Megrez, capítulo 12.
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A la mañana siguiente Díadra fue directa a hablar con Yans, el cual dormía junto a Sádar en el jardín.
– Siento molestarte tan temprano – Dijo Díadra – Pero necesitaba hablar contigo.
– Pensé que Phenatos te habría modificado los recuerdos. – Dijo Yans.
– No pudo. – Contestó Díadra con tono tajante que denotaba cierta molestia con el tema.
– Creía que tenía poder suficiente para hacerlo, es su especialidad. – Dijo Yans.
– Me parece que no se trata de eso – Dijo Sádar, a quien la conversación la depertó, y se estaba desperezando – Creo que sus sentimientos por ella le impidieron hacerle eso, él quiso, pero no se esforzó lo suficiente.
– Exacto. – Dijo Díadra.
– Entiendo, ¿Y qué quieres de mí? – Preguntó Yans.
– Respuestas – Contestó Díadra – ¿Qué eres? ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres de nosotros?
Yans se quedó mirando a Díadra sin decir nada. Sus rasgos lupinos impedían saber qué estaba pensando. Aún seguía tumbado y de vez en cuando movía su cola, primero a derecha; pasado un rato la movía a la izquierda; pasado otro la movía de nuevo a la izquierda; y así continúo, sin decir nada.
– ¿No vas a contestarle? – Le preguntó Sádar a Yans.
– No tengo por qué hacerlo. – Contestó el lobo.
– Tengo mis teorías, pero necesito confirmarlo contigo. – Dijo Díadra.
– Cuéntame tus teorías y yo te diré lo equivocada que estás: si mucho, muchísimo o de medio a medio. – Dijo Yans.
– Que eres un custodio está claro. Uno bastante poderosos además. – Dijo Díadra.
– Sí, eso es correcto, continúa. – Dijo Yans.
– Eres un emisario de Miices. – Dijo Díadra.
Yans no dijo nada.
– Vienes del Cirtro, no sé qué es eso… ¿Tiene algo que ver con el Belidro?
Yans siguió sin decir nada.
– Megrez, estás aquí por él, eres su tutor. No, es algo más despegado, eres su guía. – Dijo Díadra.
– Veo que tú también sabes hacer cosas como Phenatos. – Dijo Yans.
– Bueno, he aprendido de él. – Dijo Díadra.
– ¿Cómo funciona exactamente? – Preguntó Yans – Ni quedándome en silencio consigo evitar que me leáis la mente…
– Es sólo el alón de Empatía. En realidad es muy sencillo, se trata de esperar respuestas; la clave consiste es que esas respuestas serán dadas en algún momento de la vida, por la misma persona a la que se las quieres sonsacar. – Dijo Díadra.
– ¿Así que sólo es eso? ¿Phenatos sabía el nombre de Sádar porque en algún momento yo iba a revelárselo? ¿Y todas las otras cosas que supo, también se las iba a decir? – Preguntó Yans.
– Bueno, es posible que se fuerce un poco alguna información concreta, o se anticipe un poco el momento en que esa conversación vaya a tener lugar. Pero en general no se roba información, sólo se obtiene si esa persona está dispuesta a darla en algún momento. Así que todo lo que he sabido es porque ibas a decírmelo de todas formas. – Dijo Díadra.
– ¿Entonces Phenatos no sabe leer la mente?– Dijo Yans.
– Oh, sí que sabe, yo sólo te digo como lo hago yo para obtener la información, – Dijo Díadra con una sonrisa.
– Ya me parecía a mí… – Dijo Yans – Bien, respondiendo a tus preguntas: soy un custodio de Miices, un miiciano; ostento el rango de emisario; nuestro hogar es el Cirtro; estoy aquí para guiar a Megrez sin que él lo sepa, en sus dotes de muerte. De vosotros no quiero nada; bueno, miento, al final os he cogido cariño, pese a ser tan poderoso respecto a vosotros he empezado a veros como amigos. – Dijo Yans.
– ¿Te das cuenta de que le acabas de decir todo lo que ha dicho antes ella? – Le preguntó Sádar.
– Sí, es algo asombroso – Dijo Yans – He visto hacer cosas similares, pero nunca de una forma tan sencilla, sin apenas esfuerzo ni intrusión mental; es brillante. – Dijo Yans.
– Tengo una teoría de porque estás aquí Yans – Dijo Díadra – Creo que tiene que ver con el Relevo.
– ¿¡Qué sabes tú del Relevo!? – Preguntó Yans muy sorprendido.
