Sagre, capítulo 7.
1024 DCTR
Tras unos días el rey Colacorta firmo los documentos necesarios para declarar a los tres miembros oficiales de la casa Garraespina, ahora cada uno de ellos ostentaba el título de «Señor». También recibieron un terreno de un kilómetro cuadradon y medio cada uno.
Para indicar su nuevo estatus de noble les dieron un anillo a medida con el escudo de la casa Garraespina en él, y un colgante que también tenía dicho emblema: en él se engarzaron dos rubíes, simbolizando su título.
De esta manera la cualquiera sabría a que casa pertenecían y con qué mención debían dirigirse a ellos, de ahora en adelante serían, Don Zhalón, Don Jigsx y Don Sagre.
El anillo indicaba que tenían derecho a asistir a las reuniones, pero no a votar: ese derecho estaba reservado para los cabezas de familia y para los consejeros. Cada familia debía tener un portavoz, generalmente este solía ser un hombre.
El título de consejero estaba reservado para aquellas personas mayores de sesenta años. Había un consejero por cada cincuenta personas. En el caso de los Garraespina tenían cuatro consejeros, cuyos nombres eran: Alec, Nivo, Úlos y Jhala, la única mujer que ejercía este cargo. El voto de los consejeros vale por dos.
Una figura más importante es la del jefe de la casa: cada casa tiene un único jefe, elegido por los consejeros. Su voto vale siempre por tres, para poder facilitar el desempate si fuese necesario. El jefe de la casa Garraespina era Rásoc.
Todas las casas nobles seguían la regla de un portavoz o cabeza por familia y de un consejero por cada cincuenta miembros de la casa.
Normalmente las votaciones solo requieren la presencia de los consejeros y el jefe de la casa, algunas de las más importantes, por ejemplo la admisión de nuevos miembros requiere la presencia de todas las personas con voto.
De los cuarenta y seis votos posibles para la asamblea que tuvo lugar para dejar entrar a Zhalón, Jigsx y Sagre en la casa hubo doce votos en contra: los de los consejeros Alec, Nivo, Jhala y los hijos de estos que eran cabezas de familia; diez abstenciones y veinticuatro votos a favor, incluyendo los tres de Rásoc el jefe de la casa Garraespina y dos del consejero Úlos.
Rásoc quiso saber el por qué de los votos de los tres consejeros que habían votado en contra: estaba seguro de que habían indicado a sus hijos hacer lo mismo y tenía una sospecha de que las diez abstenciones habían sido cosas suya. Se alegró de que los muchachos hubieses traído tanto dinero, sino la votación hubiera podido ser bastante desfavorable.
Al pedirles explicaciones de sus acciones dijeron que no se podían fiar de los humanos; que podían ser espías del Rey Elan, el cual había amenazado a varias casas nobles de que si no le seguían en su guerra serían atacados indiscriminadamente. Rásoc pensó que si la desconfianza era todo el problema lo que debían hacer Zhalón, Jigsx y Sagre era demostrar que eran dignos de confianza, y debían hacerlo antes de la votación para decidir si les enseñaban su secreto del combate cuerpo a cuerpo. Para ello aconsejó que fuesen a ver a los consejeros Alec, Nivo, Jhala e hiciesen por ellos lo que necesitasen: de esta manera tal vez se ganarían su voto. Era muy importante que lo consiguieran, puesto que una decisión tan importante como revelarle los secretos a unos desconocidos, que ni siquiera eran gekjo, requería de los votos de al menos tres cuartas partes de los miembros de la casa Garraespina. Eso hacían un mínimo de treintaicinco votos. Es decir, todos menos once personas debían de votar a favor de enseñarles, no era una tarea nada fácil de conseguir.
A Sagre todo este tema de las votaciones le parecía tedioso e innecesario: solo necesitaban a un par de personas para que les enseñasen. No entendía por qué casi toda la casa debía estar de acuerdo en ello. Rásoc le explicó que eran las normas, que habían funcionado así desde hace mucho y que debían seguir los procedimientos bien: de lo contrario podían exponerse a que les expulsasen de la casa. El iridiano siguió sin entenderlo, pero dado que era el procedimiento habitual y todo el mundo parecía estar de acuerdo con él decidió acatarlo.
