡Caray! —Exclamé sorprendido—, ¡Somos vecinos¡ Vivimos literalmente a dos calles.

 

Después de aquél día fui a menudo a la misma clínica con cualquier excusa, algunas era para comprar pienso, otras era para preguntar alguna duda que tenía sobre la salud y cuidados del gato, finalmente la chica me dijo de vernos un día fuera de allí, para hablar, también me dijo su nombre: Rosa.

 

«Mondadientes» saltó de mi regazo, aterrizó grácilmente en el suelo y fue hasta el armario de la cocina de debajo del fregadero y lo abrió, y se sentó a mirar las latas de comida que allí había, meneando el rabo de vez en cuando, al poco dejó caer a mis píes una que tenía la foto de un pollo en la etiqueta. Cogí la lata, la abrí y deposité el contenido en el cuenco de comida de «Mondadientes» mientras observaba como comía despacio, sentado frente al cuenco, como si saborease cada bocado,  me sonó el móvil, la pantalla me advirtió que era Pablo.

 

—Hola Allu —dijo Pablo al otro lado del teléfono.

 

—Hola Pablo, ¿No crees que es un poco pronto para llamadas?

 

—Sé que no te he despertado, percibí que estabas levantado y decidí llamarte.

 

—¿Por algo en concreto?

 

—Sí, tomar un café, justo en el bar que se ve desde tu casa, yo ya estoy allí.

 

—Ya veo —dije mirando por la ventana y viendo a Pablo sentado en una silla, saludándome con la mano—, me doy una ducha y bajo.

 

Colgué el teléfono y me fui desnudando mientras iba de camino a la ducha, una vez allí le di dos vueltas al grifo del agua caliente y una al de la fría, solía ducharme con el agua relativamente caliente, mientras me enjabonaba mi mente se fue solo hacía Rosa, la veterinaria, mi cuerpo respondió con una  erección, para contrarrestarlo le di una vuelta y medía más al grifo del agua fría. Con aquella gélida temperatura terminé mi ducha lo más rápido que pude y en diez minutos estaba vestido y arreglado para salir. Me palpé los bolsillos de los pantalones para ver si lo llevaba todo, cartera: correcto, móvil: correcto, llaves: no en el de adelante, ni en el otro, ni en el de atrás, no, llaves no. Un rápido vistazo a mi pequeño piso me hizo notar que Mondadientes llevaba mis llaves en su boca, en cuánto se dio cuenta de que yo sabía que las tenía él, el gato se fue hacia la puerta.

 

—¿Quieres salir? —Le pregunté.

 

El gato respondió dejando las llaves en el suelo y maullando alegremente. Cogí las llaves y Mondadientes salió de casa, se sentó delante de la puerta del ascensor y volvió a maullar mirando en mi dirección, cerré la puerta con llave, me la guarde en un bolsillo y llamé al ascensor. Cuando llegó abrí la puerta para que mondadientes subiera, luego cerré la puerta y pulsé el botón para que ambos  bajásemos hasta el nivel de la calle. Al salir Mondadientes caminaba a mi mismo paso, no muy alejado de mi costado. Pablo se levantó al vernos llegar, me abrazó y volvió a sentarse. Mondadientes se sentó a su lado, yo me senté en la silla que quedaba libre. Pablo era un hombre de unos cincuenta y muchos años, pelo calo, ojos grises y tez oscura. Su rostro estaba surcado de cicatrices, fruto de una vida cazando engendros, sus manos y brazos no tenían mejor aspecto.

 

—Veo que has estado pensando en esa veterinaria —dijo Pablo sonriendo.

 

—Veo que sigues con esa fea costumbre tuya de leer mentes —le repliqué.

 

—No es tu mente lo que leo sino tu entrepierna —respondió mirando al bulto que tenía en ella.

 

—Joder —dije cruzando las piernas—, y eso que me he duchado con agua fría.

 

—Es el amor de juventud, no lo puedes contener —dijo Pablo riendo— tus padres te podrían haber hablado de eso si aún siguieran aquí.

 

—No hables tan a la ligera de la muerte de mis padres —le dije—, sabes que me molesta.

 

—Lo siento, quitarle hierro es lo único que me mantiene cuerdo —contestó—, yo también estaba allí aquella noche y la mitad de las cicatrices de mi cuerpo son testigo de ello.

 

—Por favor Pablo tú nunca has estado cuerdo —bromeé—, si acaso estás sin diagnosticar, la otra mitad de tus cicatrices lo demuestran.

 

Pablo rió a carcajada limpia y yo con él, Mondadientes se entretenía mirando a las palomas, parecía más por aburrimiento que no por ganas de depredación. Un camarero llegó para tomarnos el pedido: café con leche y un croissant para mí y café solo con un mini bocadillo para Pablo. Al poco rato el camarero llego con todo lo que habías solicitado en una bandeja, nos lo sirvió y dejó el papel con la factura encima de la mesa.

 

—Me recuerdas tanto a tu madre… —dijo Pablo pensativo.

 

—Supongo que para ti también fue duro perderles —contesté en tono comprensivo—, eráis muy amigos.

 

—Éramos más que amigos —respondió Pablo.

 

—Sí bueno, he oído decir que estabais muy unidos —respondí.

 

—No te imaginas cuanto —dijo Pablo mirándome con cara de sentirse culpable por algo.

 

—¿Qué quieres decir? —Pregunté algo preocupado y desconcertado por su expresión de culpa, la cual me hacía intuir que no iba a gustarme su respuesta.

 

—Mira, tú ya no tienes quince años y yo no puedo callarme más esto —dijo Pablo acelerando sus palabras a medida que las decía —, tus padres y yo éramos pareja, muy feliz además.

 

Me quedé callado mirando a Pablo sin saber que decirle, había oído rumores de que mi padre y Pablo habían competido por el amor de mi madre y que ella finalmente se había decidido por mi padre.

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