Sagre, capítulo 18.
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Salieron del despacho del Rey con dos documentos: uno era el que les acreditaba poseedores de los terrenos al este de Ederia, el segundo otorgaba a Orafo el título de Caballero en la casa Escamagris. Dado que aún faltaba para la hora de la comida decidieron que podían ir cada uno a atender los asuntos que requerían los documentos.
El de las tierras debía ser mostrado a Rásoc, para que tuviera constancia de ello y para que los ayudase a encontrar un aparcero Garraespina. Sagre se encargaría de las escrituras.
El título de Caballero debía ser entregado a Orafo, puesto que era el quién debía tenerlo y guardarlo. A partir de ahora tenía derecho de llevar un anillo con el escudo de la casa Escamagris. Dado que Zhalón había pagado el título y tuvo la idea, decidieron que era él el quien debía entregárselo al humano, y el que debía avisar a los consejeros y al jefe de la casa Escamagris.
Aunque la casa de Rásoc y la tienda donde trabajaba Orafo se encontraban en sitios diferentes de la ciudad podían hacer una parte del camino juntos, de modo que Sagre y Zhalón fueron hablando hasta que llegó el momento de separarse. Se despidieron con un abrazo y un beso y decidieron volver a verse en la mansión de Jigsx.
Sagre siguió su camino en solitario, caminando por las callejuelas de Ispedia, sin prisa, disfrutando del paseo. Había mucho movimiento por las calles de la capital: guardias haciendo sus rutas, nobles paseando, mercaderes vendiendo sus productos, niños corriendo en sus juegos… Sin darse cuenta Sagre se dejó perder entre los sonidos y olores de aquellas calles que ahora eran su hogar. En una calle pudo escuchar gritos, gritos rápidos y claros acompañados de un olor a pescado: estaba cerca de la lonja. Siguió avanzando, un aroma dulce y cálido inundaba la calle; un grupo de niños se arremolinaba enfrente de un escaparate con dulces expuestos; era la pastelería que hacía esquina, esa donde compraba galletas y dulces de Belmonte.
Tal vez podía encargar una tarta para Jigsx, y si compraba la tarta también debía pasar por el taller del velero, para comprar veintidós velas con las que rodear la tarta de Jigsx. La costumbre mandaba que alguien colocase las velas alrededor de la tarta y que el homenajeado las fuese encendiendo una a una, empezando por la vela que tuviera la tarta situada más arriba; luego se encendería la vela más próxima a la derecha de la primera, y luego la siguiente, hasta dar toda la vuelta a la tarta. Entonces se deben de apagar las velas en el mismo orden que se encendieron, dejando que la última en encenderse se apague sola: al año siguiente se encenderá la primera vela del nuevo círculo con la última del año anterior, de esta manera se pretendía desear un buen año lleno de salud y vitalidad.
Siguió su travesía a través de las calles y callejuelas de Ispedia: prácticamente había llegado ya a casa de Rásoc, subiendo la última cuesta podía ver ya el tejado violeta de su mansión. Cuando el camino dejó de ascender vio que había un carro de madera volcado. El carro transportaba verduras y todas se habían caído al volcar: diseminadas por doquier yacían en el suelo cebollas, lechugas, puerros, rúculas y zanahorias. Sagre observó que el carro había volcado porque una de sus ruedas de madera se había roto, dejando el carro puesto de tal manera que quedaba transversal respecto a la calle, ocupando todo el ancho de esta: estaba claro que por aquí no podría pasar.
Puesto que desde donde estaba podía ver la entrada de la mansión de Rásoc y no le apetecía volver sobre sus pasos y probar un camino distinto, decidió que lo mejor era saltar por encima del carro. De modo que corrió para coger impulso, dio un par de pasos en diagonal por la pared de una casa situada a la derecha de la casa y saltó hacía la izquierda; cogiendo una viga redonda de madera de una casa que sobresalía, dio un par de vueltas en ella y se soltó, pasando de espaldas por encima del carro y cayendo al otro lado. El conductor del carro miró la escena boquiabierto, pero no tenía tiempo de encantarse, debía mover su carro cuanto antes para dejar libre el paso.