Jigsx, Sagre y Zhalón decidieron ir a casa de la consejera Jhala, dado que era la que vivía más cerca de dónde estaban.
Una vez llegaron allí y solicitaron verla esta se negó al principio, pero luego les dijo que accedería a hablar con ellos si le traían un encargo del sastre local, el cual era un vestido ya pagado. Dado que era lo único que podían hacer fueron a la sastrería, le pidieron en vestido al sastre y este al ver que formaban parte de la casa Garraespina les entregó el vestido bien envuelto. Cuando volvieron a casa de la consejera y dejaron el vestido esta les ordenó ir a buscar una tiara al orfebre, los tres jóvenes se miraron: decidieron tener algo de paciencia y cumplir con la nueva solicitud de Jhala. El orfebre se la entregó a los muchachos en una cajita de ébano acolchada de seda, estos se la dieron a la consejera, pero antes de que pudieran decir nada les ordenó ir al taller del cristalero a recoger una vidriera nueva.
Los jóvenes salieron de la casa.
– Dan ganas de traer la vidriera y rompérsela en la cabeza – Dijo Jigsx – ¿Qué se ha creído esa vieja lagarta? ¿Qué somos sus esclavos?
– Da la sensación de que sí – Dijo Zhalón – ¿Y si vamos a ver a otro consejero?
– No – Dijo Sagre con rotundidad – Necesitamos su voto, debemos hacer lo que nos dice con tal de ganarlo, por duro que sea.
– No es que sea duro – Contestó Jigsx – Es que parece una tomadura de pelo.
– Sí, esa mujer vive en una mansión enorme, debe de tener decenas de criados, creo que se ríe de nosotros y punto. – Dijo Zhalón.
– No creo que quiera reírse de nosotros ni tampoco tomarnos el pelo. – Dijo Sagre – Es una mujer sabia y anciana, debe de estar poniéndonos a prueba, recordad que no se fían de nosotros.
– Es el último encargo que pienso hacer. – Dijo Jigsx – Si a esa mujer se le ocurre volver a mandarnos a por otra cosas suya nada más entremos por la muerta lo dejo estar.
– Y yo. – Contestó Zhalón – Nadie me daba órdenes cuando era plebeyo no va a empezar a hacerlo ahora que soy noble, no tiene ningún sentido.
Y los tres fueron al taller del cristalero a buscar la pieza de Jhala. Era una cristalera de vivos colores que formaba el escudo de los Garraespina: el fondo con rectángulos de color blanco y azul, estos eran ligeramente más grandes y se unían en los vértices, en el centro unas garras plateadas contrapuestas, como si fuese un gekjo con los brazos cruzados. A unos centímetros del borde unas zarzas negras en forma de rectángulo bordeaban a las garras plateadas.
La vidriera no era demasiado grande, de un tamaño similar a un escudo del pavés. Sagre decidió que podía llevarla él solo, de modo que cargó con el paquete a la espalda todo el camino hasta llegar a casa de Jhala, una vez llegaron esta se encargó de que un mayordomo se llevase la vidriera al sitio dónde debía ser instalada.
– Así que vosotros sois los nuevos Garraespina – Dijo la consejera – Voy a ser franca con vosotros: jamás y repito jamás tendréis lugar aquí. Da igual cuánto hagáis o digáis, no pienso dar mi consentimiento. Y que os quede clara una cosa: no os mando a ninguna otra tontería porque ya no tengo nada más con lo que haceros perder el tiempo ¡Largaos antes de que suelte a los perros!
Aquellas palabras enfurecieron mucho los tres muchachos: Jhala se había estado aprovechando de ellos con único propósito de mofarse. Jigsx estuvo a punto de lanzarle un conjuro, Sagre lo notó y lo sacó de la mansión antes de que hiciese una tontería. Mientras arrastraba a su compañero pudo oír como la consejero se reía de ellos.
– ¡Esa maldita lagarta se ha burlado de nosotros de mala manera! – Gritó Jigsx cuando estuvieron lejos – ¡No me puedo crees que hayamos sido tan ilusos!
– Bueno, cálmate. – Dijo Sagre – Seguro en la casa del consejero Alec tenemos mejor suerte.
