Sagre, capítulo 2.
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El tiempo pasa rápido para aquellos que no dependen de él, ahora la familia contaba con un miembro más, un miembro de cuatro patas que crecía junto a los gemelos, Yans no era un animal corriente, dado que era una criatura mágica poseía la capacidad de “hablar”, si bien es cierto que su comunicación se basaba mas bien en algo mental no tardó en aprender el idioma de aquellos que le rodeaban.
Este hecho hizo que Yans pasase de ser un observador imparcial a convertirse en un confidente de todos los miembros de la familia, sobre todo de los pequeños, la diferencia es que para ellos fue como una especie de tutor, les explicaba aquellas cosas que no eran capaces de entender por si mismos, bien por falta de ganas o por no saber verla desde el punto de vista adecuado.
Las capacidades de Sagre aumentaban rápidamente, a los tres años empezó a notar la existencia de otros seres, unos seres muy distintos a los Iridianos, con unos cuantos conceptos que hasta ahora le había pasado inadvertidos, los que mas llamaron su atención fueron el envejecimiento y la muerte, algo muy presente entre estos seres, también observó que había seres muy distintos entre ellos, algunos no tenían el concepto de envejecimiento como algo propio, si no como algo que les pasaba a otros seres, pero todos compartían el concepto de muerte, algo que Sagre no supo entender, tenía mucha curiosidad por aquello, así que decidió ir a ver de primera mano en que consistía.
Pidió permiso a sus padres de que le dejasen ir a ver a esos otros seres que habitaban en el mundo, aceptaron con la condición de que fuese son Megrez y Yans .
Lo que ellos no sabían es que sus padres no iban a dejarlos solos, les acompañarían durante todo su viaje, invisibles para que no los vieran y bloqueando su resonancia, para que no pudieran notar sus emociones.
Al cabo de un rato de viaje llegaron a un punto en que el camino se separaba Sagre y Megrez decidieron que tomarían caminos distintos y que se reencontrarían en la bifurcación antes de la puesta de sol para volver a casa juntos, Yans se fue con Megrez y con este Díadra, a Sagre lo siguió Phenatos.
El camino seguía hasta llegar a una pequeña aldea conocida como Fhis, la actual ciudad de Nefira, un pequeño asentamiento nómada en el desierto que poco a poco había ido creciendo hasta llegar a albergar personas de forma permanente, de manera que ahora era mas que un alto en el camino para los comerciantes, muchos habían encontrado en él un hogar…
Al entrar a la aldea Sagre vio a un grupo de niños jugando a la sombra de unas casas, se acercó a ellos y les preguntó si podía unirse, los niños aceptaron y salieron corriendo
–Cógenos si puedes– Le dijo uno de ellos.
Al principio no supo muy bien que hacer, pero algo le dijo que debía correr tras ellos y empezó una perecuación por las improvisadas callejuelas de la pequeña aldea.
La carrera los llevó hacia un tejado de una de las casas cercanas, donde los niños habían subido por una escalera de uno de los laterales, cuando Sagre acabo de subir todos los peldaños y se encontraba también en el tejado vio que uno de los niños caminaba de espaldas hacia la cornisa, intentó avisarle, pero este ya se estaba precipitando hacía el suelo, parpadeó y se puso al borde de la cornisa para intentar cogerlo, pero fue inútil, se le escurrió entre los dedos y fue a parar al duro suelo, las personas que había en la calle miraron hacía arriba al ver caer al pequeño y le vieron él con la mano extendida, la reacción no tardó en llegar.
Una mujer abrazo el cuerpo y señalando a Sagre con el dedo, un grito de dolor salió desgarrado de su garganta:
–Asesino, eres un sucio asesino…–
A raíz de los gritos de la mujer había empezado a acumularse una pequeña multitud alrededor, el joven iridiano no se lo pensó dos veces, saltó de la cornisa hacia donde estaba la mujer con el cadáver del chico en brazos, cayó de pié delante de los dos, miró al pequeño bañado en las lágrimas de su madre y exclamó:
–Zalhón, levántate y habla: ¿Qué te ha pasado?–
Al notar que el cuerpo de su hijo se estremecía de píes a cabeza como con una especie de calambre la mujer aferró con mas fuerza al pequeño, notó un fuerte latido, seguido de una profunda inspiración, finalmente el niño abrió los ojos, miró a su confundida madre, la cuál había empezado a abrazarle aún con mas fuerza, miro a su alrededor y vio a la gente aglomerada y miró hacía Sagre.
La mujer deshizo el fuerte lazo con el que tenía cogido a su hijo y le dejó ponerse en pié, se acercó al iridiano y dijo:
–Todo ha sido culpa mía, me he entusiasmado demasiado con el juego y me he caído, él no me empujó, intentó cogerme pero no fue lo bastante rápido, por cierto ¿Cuál es tu nombre?
Puede que la respuesta de Sagre no fuese la más coherente, puedo que no tuviera motivos para mentir, puede que debiera decir la verdad o puede ser que el pequeño supo en ese preciso instante todos los acontecimientos que se desencadenarían a partir de ese acto y optó por contestar:
–Mi nombre es Sagre –
–Pues vamos a seguir jugando– dijo Zalhón con una sonrisa.
Sagre siguió jugando con los niños, durante un buen rato más, hasta que decidió que debía volver a la bifurcación para encontrarse con su hermano, se despidió de los niños y se dirigió al punto de encuentro, tras llegar se sentó en la hierba para esperar.
Ahora tenía un momento para pensar en todo lo que había ocurrido, revivió mentalmente todo lo ocurrido durante la jornada, esta vez tenía su empatía a punto.
Cuando llegó al momento en que el niño cayó del tejado se dio cuando de algo, aquello era la muerte, y producía dolor, rabia e impotencia, pero sobre todo dolor.
Un suave golpe en el hombro lo sacó de su ensoñación
–Venga, tenemos que irnos- Le dijo una familiar voz.
Era la voz de Megrez, este se encontraba de pié junto a él, Sagre miró al horizonte y vio que el sol debía de hacer rato que se había puesto
–Llegas un poco tarde, vamos, tenemos que volver a casa.
Y diciendo Sagre parpadeó de vuelta a casa, Megrez cogió a Yans en brazos e hizo lo mismo.
Al llegar a casa se encontraron a sus padres, quisieron contarles enseguida todas las cosas que habían sucedido, pero Díadra dijo que primero debían darse un baño, que ya lo tenían preparado, los gemelos hicieron caso sin rechistar.
Phenatos miró a Díadra, la cual le dedicó una sonrisa, se acercó lentamente a su rostro y ambos se fundieron en un corto beso.
–Estaba pensando…- Dijo Phenatos
–¿El qué?– Preguntó Díadra
–No nada, tonterías, tenemos un rato antes de que los niños acaben- Respondió Phenatos
Y mientras caía la noche, lucían las estrellas y las dos lunas llenas alumbraban la noche, dos enamorados se unían en un nuevo beso, un beso mas apasionado, dulce y largo que el anterior.