Sagre dejó que uno de los guardas de Rásoc abriera la puerta metálica y entró en el jardín. Caminó por el enlosado camino ascendente que conducía hasta las escaleras que daban acceso a la puerta principal, hecha de madera de roble negro. Esta puerta también estaba custodiada por guardas, pero Sagre no tuvo ni que decir nada, él siempre era bienvenido en casa de Rásoc: los guardas le saludaban y le abrían las puertas siempre.
Una vez el joven Iridiano estuvo dentro fue recibido por el mayordomo, Sagre preguntó si era posible hablar con Rásoc y el mayordomo fue a buscarlo. Cuando volvió le dijo que se encontraba en su despacho y acompaño al joven hasta él. Llamó a la puerta, entró junto a Sagre, le preguntó si quería algo y él amablemente dijo que no quería nada.
– ¿A qué debo el honor de tu visita? – Le preguntó Rásoc.
– El Rey Elan nos ha dado estas tierras y no sabemos qué hacer con ellas. – Dijo Sagre mientras le enseñaba a Rásoc el documento que acreditaba la posesión de las tierras el este de Ederia.
– ¡Qué casualidad! – exclamó Rásoc – Justamente poseo las tierras colindantes a las vuestras.
– En ese caso tal vez puedas enseñarme todo lo que necesito saber para sacarle el mayor provecho posible a esos terrenos, nosotros no sabríamos por dónde empezar… – Dijo Sagre.
– Puedo enseñarte todo cuanto sé, pero necesitaríamos ambos de mucho tiempo – Dijo Rásoc – Mi consejo es que contrates a un aparcero Garraespina y que me consultes antes de darle instrucciones.
– ¿Cómo contrato un aparcero? – Pregunto Sagre.
– Debes ir a la Sala de los Garraespina y hablar con el Aparcero Mayor. Él te dirá quién es el más indicado para la zona – Dijo Rásoc – . También depende de qué quieras hacer en esas tierras, mi recomendación es que te centres en algo en concreto para empezar, por ejemplo campos de cultivo: de esa manera podrás concentrar mejor los esfuerzos y recursos de los que dispones. Una vez estén los cultivos funcionando bien tal vez puedas dedicar más recursos a criar ganado o a la tala de madera.
– Muchas gracias Rásoc, creo que haré eso. Hablaré con el Aparcero Mayor y diré que quiero alguien que se encargue de cultivar mis tierras. – Dijo Sagre.
– Buena decisión, estas tierras son muy fértiles, no tardarán en darte beneficios. En cuánto a qué cultivar en ellas, el aparcero que contrates se encargará de ello. Tú sólo asegúrate de tenerlo contento para que no trabaje a disgusto, y todo irá bien – Dijo Rásoc – Por cierto, ¿Quieres quedarte a comer con Níttapp y conmigo?
– No, he quedado con Zhalón, Jigsx y su hermano. Podríais venir a casa vosotros si quisierais. – Dijo Sagre.
– Pues sí, es buena idea, así saludamos a Jigsx y a Zhalón, luego nos vemos allí. – Dijo Rásoc.
– Claro, yo voy a ir volviendo a casa que tengo que avisar de que vendréis a comer – Dijo Sagre – Hasta luego.
Y Sagre salió de la mansión de Rásoc. Al volver al callejón vio que el carro roto ya no estaba, y que ya no había verduras desperdigadas por el suelo.
Mientras Sagre había estado con Rásoc hablando Zhalón había llegado en el taller de Kuninsho. Esta vez entró por la planta de las forjas, para ir a hablar primero con el gekjo antes que con el humano.
– Hola de nuevo Zhalón, ¿Qué te trae por mi taller de vuelta tan pronto? – Preguntó Kuninsho – ¿Algún problema con los anillos o el colgante?