– Cosas que me contó mi madre Adén. – Contestó Díadra.
– Oh, por supuesto, ella. Me lo estaba temiendo… – Dijo Yans.
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Pasaron tres años y Sagre seguía sin volver por casa, estaba ocupado entrenándose; se comunicaba regularmente con sus padres y hermano por Empatía. Megrez también estuvo entrenado duro, junto a Heasse y Yans. Sádar también le ayudaba de vez en cuando.
Hacía tres años que el Rey Elan dictaminó por ley que ningún ser que no fuera humano debía estar en Belmonte, o sería ejecutado. Los humanos que ayudasen a seres no humanos también serían ejecutados; aquellos humanos de los que se dudara fueran humanos también lo serían, y si resucitaban serían aceptados como humanos en virtud de la creencia que sólo los puramente humanos resucitaban. A consecuencia de aquella ley miles de personas abandonaron Belmonte, tanto humanos como personas de las otras razas. Las casas reales de cada raza no humana se organizaron para acoger a sus congéneres en los países donde gobernaban, siguiendo las recomendaciones de la casa real gekjo que, proféticamente, evacuaron Belmonte antes que la ley fuera anunciada.
Sagre explicó a su familia todo lo sucedido el día de la boda de la hija del rey Alaran: cómo Elan abandonó el banquete airado y dando orden de ataque al ejército que lo protegía; cómo Khatara se alzó contra su tío y exigió la parada del ataque y disculpas; cómo consiguió Sagre detener el ataque. Algunos de los nobles que apoyaron a Khatara se quedaron ya en Ispedia. Khatara quiso volver a Belmonte, pero consiguieron convencerla para que se quedara, por su propia seguridad. Llegó a la conclusión que su tío no entraría nunca en razón, y que la única manera de detener esta locura es destronarlo. Si bien Khatara estaba dispuesta a desafiar a Elan, no podía hacerlo sola; de modo que decidió pensar en algún plan para conseguir apoyo y ejércitos. Los nobles que se quedaron en Ispedia ya le eran leales, y ofrecieron pronto su apoyo.
Mientras tanto Megrez había perfeccionado su parpadeo. Una mañana que probaba cuán lejos era capaz de llegar acabó en mitad del océano, sin saber muy bien dónde se encontraba. Se disponía a regresar a Irdresma pero de pronto vio que un banco de peces nadaba velozmente, como huyendo de algo. Pensó que debía de ser un depredador grande y en efecto, lo era; pero no lo que él esperaba. Un dragón marino apareció delante de él; debía ser del tamaño de un caballo. Su cuerpo era alargado, tenía seis patas, acabadas en amplios remos, poseía aletas en el lomo y en la espalda, al igual que en su cola.
Su piel era de color azul marino, costaba mucho distinguirle en el agua, pero Megrez no le estaba viendo con sus sentidos normales, percibía aquella criatura por su Saolstirgh, lo cual indicaba que era un custodio. El dragón vio a Megrez, nadó hacía él y se quedó mirándole. Ninguno de los dos sabía si percibir al otro como una amenaza. Finalmente fue el dragón quien dio el primer paso, hablando directamente en la mente de Megrez.
– ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – Dijo el dragón.
– Soy Megrez – Dijo el iridiano mentalmente – Me he parpadeado hasta aquí.
– ¿Qué es un Megrez, que es parpadearse? – Preguntó el dragón.
– Megrez es mi nombre, ¿Cómo te llamas tú? – Preguntó Megrez.
– ¿Qué es un nombre? – Preguntó el dragón.
Megrez vió que aquella discusión era un tanto inútil dado que al dragón le faltaba mucha información sencilla. Optó por enseñárselo todo de golpe, mediante una bola brillante creada por empatía, le enseñaría todas las palabras que eran necesarias para que la conversación fuera posible.
– Nadie me ha puesto nombre – Dijo el dragón con tristeza.
– ¿Dónde vives? ¿Estás sola? – Preguntó Megrez.
– Hay una pequeña isla cerca de aquí, vivo con dos dragones más. – Contestó el dragón.
– Llévame contigo, por favor. – Dijo Megrez.