– No, me niego, no pienso ir a casa de ningún consejero más, me vuelvo a hablar con Rásoc, pienso explicarle lo que nos ha pasado. – Dijo Jigsx.
– ¿Y crees que te va a servir de algo? – Preguntó Zhalón.
– No. – Contestó Jigsx – Pero al menos me quedaré a gusto despotricando sobre esa vieja insufrible.
Y diciendo esto el yrteda fue a paso veloz hacia el salón de reuniones.
Dado que a Sagre y a Zhalón sólo les quedaban dos consejeros por visitar decidieron separarse y probar suerte cada uno por su lado.
Cuando Jigsx llegó al salón de reuniones gekjo vio que estaba prácticamente vacío. No había rastros de Rásoc por ningún lado, pero sí que estaba Úlos, el único consejero que había votado por ellos. El consejero vio al yrteda.
– Vaya, tú eres el chico yrteda que acaba de entrar a formar parte de la casa, ven un momento, por favor, quisiera hablar contigo. – Dijo Úlos.
– ¿Vas a encomendarme tareas absurdas que no llevan a ninguna parte tú también? – Pregunto sarcástica e irreverentemente Jigsx.
– Rayos no, ¿Qué clase de maleducada y narcisista persona te crees que soy? – Contestó el anciano gekjo – A diferencia de mis compañeros consejeros yo aún aprecio el valor del tiempo ajeno: sería un honor que me concedieras un poco del tuyo.
Jigsx estaba sorprendido, aquel consejero parecía completamente diferente a Jhala. La impresión que se había llevado de ella era completamente desagradable, pero aquel anciano había despertado su interés.
– ¿De qué quieres hablar conmigo consejero? – Preguntó Jigsx.
– Antes que nada me gustaría saber tu nombre, para poder dirigirme a ti como es debido. – Dijo Úlos.
– Mi nombre es Jigsx – Dijo el yrteda – ¿Quién eres tú?
– Yo soy el Archiduque Úlos, asistente personal del rey Alarán, gran monarca gekjo. Es un honor conocerle al fin Don Jigsx. – Dijo el consejero.
– Caray, el honor es mío Su Grandeza. – Dijo Jigsx haciendo una reverencia – No sé si doy digno de vuestro tiempo…
– Por supuesto que lo eres joven, eres un miembro de mi familia, mis responsabilidades y deberes pueden esperar, mi prioridad es asegurarme de que te encuentres cómodo entre los tuyos y que los tuyos se encuentren cómodos contigo. – Dijo Úlos – Quisiera pedirte un favor, ¿Crees que podríamos continuar esta charla en mi casa? Me sentiría mucho más tranquilo hablando allí.
– Faltaría más Su Grandeza, con sumo gusto acepto la invitación. – Dijo Jigsx.
– No me trates de Su Grandeza, llámame solo Úlos, entre parientes el respeto va implícito, no depende de las formas. – Dijo el consejero.
– De acuerdo Úlos – Contestó Jigsx.
Y ambos se dirigieron hacia la mansión del Archiduque, situada en la parte más alta de Darlasari. Una vez llegaron allí Úlos condujo al yrteda hacia su despacho: una vez allí solicitó al servicio que atendiesen las demandas de Jigsx y que después les dejasen solos. Un mayordomo trajo algo de beber y alguna cosa dulce, tal y como había pedido el yrteda, después se retiró, cerrando la puerta y dejándolos solos.
En el despacho había una chimenea, en frente de ella un par de butacones verde oscuro, una mesita entre ellas, dónde descansaba una bandeja de oro con la petición de Jigsx. En frente de una gran ventana había un escritorio, con un tintero, una pluma y varios pergaminos encima. Una mullida alfombra azul marino cubría todo el suelo de piedra, en las paredes había algunas estanterías. Justo encima de la chimenea había un escudo con el emblema de los Garraespina, detrás de él, dos cimitarras cruzadas.
– Espero que la rudeza de mis palabras no te sorprenda – Dijo Úlos con un rostro muy serio – He de ser franco contigo, no dispongo de mucho tiempo, tengo un plan para ti, para vosotros tres de hecho. Llevaba tiempo queriendo hacer algo así, y ahora que habéis aparecido no puedo desperdiciar esta oportunidad.