– No, no, los anillos y el colgante están tan perfectos como cuando nos los llevamos – Dijo Zhalón – Esta vez he venido por el asunto sobre Orafo que te comenté.
– ¿Has ido a ver al Rey Alarán,verdad? ¿Qué te ha dicho? – Preguntó Kuninsho.
– Que está aceptado como noble Escamagris, justo aquí traigo el documento que lo acredita. – Dijo Zhalón enseñándole el certificado de noble de Orafo.
– Eso es una gran noticia, me alegro mucho por el joven. – Dijo Kuninsho.
– Si tanto te alegras, ¿Por qué no pagaste tú el coste de aceptación de Orafo? – Preguntó Zhalón.
– Porque no quería quitarte la oportunidad de que lo hicieras tú. – Contestó Kuninsho.
– ¡¿Cómo?! – Preguntó Zhalón sorprendido y desconcertado.
– Úlos era un gran amigo mío, me contó muchas cosas. Supongo que no es el primer noble gekjo que te dice algo parecido. – Dijo Kuninsho.
– No, justamente el Rey Alarán nos ha dicho algo así. Lo que me lleva a preguntarme, ¿Cuánta gente sabe de nosotros y hasta dónde miró Úlos en el futuro? – Preguntó Zhalón.
– De vosotros sólo sabemos el Rey y algunos los consejeros de las cinco casas gekjo restantes – Contestó Kuninsho – Sobre a cuánto miró Úlos en el futuro no tengo ni idea: él sólo nos dijo a cada uno la parte en la que entraríamos en contacto con vosotros. A mí sólo me dijo lo que querríais de mi taller y que tú te ofrecerías a pagar el coste de convertir a Orafo en noble. Yo quise hacerlo desde que llegó aquí refugiado, pero Úlos ya me dijo que debías hacerlo tú: de esa manera acercabas tu noble casa a la nuestra.
– Úlos debió de inspiraros a todos una gran confianza en vida, para seguir atendiendo sus instrucciones aún después de muerto. – Dijo Zhalón.
– No te imaginas cuánto, joven – Contestó Kuninsho – Para nosotros era como un hermano. Nunca he conocido nadie tan justo y sabio; por supuesto que cometía errores, como todo el mundo, pero nunca en lo que a sus predicciones se refería. Él siempre decía que se limitó a continuar con la labor de su mujer, pero yo diría que fue mucho más allá, que superó con creces las capacidades mágicas y adivinatorias de Hytre; no me cabe duda.
– Entonces, ¿Si ya sabías lo que queríamos hacer, ¿Por qué hiciste ese teatrillo preguntando mis intenciones? – Preguntó Zhalón.
– Porque Úlos sólo me contó lo esencial. Realmente desconocía tus intenciones, él únicamente me dijo qué pretendías hacer y que debía dejarte hacerlo, nada más. – Contestó Kuninsho.
– Entiendo…– Contestó Zhalón – Bueno, será mejor que vaya a entregar a Orafo su certificado, ¿Está arriba?
– Sí – Contestó Kuninsho – Aprovecha y sube ahora que tiene un rato libre y podréis hablar con más calma.
– Gracias Kuninsho, nos vemos en otro momento – Contestó Zhalón – Ahora que lo pienso, ¿Tienes planes para la hora de comer?
– No, pero puedo pasarme por casa de Jigsx si es lo que estás intentado decirme. – Contestó Kuninsho – Será un placer comer con vosotros.
Zhalón subió las escaleras que conducían desde el taller a la tienda, Orafo se giró al escuchar que alguien subía: al ver a Zhalón lo saludó con desgana.
– Oh, saludos Don Zhalón, qué gusto verle tan pronto aquí de nuevo. ¿Ha venido a comprar más joyas? – Dijo Orafo sin ningún entusiasmo.
– No, he venido a darte una cosa, algo que hará que no tengas que llamarme más “Don”. – Contestó Zhalón.