La dragona nadó hacía la dirección en que miraba Megrez, el cual tuvo que volar muy rápido para poder seguir a la dragona. Dentro del agua se movía con mucha presteza, estaba claro que era su elemento. Al poco llegaron a un lugar consistente en un gran islote rocoso sobre el mar. Parte de ese islote se alzaba a gran altura, una altiplanicie protegida tras un acantilado de paredes verticales. Megrez miró a lo más alto de aquella formación rocosa: allí arriba había un dragón, de color violeta, con dos cuernos lilas en la cabeza; tenía cuatro patas y las alas extendidas. Rugió, y al hacerlo un rayo impactó encima de él, provocando un fuerte trueno que resonó por los alrededores. Parecía que el dragón había hecho eso a propósito. No parecía dañarle, puesto que siguió rugiendo y atrayendo más rayos.
La dragona fue hacia una pequeña playa situada delante de una cueva, al salir del agua se transformó en mujer: su figura era delgada, su cabello era rubio y largo hasta la cintura, sus formas eras suaves y redondeadas, voluptuosas. Megrez no puedo evitar quedársela mirando, un cuerpo tan bello y desnudo. Delante de él, tapándole la visión apareció Heasse. Esta miró a Megrez y luego a la dragona en forma humana desnuda y luego de nuevo a Megrez.
– Me has llamado, ¿Sucede algo? – Preguntó Heasse.
– Esa chica es una dragona, hay dos dragones más en este lugar. – Dijo Megrez.
– Comprendo, quieres que te ayude con ellos. – Dijo Heasse.
– Ni siquiera tienen nombre. – Dijo Megrez.
– Este sitio lo conozco – Dijo Heasse mirando a su alrededor – A este lugar vienen toda clase de dragones a tener descendencia. Se llama El Islote del Dragón. Las dragonas paren todas a la vez y se turnan las tareas de cuidar a los hijos. Se forma una gran familia de golpe aquí, esto pasa una vez cada muchos siglos.
– ¿Y por qué ellos están solos? – Preguntó Megrez.
– Los dragones nacen de huevos: ellos debieron de salir más tarde, cuando todos se marcharon. – Dijo Heasse.
– ¿Y no pudieron esperar sus padres a que salieran? – Preguntó Megrez.
– Seguramente debieron pensar que no iban a salir del huevo – Dijo Heasse – La reproducción de los dragones es algo muy exacto, si un huevo de dragón no se abre a las tres semanas es que seguramente pase algo raro.
– Ya, y los padres se ven forzados a aceptar la realidad y abandonar lo que creen que son los cadáveres de sus hijos no natos. Debe ser muy duro venir aquí a procrear y ser de los pocos que se vaya sin haberlo hecho. – Dijo Megrez.
Se hizo el silencio. Megrez y Heasse llevaban tanto tiempo juntos que prácticamente ya no necesitaban hablarse para entenderse, y cuando hablaban se comunicaban a tantos niveles que podrían decirse muchas cosas el uno al otro, cosas que iban mucho más lejos de las palabras.
De la cueva salió otro humano, que fue a hablar con la mujer. Durante la conversación ella señalo a Megrez, al mirar en la dirección en que estaba se quedó sorprendida al ver a Heasse, los dos iridianos decidieron acercarse a los dragones. Al principio el hombre parecía algo espantado, pero su compañera lo tranquilizo. Cuando estuvieron cerca empezaron a hablar, Heasse les contó qué era ese lugar y qué hacían ellos allí.
Haciendo algunas preguntas pudieron averiguar que llevaban aproximadamente trece años allí, por tanto eran de una edad similar a la de Megrez. El iridiano decidió que no era bueno que no tuvieran nombre, por lo que pensó que el mismo les daría uno. A la mujer la llamó Marea, dado que era una dragona de agua; al hombre que estaba abajo lo llamó Viento, puesto que era un dragón aéreo; y al dragón que no paraba de atraer rayos hacía él lo llamó Tempestad.
Viento, Marea y Tempestad habían sobrevivido trece años solos ayudándose mutuamente: Marea pescaba peces y marisco en el mar, Viento cazaba pájaros y Tempestad utilizaba sus habilidades para cocinar con descargas eléctricas la comida. Era justo lo que estaba haciendo cuando Megrez lo vio por primera vez, ahora había bajado cargado de la comida que acababa de preparar. Al ver a los iridianos se sobresaltó, pero no parecía que tuviera miedo, más bien sorpresa.
Mientras los dragones comían Megrez les dijo los nombres que había pensando para ellos, y todos parecían encantados con el suyo, sobre todo Tempestad: a él parecía irle como anillo al dedo. Megrez ofreció a los dragones que se fuesen con ellos a vivir a irdresma, pero ellos no quisieron, se negaban a abandonar su hogar. Llegó el momento de marcharse para Megrez y Heasse pero prometieron que volverían pronto.