– ¿Por qué nosotros? ¿No pueden ayudarle sus hijos? – Preguntó Jigsx.
– Lo harían si los tuviera, pero no es el caso, mi mujer murió hace mucho tiempo. – Dijo Úlos sin cambiar la seriedad de su rostro.
– Lo lamento mucho, no lo sabía. – Se disculpo Jigsx sintiendo mucho sus palabras – ¿No se ha vuelto a casar?
– Jamás he amado a otra mujer, es aquella del cuadro de la izquierda. – Dijo el gejko mirando el retrato que había entre dos estanterías.
Jigsx sintió mucha lástima por el consejero, debía de llevar mucho tiempo sólo, miró el cuadro que le indicó, se sorprendió de ver a una mujer yrteda, muy hermosa. Nada más ver el retrato supo que era una noble de la casa Cuellolampiño: casi con total seguridad debía de ser maga, igual que él. Hubo un largo silencio.
– ¿Exactamente qué quiere usted de mi? – Preguntó Jigsx.
– Verás, sé que esto que te voy a pedir te va a resultar un tanto extraño, te pediría que no te negases, haría las cosas más fáciles para todos… – Dijo Úlos.
– Me temo que debo negarme rotundamente, no soy esa clase de hombre – Contestó Jigsx enrojeciéndose un poco.
– ¿Qué clase de hombre no eres? – Preguntó el gekjo un tanto extrañado.
– Esa clase de hombre… que se enamora… de otros hombres. – Contestó Jigsx con la cara muy sonrojada.
– Voy a ignorar eso que acabas de decir: no es lo que tengo en mente. – Contestó Úlos, aquello hizo que Jigsx sintiera aún más vergüenza. Se quedó callado. – Voy a entregarte toda mi fortuna, así como mi casa y mi voto, ya he escrito el testamento, es muy importante que se lo entregues hoy mismo a Rásoc. El motivo de todo esto es por que planean asesinarme, esta noche. Además piensan inculparos. Alec, Nivo, Jhala son los que están detrás de todo esto. Por suerte para mí se creen que lo tienen todo muy bien atado, y se van a conceder el lujo de matarme con sus propias manos: de hecho que hagan eso me va a permitir detenerles, ¿Conoces el conjuro Sentencia Póstuma?
– Sí, lo conozco. – Contestó Jigsx – Con él se da muerte a quien ha matado al lanzador, pero es un conjuro tan enrevesado que el lanzador paga con su vida si resulta que nadie lo mata.
– Te ahorraré las preguntas: mi mujer me lo enseño. También me enseño el conjuro de Profecía, gracias a él confirmé mis sospechas sobre los otros consejeros. – Dijo Úlos.
A Jigsx se les escapó una lágrima, todo aquello le conmovió sobremanera. Sentía mucha lástima por Úlos, por como el destino había confabulado de esa manera contra él; y por cómo él no se había resignado y estaba luchando por devolverle la jugada a los conspiradores. En aquel momento sintió tanto respeto y cariño por esa persona que juraría no haber sentido nunca nada así por nadie.
Úlos se levantó, caminó hacía una estantería, cogió un libro y se lo dio al yteda. Cuando este lo abrió vio que se trataba de un libro de magia escrito a mano. En algunas páginas había retratos.
– Es el libro de magia que mi mujer escribió, ella era profesora en la Academia Silvarina, una de las mejores maestras cabe decir. Quiero que te lo quedes, no lo voy a repetir: si te pone las cosas más fácil, como tu consejero ordeno que te lo quedes. – Dijo Úlos que se había vuelto a poner de espaldas al muchacho.
– Gracias… – Es todo lo que Jigsx pudo decir antes de que la emoción le hiciera llorar.
Úlos también lloró, en silencio: pero lloró de alegría. Había tenido una gran vida; había tenido momentos de inmensa infelicidad, pero mayormente había sido feliz; y sobretodo había podido al fin cumplir la última voluntad de su mujer: entregarle su manuscrito a la persona que Úlos considerase que más lo mereciera, y que nombrase a esa persona hijo suyo y heredero. Seguro que su mujer Nadira estaría encantada con su elección: al fin y al cabo, cuanto vio él las proezas que Jigsx iba a realizar, se convenció que estarían a la altura de las expectativas de ella.