– ¿Y de qué se trata? – Preguntó Orafo lleno de curiosidad.
– Aquí no, vayamos fuera, tengo entendido que es tu hora de descanso. – Dijo Zhalón.
– Sí, justo ahora iba a ir a reposar un rato – Contestó Orafo.
– ¿Y dónde sueles ir? – Preguntó Zhalón.
– Abajo, a la fundición, hay una fuente cerca, suelo sentarme en un banco escuchando el murmullo del agua, me agrada mucho. – Dijo Orafo.
– Pues vamos, allí podremos hablar con tranquilidad. – Contestó Zhalón.
Entonces Zhalón y Orafo bajaron las escaleras hasta llegar al nivel de las fundiciones, salieron fuera, bajaron por la pendiente de la calle y llegaron a la fuente mencionada por Orafo. La fuente consistía en un manantial de agua que salía a la superficie de forma natural. En ella se había puesto una piedra larga, en forma de canal: este canal tenía varios agujeros repartidos a lado y lado, de manera de salían varios chorros de agua, por lo que varias personas a la vez podían beber o recoger agua de la fuente. A ella acudía gente con baldes de madera, los llenaba y se iba. La gente solía hablar mientras esperaba que los baldes se llenasen. Alrededor de la fuente había varios puestos de comerciantes, algunos con comida, otros con bebidas, otros con armas, otros con juguetes… Parecía ser uno de los mercados de Ispedia.
Zhalón y Orafo se sentaron en un banco de piedra cerca de la fuente, entonces Zhalón le entregó a Orafo su certificado.
– ¿Qué es esto? – Preguntó Orafo.
– Léelo. – Contestó Zhalón.
– Aquí dice que se me conceden derechos de noble y una porción de tierra, ¿Qué es eso? ¿Una broma? – Preguntó Orafo.
– No, es real, mira, tiene la firma del Rey Alarán. – Contestó Zhalón.
– ¿Entonces significa esto que oficialmente soy un noble y que ya puedo trabajar en la orfebrería? – Preguntó Orafo lleno de entusiasmo.
Zhalón prefirió sonreír y asentir con la cabeza, entonces Orafo lleno de alegría y gratitud abrazó a Zhalón.
Unos yrteda con aspecto de noble pasaron en aquel momento por delante de los dos humanos. El que tenía aspecto de ser el más joven se paró a mirar a Orafo y Zhalón, entonces su acompañante se paró también a ver qué miraba el joven. Tras mirar un rato cómo los humanos charlaban sin preocupaciones se dirigió a ellos.
– Vaya par de holgazanes, ¿¡Y esta gente viene aquí a quitarnos trabajo!?, volved a dónde sea que trabajéis haraganes. – Dijo el noble yrteda.
– Será del trabajo que te quitamos a ti, tienes pinta de no haber dado un palo al agua en tu vida. – Le espetó Zhalón.
– Pero cómo se atreve, miserable humano, voy a tener que darte una lección – Dijo el yrteda lleno de furia e indignación – ¡Guardias! ¡Guardias! ¡Este esclavo humano ha intentado robarme!
Zhalón se acercó al yrteda, que tras haber llamado a los guardias exhibía una extraña sonrisa de satisfacción, como si al haber hecho eso hubiese provocado muchos problemas a Zhalón y se hubiera vengado de su afrenta, cuando el humano estuvo frente al yrteda le dio un puñetazo suave, que empujo levemente hacía un lado al yrteda.
– Mentir es muy feo, sobretodo cuando estás manchando la reputación de alguien inocente – Dijo Zhalón con autoridad – Será mejor que te disculpes y te marches.
– ¡Este piojoso se atreve a golpearme! – Dijo el yrteda fuera de sí del enfado – ¡Todos sois testigos! ¡Se ha atrevido a agredir a un noble! ¡Merece la pena capital!
– Será mejor que hagamos lo que dice. – Contestó el otro yrteda blanco como la cera.
– ¿¡Cómo?! – Dijo el primer yrteda girándose hacia el que acababa de hablar.
El segundo yrteda había visto en la mejilla del primero el motivo de su palidez: el emblema de los Garraespina que Zhalón llevaba en su anillo había quedado grabado en la carne del yrteda debido al puñetazo que el humano le propinó. Ajeno a esto el yrteda seguía llamando a los guardias; cuándo llegaron al primero que apresaron fue a él: atónito vociferó aún más.
– ¡No! ¡Idiotas, es a él a quien tenéis que apresar, no a mí! ¡Bastardos, pagareis por la ofensa! – Chilló el yrteda – ¡Soy un noble, debéis obedecerme!
– Yo solo obedezco al Rey y a mis superiores. – Contestó uno de los guardias.
El yrteda seguía gritando incongruencias desconcertado por la situación. Entonces Zhalón se acercó y puso su mano abierta, con los dedos hacia arriba de manera que este pudiera ver el anillo con el emblema de los Garraespina. Al verlo el noble también empalideció y se quedó en silencio.
– Yo soy Zhalón, de la casa Garraespina y este es Orafo, de la casa Escamagris. ¿De qué casa sois vosotros? – Dijo el humano.
Ambos yrteda permanecieron callados.
– Debo deducir por vuestro silencio que no sois nobles. – Dijo uno de los guardias.
– Somos de la casa Hocicodiamante. – Contestó el yrteda que no había sido apresado – Nuestro padre ha venido hasta aquí para hacer negocios y nosotros decidimos ir a visitar la ciudad.
– ¿Sois conscientes de la mancha que habéis puesto en la casa Hocicodiamante verdad? – Preguntó un guardia – Apenas unos críos y ya dando problemas…
– Creíamos que eran plebeyos humanos, no pensábamos que fueran a ser nobles. – Dijo el yrteda que seguía aferrado por dos guardias.
– Eso no es excusa para actuar como unos imbéciles. – Dijo Zhalón.
– ¿Qué hacemos con ellos Don Zhalón? – Preguntó uno de los guardias.
– Escoltadlos hasta su padre y explicadle lo sucedido, que se encargue él de sus hijos – Contestó Zhalón – Si os dice algo decidle que van de mi parte y que venga a hablar conmigo si lo cree oportuno. Podeis decirle dónde encontrarme si lo precisa.
– Entendido. – Dijo uno de los guardias antes de que se marcharan y se llevaran a los dos jóvenes yrtedas.
– ¿Esto que acaba de ocurrir es normal? Me refiero, que unos nobles insulten a otras personas. – Preguntó Orafo.
– No – Contestó Zhalón – Y tampoco es normal que no reconozcan un anillo noble, deben de ser de fuera.
– ¿Tan importante es eso del anillo noble? – Preguntó Orafo.
– Pues sí, es una de las maneras que tiene alguien que no te conoce de saber que eres noble. Los colgantes son para consejeros y jefes de casa, al igual que las coronas son para Reyes, Príncipes y Princesas – Contestó Zhalón – De hecho, deberías forjarte cuanto antes tu propio anillo de noble, así nadie se confundirá.
– Entonces vuelvo al taller a forjarme un anillo con el emblema Escamagris para mi. – Dijo Orafo.
– Perfecto – Contestó Zhalón – Se me ocurre una cosa, ¿Qué tal si para celebrar tu nuevo estatus de noble comenos hoy juntos en casa de Jigsx? Kuninsho estará también. – Dijo Zhalón.
– Me parece genial, muchas gracias por la invitación Don Zhalón. – Contestó Orafo.
– A partir de ahora llámame sólo Zhalón, nos vemos luego Orafo.
Y el joven aprendiz de orfebre y Zhalón se despidieron con la promesa de volver a verse pronto. Retomó el camino de vuelta a la mansión de Jigsx, donde avisaría al servicio de que eran más para comer.